Panfleto emocional
Fernando de Ita
Para que nadie se ofenda, comienzo por recordar que el origen del panfleto en el teatro viene de la comedia elegiaca del medioevo y que su sentido moderno lo da el teatro de agitación que surge en Alemania a principios del siglo XX para hacer propaganda política en contra del orden establecido y a favor del socialismo. Por su estructura narrativa, por la utilización de la imagen, el sonido y las luces, por su carácter informativo, por su producción artesanal y por su efecto dramático, dirigido a despertar la simpatía del espectador con el tema o la causa que se propaga, Derretiré con un cerillo la nieva de un volcán, la última producción de Lagartijas tiradas al sol, cuadra perfectamente en la descripción que da Max Reinhardt sobre el panfleto político que fue una de las fuentes del teatro épico de Bertold Brecht, del que se desprende a su vez el teatro documental de Rolf Hochhuth y Peter Handke, que es una de las referencias del teatro postdramático.
Cuando vi El rumor del incendio, la obra anterior de éste ensamble teatral de vuelo internacional, pensé que su conexo podría ser el colectivo de directores alemanes, Rimini Protokoll. Ahora descubro que no es casual que el hilo conductor de la genealogía del Partido Revolucionario Institucional sea la maestra jarocha Natalia Valdés, porque el montaje que se presentó en el Auditorio San Pedro es una lección cívica, un discurso político y un panfleto emocional (valga la redundancia o la paradoja del término), gracias a los destellos de la vida personal de la maestra que hace con tanta fuerza y hondura, Luisa Pardo.
Precisamente le preguntaba a Maese Gerardo Trejo Luna qué le gustaba del montaje y me respondió: la convicción del grupo por su trabajo, creer honestamente en lo que se está haciendo. Informar al público sobre el proceso histórico que mantuvo al PRI por 71 años continuos en el poder, y lo que lo trajo de regreso a Los Pinos. Hacerlo de manera sumaria, satírica y eficaz. Para un espectador enterado la lección puede ser superficial por lo complejo de todo proceso histórico, pero la gracia del espectáculo está en la sencillez y claridad del discurso escénico, que no busca la metáfora sino la ilustración en el sentido pedagógico y representacional. El recurso pedagógico es el documento filmado; el recurso teatral la acción física que reitera la expresión verbal.
En nuestro medio el panfleto político tiene connotaciones peyorativas por la nula calidad dramática de sus activistas, pero cuando tiene el sustento creativo de estas lagartijas que han hallado un formato tan eficiente para mesclar la realidad con la ficción, de manera que el teatro se vuelve plaza pública y el mitin obra de teatro, no hay que temerle al adjetivo de panfletario porque se cumple el propósito de agitar la conciencia de espectador sobre su realidad. Felizmente, los integrantes de éste colectivo no son tribunos, ni oradores, ni políticos en campaña sino actores capaces de poner su oficio al servicio de los espectadores, contándoles la Historia real de su país con las herramientas de la ficción, labor que desempeñan con gran dominio físico y mental Francisco Barreiro, Gabino Rodríguez y Luisa Pardo.
Por su poder panfletario, este grupo debería presentarse en las escuelas, los sindicatos, las plazas, los campos, las colonias. Por el contrario, ha ganado su prestigio en los teatros nacionales y extranjeros a los que vamos espectadores previamente convencidos de sus intenciones, políticamente correcta, en los tiempos que corren, por su incorrección política. Paradójicamente en este teatro de lo real, los momentos en los que la vida del teatro y el teatro de la vida están presente en el escenario, es cuando se dramatiza la convulsión interior de Natalia, o cuando los tres actores se desnudan, afortunadamente con mucho mejores atributos que mostrar que los activistas de los 400 pueblos, aquellos aguerridos proletarios que hicieron del encueradero una protesta política.