Un botón de Muestra
Rubén Ortiz
En apenas dos días en la 35 Muestra Nacional de Teatro en Monterrey, me pude dar cuenta de algunas cosas interesantes que podrían marcar una línea de un antes y un después. Y es que lo que me pareció evidente es que el estado de cosas -eso que llamamos supersticiosamente «el sistema»- está siendo superado por los hechos y, aún más, puesto que lo fue hace mucho tiempo, lo notable es que nosotros, la plebe, estamos tomando conciencia del asunto. Así que describiré lo que percibí en tres etapas:
Lo que fue
En la mesa en la que Rodolfo Obregón, Gabriel Yépez, Alberto Villarreal (he de hacer notar la ecuación de género de ésta y la mesa siguiente) y un servidor hablamos acerca del posdrama, quedó claro que algo ya fue pero que, Benjaminianamente, en las cenizas de lo ido queda mucho porvenir. Y ¿qué es lo que ya pasó? El reinado de los «maestros» y sus instituciones. Rodolfo trazó un saludable panorama de lo que las teatralidades contemporáneas activan: performatividad, encuentro con lo real, documentalismo, pero también rescató genealogías que en la segunda mitad del siglo que ya fue, ponderaban lo que hoy es: Jodorowski, Gurrola, CLETA. Por su parte, Alberto recalcó con tino el foco que ahora podemos poner en las teatralidades, es decir, en aquello que excede lo que llamamos teatro como manifestación cultural de una civilización específica: occidente. La teatralidad, en todo caso, es ella misma cultura: está en la fiesta, en la reunión colectiva para contar o no contar historias y que, sin embargo, nos reúne para ponernos a hacer ficción: repartir papeles y acciones tal y como no lo hacemos en la vida común. Por mi parte, sólo subrayé que ante la falta de los padres, esta inclinación por llamar a todo lo irreconocible como «posdramático» implica un duelo, una angustia llenada con el colonialismo de un concepto audaz, pero hecho para otro tiempo y otro espacio. Hace falta una teoría y una crítica que den cuenta de lo que está pasando en este momento, donde un modelo nacional de teatro ha quedado ya para la historia.
Lo que es
En la segunda mesa, al día siguiente, se hizo una revisión de la misma Muestra a través de la presentación de un libro digital. En la mesa, Fernando de Ita hizo la hoja de vida de un muerto y leyó su testamento: enumeró su legado. Juan Meliá mostró lo obvio, pero invisible: la Muestra es muestra de un desorden comunitario e institucional que, paradójicamente, hacen que la Muestra se le pida lo que no se da ni en la organización gremial ni en el diseño institucional. Villareal, por su parte, glosó su texto, lleno de propuestas que involucran las mejores decisiones que se han tomado en la organización de otros festivales en México y el mundo.
Pero el mejor momento, sin duda, fue cuando Alejandra Serrano pidió cuentas, Meliá respondió y luego de Ita reviró llamando al estrado a la dirección artística. Exigencia de transparencia de una parte y exhibición de la situación, por otra: Cutberto López pasó a exponer los porqués de las decisiones y reveló el desorden: cada dirección artística se hace sus propios criterios que, un poco por la costumbre, un mucho por el capricho y un más por la falta de paradigmas claros (elegir de acuerdo con «la calidad», en verdad, o es homogenización o es caos), las selecciones indican más de aquello que se excluye que de lo que se selecciona. A despecho de ganar protagonismo (pues es mi crónica) diré que yo sólo aporté dos ideas: la de modificar la estructura de la Coordinación Nacional de Teatro y hacer que la Muestra favorezca el desarrollo local de las compañías, y que en caso de haber selección, se siga de acuerdo a estrictos criterios curatoriales: qué se detecta en el país como constante o carencia en cuanto a temas, modos de producción, estéticas y hacer invitaciones y debates con respecto a lo existente y lo posible, sin criterios abstractos y con capacidad de incidencia.
La inconformidad con la Muestra me parece un síntoma de la transformación de los tiempos de un gremio y sus modos de producción e instituciones que tienen que ponerse al día, en un país y un mundo que está corriendo con mayor rapidez que su heredada capacidad de respuesta.
Lo que puede ser
El miércoles 11 a las 10.30, una cincuentena de participantes de la Muestra realizamos una reunión-asamblea para, primero, decidir si queríamos hacer alguna acción para manifestarnos como gremio con relación a la situación actual del país. Y segundo, decidir qué, cómo, cuándo y dónde. La asamblea fue respetuosa y enjundiosa y se decidieron tres líneas de trabajo: una acción, una exigencia e información. Tres mesas de trabajo trajeron sus resultados: la acción tendría lugar al finalizar las funciones del día siguiente, cuando un actor señalara a alguien del público preguntando «este gobierno ya no me representa, ¿y a ti?». Alguien más dentro del público repetiría la línea y luego alguien más, la repetiría sin parar hasta generar un coro fuerte y presente que desbordaría el teatro, yéndose a la calle, apelando a los transeúntes y dándoles un papel donde vendrían las exigencias y la información. Fue una reunión donde reinó el entusiasmo y las ganas de hacer algo juntos. Se decidió, también, hacer otra reunión al día siguiente para concretar otra acción que pudiera ser replicada en los Estados, y que sucedería el mismo día y a la misma hora simultáneamente.
Ahora bien, el Diablo que todo lo descompone, hizo que al día siguiente hiciera un frío de 9 grados centígrados y que las acciones fueran sólo un ensayo general. Quiero decir que la acción no pudo ser tan intensa como para vivir hasta la salida del teatro y que, por otro lado, las calles estaban casi vacías. Así que, con mayor o menor fortuna en cada función, la acción se realizó y las crónicas suenan emocionantes y aleccionantes. Lo que no se realizó a cabalidad fue la segunda reunión. Agotadas, 15 personas seguimos la charla y, gracias a un video de José Jorge Carreón, decidimos pedir a nuestros amigos de las redes sociales que el fin de semana en sus funciones repitieran la acción y subieran el video a la red. A la fecha no puedo decir si esa convocatoria tuvo fortuna.
Lo que sí puedo decir es que en esta semilla de acción está la posibilidad de pensar el porvenir del gremio. El país sobre el cual los «maestros» fundaron el teatro que ahora heredamos era un país de democracia representativa, incapaz de fomentar la democracia participativa: la conformación de nuestras instituciones y hábitos espera que toda iniciativa sea estatal, de manera que la cultura política del gremio teatral (y la población en general) es rabiosamente reactiva: nos hemos unido para protestar, pero jamás para proponer y hacer que suceda lo imaginado. En este sentido, es de hacer notar que con respecto a la Muestra la inconformidad ha solicitado urgentemente unas mesas de trabajo que, de no realizarse, harían inútil la reunión de pensamiento en un libro inmaterial. Y, por otra parte, la incapacidad de realizar una acción que trascienda los muros teatrales da cuenta de nuestra infancia en términos de estrategias de incidencia en el diálogo público. Pero quedan el entusiasmo y la lección. Estamos en otro momento en el cual nuestra identidad tiene que ser vuelta a pensar (pienso en cómo a unas cuadras del excesivamente lujoso hotel donde nos hospedamos, en el MARCO, tenía lugar una exposición en la que la propia identidad de lo humano se ponía en divertida crisis y que cortaba el aliento en muchos sentidos); en el cual tenemos que revertir los condicionamientos que nos llevan a la competencia feroz; en el cual el modo en el que los más jóvenes trabajan en colectivos cada vez más desjerarquizados puede marcar el camino. En fin, además de pensar en la estética, tendríamos que abrir los ojos a las políticas que nos han hecho autistas de la caja cerrada y debemos pensar en generar iniciativas colectivas para el bien común.
Coda
Momentos antes de la primera mesa, tuve el placer de cargar a la bellísima Juliana, la hija de Susana Romo y Fausto Ramírez. Un poco en serio y otro poco también, Rodolfo y yo convenimos en que en lugar de hablar del «fenómeno postdramático» lo mejor sería llevar a Juliana al frente y dejarnos fascinar por su divina presencia. Allí estaba todo lo que se me ocurre que podría ser lo mejor del porvenir: la experiencia de dos que se aman y la nueva vida que se abre paso en su compañía.