Tres dramaturgias
Llegó el cuarto día del Festival Joven Dramaturgia y con él la lectura de la obra El mar, deveras de Martha Rodríguez. Una capitalina a lado de una norteña emprenden un viaje a alguna playa del país. Capi, por capitalina, tiene muchos issues que resolver con su némesis y ex amor; el pendejo, al cual se topa en su odiseaca desventura.
El texto va proponiendo un juego muy a modo de Rayuela y con la intervención y opinión del público se cuenta una u otra versión del texto. Una propuesta interesante donde al espectador se le da la batuta de qué versión contar por medio de un “sí” o un “no”. El texto es eficiente y con un tono relajado. Personajes simples expuestos a momentos de comicidad no desbordada. La lectura de alguna manera logró entender la esencia del texto volviéndose también relajada, vimos a los actores divirtiéndose y entrando en el juego que la autora propone.
Chimpancé: una maquina biológica de David Alejandro Colorado fue la segunda lectura del día. Un texto complicado, con varios discursos que buscan converger en un solo punto, no sabría decir con certeza cuál era ese punto. No lo sé porque siempre se está contraponiendo otro discurso al discurso, es decir: los animales son peor que los hombres, pero los hombres muchas veces actúan como animales. Se critica a los artistas que obtienen becas pero también se les defiende. Se critica la violencia en el país y sus desaparecidos, a los que hacen justicia por su propia mano, pero también hay una crítica al mexicano dejado incapaz de hacer algo para frenar la inseguridad. Claramente este no es un texto que se pueda disfrutar con la lectura, es uno de esos textos que para terminar de entenderlos se tienen que ver en escena, ya bien desmenuzado y entendido. La lectura ayudó a reforzarlo desde la puesta dramática.
Cuando leí el título de la puesta Leche de gato, autoría de Lucila Castillo, me sonó en la extrañeza, tenía la opción de imaginar de qué iba la obra pero la verdad es que preferí la sorpresa y vaya que lo fue. Pude quedarme corta con cualquier cosa que mi imaginario me hubiera dado con ese título, definitivamente no lo vi venir. Obdulia, una niña que padecía la enfermedad de la depresión, como todas las mujeres de su familia, un día dejó de creer en Dios, huyó de su casa y tuvo una hija pendeja, María Nicolasa, la cual no debe pensar mucho para no cuestionarse sobre Dios ni nada y así no deprimirse. María Nicolasa deseaba una gata persa a la cual nombraría Bruno, esta gata mitigaría su soledad y evitaría la depresión.
El texto llega a ser un poco frío y violento pero con la dirección queda una farsa bien lograda donde todos los elementos estéticos encajaban, te ríes de lo crudo y al segundo sientes ternura. El trabajo actoral es palpable; había personajes vivos, imágenes simples y concretas. Un trabajo gestual y corporal llenando silencios, todos los gags en su justo lugar.
Arrancaron con una energía y timing que atrapó a los espectadores, a los cinco minutos no dejaban de reír. Si acaso hubo dos pequeños momentos donde el ritmo parecía que se venía abajo, al final lograron sostener y seguir con el ping pong. Un montaje que te revuelve las entrañas a carcajadas.