Crónica del Festival de la Joven Dramaturgia 2015
Karla Ibarra
Al saber que fui aceptada para tomar talleres en esta 13° edición del Festival no pude más que ponerme contenta: era la tercera vez que asistiría; hace un año, lo hice como participante en la puesta en escena de la obra ADN Diente de león de Rafael Pérez de la Cruz; hace dos años, como becaria, por haber hecho una investigación acerca de la dramaturgia de Luis Santillán. Este año, fui por mis propios medios, guardaba dentro de mí la firme promesa de escribir día a día lo que iba aconteciendo, pero no me imaginé que mis únicos dos escritos fueran publicados en los suplementos de teatromexicano.com.mx sobre el Festival. ¡Así las cosas del destino y aquí estoy de nuevo, la puerta se abrió y espero no cerrarla por mi desidia!
La semana empezó el martes 14 de Julio en el Museo de la Ciudad con la lectura dramatizada de la obra Sarah Josepha (si tuviera el valor) de Luis Santillán, ganador del Premio Manuel Herrera 2015. De esta obra, ya había hablado antes (http://teatromexicano.com.mx/4693/sobre-sarah-josepha/) Ese día me retiré a casa contenta, era el primer día y me quedé con buen sabor de boca.
Al día siguiente, miércoles 15, empezaron los talleres en el CEART Santa Rosa, yo entré al de Dirección con David Olguín, quien nos dio una revisión histórica de la Dirección en escena desde Stanislavsky hasta la actualidad. ¡Buen comienzo de talleres también! Al terminar, me dirigí a la primera mesa de reflexión en la que Fernando de Ita y Alejandra Serrano dieron un panorama general de la dramaturgia en el país, las problemáticas de trasladar un texto a escena, del papel del Festival para que las voces jóvenes que van emergiendo y que en este festival encontraríamos, se fueran dando a conocer entre la gente de teatro, etcétera.
Ese mismo día, a las 16:30 horas dio comienzo el ciclo de lecturas dramatizadas de las obras seleccionadas. La primera fue Hay boda de la autora morelense, radicada en el DF, Scarlett M. Badó. La obra habla de una pareja que está a punto de casarse y en un arranque de conciencia —si así se le puede llamar— la novia decide escapar a buscar a su exnovio, con el que se sentía mucho mejor porque no la sacaba de quicio como el actual. Palabras más, palabras menos. Pude percibir una marcada voz femenina harta de los hombres y su incapacidad de escucharla, que llegó a hacerse cómica más por la puesta en lectura, que por la situación de la obra en sí. Había conflicto, sí, pero se estancó y ya no pasaba nada. Historia sencilla que al final se hizo predecible. Los signos que dio la directora como los barquitos y el que la novia cargara al novio con la cola del vestido fueron certeros y ayudaron a la lectura. La segunda obra, Shift y suprimir de la potosina Sayuri Navarro me llamó la atención por lo sobrio de la interpretación en la lectura, que no es lo mismo que falta de energía y sin matices; la obra habla de la relación de un hombre y una mujer desde que se conocen, flirtean, deciden luego vivir juntos y se topan con la inevitable costumbre en donde el amor se diluye como el agua. Es aquí donde me preguntaba qué seguiría, he visto muchos casos así en donde las parejas siguen soportándose y no se separan aunque sus cuerpos y mente pidan estar en otro lado. Y así fue, no pasó nada más. Al terminar, se dio el break para preparar la puesta en escena escrita y dirigida por David Jiménez Sánchez, con la compañía Ocho metros cúbicos.
Al entrar de nuevo al foro, vi una cerca de madera, un faro, una mecedora y un músico en escena cantando bajito con su guitarra. La imagen llamó mi atención, luego las actuaciones y dirección tan precisas pero no así la historia, con la que no logré conectar nunca. Venimos a ver a nuestros amigos ganar habla de la discriminación racial hacia los afroamericanos en Estados Unidos en los años sesenta, en dicho contexto, el atleta Peter Norman les dio su apoyo en los juegos olímpicos de México en 1968. Digo que no logré conectar con la obra por el mismo tema y el formato documental en el que lo presentaron. Me pareció alejado de mi realidad, en fin. En esa ocasión me pregunté si se puede disfrutar una puesta sólo separando sus partes. La respuesta no fue afirmativa pero da para más reflexión.
En el tercer día, jueves 16, luego del taller de Olguín en el que empezamos a planear y hacer ejercicios de dirección entre los compañeros de la clase, me dirigí a la segunda mesa de reflexión en la que Fernando de Ita, Alejandra Serrano y Bruno Bert hablaron de las obras de Scarlett y Sayuri e hicieron notar las lagunas dramáticas de sus textos, les preguntaron cómo sintieron la dirección de sus lecturas: ambas coincidieron en que los directores (María Fernanda Monroy y Fabián Verdín, respectivamente) habían aportado cosas positivas a sus obras. Al hablar del trabajo de David Jiménez; Fernando, Alejandra y Bruno no hicieron más que hablar bien y no era para menos: David y su equipo habían invertido bastantes horas de ensayos. Eso fue evidente para lograr la tremenda precisión en escena.
Al salir, empecé a ponerme nerviosa, ese día le tocaba lectura a dos colegas muy cercanas a mí: Lucero Troncoso, de Puebla —igual que yo—, con la obra Un día perfecto, y Jimena Eme Vázquez, del DF, con Mitad tú, mitad yo. Por poco y no alcanzo a llegar a tiempo. Un día perfecto empezó bien, aunque al ver un sillón viejo, un escritorio y una silla me dieron desconfianza pues eso significaba trazo y acciones con los objetos, que darían atención más a lo que se hace que a lo que se dice. La anécdota nos habla de una pareja de hermanos hombre-mujer que se quieren mucho y son muy cercanos, tienen flashbacks acerca de su infancia y adolescencia con sus padres que incluso pareciera que les permea demasiado en su vida presente. Él es dramaturgo y ella es actriz, quieren trabajar juntos pero siempre hay algo que se los impide, tal vez su hija, sus parejas. Espacios oníricos, espacios de realidad, inactividad que lleva al estatismo y ya no pasa nada. El texto tenía ciertos baches y el director no supo resolverlos. El final abrupto nos sacó de la somnolencia de una lectura lineal que duró hora y media. No fue una lectura afortunada. La segunda obra del día, de Jimena, fue resuelta de forma muy bella y sencilla por la directora, con sólo unos cuantos elementos en escena y las dos actrices leyendo frente a sus atriles, con neutralidad pero a la vez con intenciones que no resultaban exageradas sino todo lo contrario. Mitad tú, mitad yo es un monólogo para una actriz con dos cabezas, una es Carlota, la “original” y la otra es Carolina, “la copia”. Ambas están hartas de la otra, comparten la ropa, el padre, el amor, el sexo, la pasión, las enfermedades y los deseos frustrados porque no les queda de otra, separarse no será fácil. La autora y todos los que asistimos a dicha lectura quedamos extasiados y yo en cuanto vi a María Fernanda, la directora, la felicité, estaba haciendo un gran trabajo.
Ya en la noche, antes de las 8:30pm, empezamos a pasar al foro para observar la puesta en escena de Country, escrita y dirigida por Juan Carlos Franco. Hace un año vi la lectura dramatizada dirigida por Patricia Estrada y me llamó la atención el texto, aunque al final ya no supe en qué terminó, creo que ese día estaba muy cansada. En esta ocasión no podía perdérmela. La obra inició con una instalación de actores y objetos tirados y repartidos por el piso del foro, mientras nos acomodábamos en nuestros asientos, los actores decían algunos textos, yendo de susurros que iban in crescendo hasta llegar a los gritos, con los que formalmente empezó la puesta. Country habla de Jackson Parker, un joven residente de Arizona que un día enloquece y mata a 26 personas mientras actúa en la obra de teatro de su escuela. Él a menudo sueña con John Wayne mientras el pueblo se pregunta el porqué de sus acciones. La puesta en escena se me hizo pesada, el texto relataba hechos que no impactaban en los diez actores y por ende, no había mucha respuesta en el público. Fue un ejemplo de que entre más elementos haya en escena, menos atención se les presta a los actores: la energía estuvo disparada hacia todas partes y a ninguna en específico. El ritmo se alentó y casi al final, lo que salvó la obra fue la figura apacible e imponente de John Wayne, interpretado por Tom Ebert.
Al otro día, viernes 17, enseguida del taller de Olguín, en el que dimos un repaso de lo visto en clase y cómo lo veíamos en los ejercicios de los compañeros, me dirigí a la tercera mesa de reflexión en la que hubo llamadas de atención por parte de Fernando de Ita hacia el trabajo de Lucero Troncoso y más tarde a Juan Carlos Franco y su puesta en escena. Con respecto a la obra de Lucero, Fernando le dijo que la obra era muy larga, que haber puesto referencias tan clichés en el texto como Los simpsons no hacía que se le tomara en serio a un texto que intentó ser onírico pero en la intención se quedó, que el final estuvo sacado de la manga y que en resumidas cuentas, había que trabajarlo más. En eso estuvieron de acuerdo Alejandra Serrano, Bruno Bert y la propia Lucero, quien además agregó que había hecho mal en dejar tan abierto el texto y las acotaciones. Llegado el turno para las opiniones de Jimena y su obra, no hubo más que felicitaciones y reconocimientos por el crecimiento que tuvo la dramaturga en su oficio y que hace un año pasó “sin pena ni gloria” con Trigal, obra que estuvo en el Ciclo de autores emergentes. Para Juan Carlos hubo opiniones variadas, desde el que Alberto Villarreal lo felicitó por el arrojo y arriesgue que tuvo siendo que la obra está apenas empezando, como que Fernando de Ita le dijo que se engolosinó demasiado con su propia obra.
Lo que temía se hizo realidad y no pude llegar a la lectura de El mar, deveras de Martha Rodríguez, del DF. Lo lamenté mucho, me perdí una buena lectura de una buena obra, o por lo menos eso me dijeron. Luego llegó el turno de David Alejandro Colorado, de Monterrey, con Chimpancé: una máquina biológica. La obra habla de las diferencias tan imperceptibles que a veces nos diferencian de los chimpancés, en cuanto a la actitud pasiva ante la vida, la violencia, el sexo, la comida y la locura. ¿Existe realmente la evolución humana que planteaba Darwin hace muchas décadas o seguimos siendo animales? La puesta en lectura estuvo muy bien resuelta por la directora, quien creó imágenes, trazos, ambientes y matices junto con los actores utilizando sólo plátanos; hubo humor y risas en la primera mitad de la obra que luego se volvieron incómodas porque se volvía a hablar de los temas recientes y que son las piedras en el zapato del país como la injusticia, desigualdad, inseguridad, impunidad y corrupción pero al llegar al tema de los desaparecidos, ya no me pude reír, no porque sea una frívola sino porque me pareció que ya era moralina impuesta más por el contexto que por el discurso propio del autor. Sin embargo, me dejó reflexionando y eso se agradece.
Para terminar el día, vi la puesta en escena de Leche de gato, dirigida por Lucila Castillo, de Xalapa, quien también es la dramaturga. Yo tenía mucha expectativa por ver la obra, la culpa la tuvo el título. Quedé encantada del inicio al final. Incluso quería más. La obra parte de la inevitable idea que tiene Obdulia después de que sus padres, en la inocencia de su infancia, le dicen que ni Santa Claus ni Los Reyes magos existen. Ella concluye: “Si ellos no existen, entonces Dios tampoco”. Al poco tiempo se aleja de sus padres y tiene una hija, a la que le pone, María Nicolasa. Como las mujeres de su familia padecen de depresión, quiere evitar que su hija se deprima y piense en Dios y su existencia, por lo mismo, la hija vive encerrada a cuatro paredes en una rutina impuesta por Obdulia para no pensar y su único deseo es tener una gata a la que le pondrá Bruno. Pero un día, el abuelo llega a darles una noticia que hace que salgan de su rutina y se enfrasquen en una búsqueda para encontrar la casa de Santa Claus y tal vez el propio sentido de su existencia. Lucila utilizó el espacio casi vacío y supo sacarle partido con elementos sencillos y determinantes que aportaron aún más a la historia, evidentemente había creación de personajes en los actores —con vestuarios y maquillajes muy a la Tim Burton—, que entonaron a la perfección con la historia, que tenía mucho humor ácido por las groserías en los diálogos y los tics en los personajes. El ritmo de la obra a veces decaía por la transición entre escena y escena. Las ilustraciones, música y narración en vivo fueron excelentes. Al salir de la obra, en la cena, me acerqué a felicitar a la directora y a su equipo.
Al llegar el último día, sábado 18, me dio la inevitable depresión, el Festival se me fue como agua entre las manos. En mi taller de Dirección le dimos el segundo y último ensayo a nuestros ejercicios, no terminamos de comentarlos porque nos ganó la cuarta mesa de reflexión, que ya estaba empezando, así que nos dirigimos allá; luego de terminadas las reflexiones del Festival, regresamos a terminar las del taller. En las mesas de reflexión se felicitaron a ambos autores, a Martha, por haber creado personajes tan entrañables en su obra como La costeña y la forma dinámica de entablar la participación con el público, por medio del “Sí” o el “No”. A David Alejandro, por la idea tan original en que se combinan los chimpancés con los humanos. También felicitaron a los directores de las lecturas. A ambos autores les hicieron notar que siguieran trabajando sus textos porque tienen algunos baches dramáticos. Cuando se tocó el tema de la puesta en escena de Lucila Castillo, hubo cierta polémica, ¿era una forma de evangelizar a los presentes, que en su mayoría somos ateos? La premisa en la obra de que Dios no existe terminaba contrariándose por el final, en el que surgía la fe. ¿De qué? Ahí cada quien leyó distintas cosas, yo por ejemplo lo vi como que las cosas pueden cambiar, no necesariamente por creer en Dios y en los Reyes Magos. Escuché a algunos asistentes externando la misma idea. Lo importante que vi de esta mesa de reflexión es que se creó el debate por el diálogo, que tanto había mencionado Alejandra Serrano, como el deseo que siempre tuvo junto con los demás organizadores —entre ellos LEGOM, Paty Estrada, Edgar Chías, Mario Cantú, Fernando de Ita—, desde que se creó el festival.
Me fui a comer (gracias a los boletitos obsequiados por David Olguín que ya se iba al DF) con cierta melancolía, esos momentos de conocer creadores nuevos, hacer amistades cálidas de otros estados y estar en comunión con los asistentes en el foro ya sea para ver teatro o para echar la fiesta, poco a poco se iban acabando. Hice a un lado mi nostalgia y decidí disfrutar lo que estaba y lo que venía. Nos reunimos a las 4:30 pm para ver la lectura dramatizada de la obra Sicario Blues de la tijuanense Chantal Torres, con la que logré entablar amistad en este festival. El texto tiene como personajes a dos sicarios que hablan de su experiencia dentro del narcotráfico, la autora tenía más que decir acerca de ellos y su situación pero eso se diluyó en la solemnidad de una lectura tan plana y llena de silencios, así como de acciones que distraían a los actores en lugar de enfocarlos al texto. El director volvió a utilizar el mismo sillón, escritorio y silla que usó con la obra de Lucero Troncoso. Eso de principio ya me daba indicios de cómo iba a terminar todo: una lectura nada afortunada de la obra de una autora que el año pasado habló de los feminicidios dándole la vuelta y esta vez, lo volvía a hacer con el tema del narcotráfico. A las 6:00 pm se presentó la segunda obra, Díptero, del dramaturgo originario de San Luis Potosí, Aldo Reséndiz, que se nos presentó como puesta en escena y no como lectura dramatizada, dirigida por Marco Vieyra. La obra habla de la relación entre un padre e hijo después de que la madre se ha ido de la casa, despreciando al padre por ser cojo debido a un accidente en las vías del tren. La pierna se le ha ido infectando, tiene un carácter bipolar, pierde el trabajo y no hay muchas esperanzas de que las cosas mejoren. El montaje es muy llamativo por el dispositivo escénico que maneja y que ayuda a crear metáforas de la situación: maniquíes de piernas de mujer, brazos y pies de nenucos en un espacio reducido, todos estos juegan como objetos, muebles, personas e incluso comida, pero este dispositivo se ve traicionado por los mismos actores en ciertas acciones; las actuaciones son efectivas porque ayudan a crear a los personajes más por el aspecto físico que por el trabajo actoral, sin embargo, logran en ocasiones enternecer y hacer brotar una que otra risa. La iluminación es un recurso que no se supo aprovechar para el espacio en el que se presentó la obra, al usar el azul y el rojo como tonos recurrentes que hacen predecible el final.
Llegó el momento de la obra que cerraría este Festival: DHL de Luis Eduardo Yee, quien también actuó, dirigido por Ricardo Rodríguez, ambos de la compañía Los Bocanegra. Conocí a Luis hace dos años cuando vino con lectura dramatizada (Mandíbula), hace un año lo vi actuar en una obra (Tiburón) y esta vez, lo vería de nuevo en el escenario con una obra suya. La obra habla de un mensajero de la compañía DHL llamado Félix que tiene a Rosa, su novia que lo ama mucho y a la que conoció desde el kínder. Un día, Félix se topa con un paquete urgente que tiene una dirección que no existe en su cuadrante de entregas. Esta dirección lo obsesiona tanto que lo hace perder lo que tenía seguro para así enfrentar sus miedos y encontrarse a sí mismo. El texto ya lo traía leído pues el autor tuvo la amabilidad de compartírmelo el año pasado. Así que tuve mucha curiosidad por verlo en escena. Me quedé sorprendida, la dirección supo resolver el monólogo, evitando lo cansado que pudiera haber sido sin las acciones físicas que iba ejecutando el actor mientras nos contaba la obra. Un montaje preciso y limpio, con un diseño espacial, sonoro, lumínico y de vestuario en armonía con la obra que ayudó a crear diversas imágenes y atmósferas muy bellas. La actuación fue muy sincera e íntima por el personaje enternecedor que Luis creó. No cabe duda, ¡el festival cerró muy bien este año!
Terminada la obra, se hizo la respectiva clausura y las palabras de despedida de los organizadores no se hicieron esperar, escuché en ellos cierta melancolía. Debido al cambio de gobierno en Querétaro y a la inevitable salida de la actual Secretaría de Cultura representada por la Lic. Laura Corvera, que ha dado mucho apoyo para la realización del Festival, prácticamente todos están a la expectativa, me incluyo. El Festival ha sido la plataforma en la que he conocido las voces más recientes y las más consolidadas de la dramaturgia, la forma de relacionarme con creadoras y creadores de otros estados, creando vínculos de trabajo; la actualización de mi aprendizaje profesional a través de los talleres que he tomado, significa también las amistades que he hecho y que hice en esta edición. Ojalá y sigamos teniendo mucho Festival de la Joven Dramaturgia para rato. Si es así, ahí nos seguiremos viendo.