Dos pequeños vacíos en el 13 de la buena suerte
Lucero Troncoso
Reconocer un célebre poema de Cavafis, al escucharlo en una lectura dramatizada, lo hace a uno comprobar su erudición. Y esto es lo que le ocurrió el pasado 16 de julio a una importante figura del teatro nacional, en el 13º Festival de la Joven Dramaturgia, en Querétaro: el reconocido periodista, crítico de arte, autor y dramaturgo, Fernando de Ita. Escribo esto para señalar que al maestro se le pasó mencionar que en mi obra, Un día perfecto, que se presentó en el marco del festival como lectura dramatizada, bajo la dirección del queretano Fabián Verdín, también aparece un poema de Brecht, algunas frases del Ritual Romano de exorcismos, una canción de Lou Reed y, desde luego, una trivial escena de Los Simpsons, que sí fue registrada por la crítica. Pero estas citas eran difíciles de rastrear en la puesta en lectura (un neologismo, acuñado por De Ita, para los experimentos escénicos, afortunados o no, que disfrutamos durante el festival.) La razón es muy simple: para los actores es complicado traducir con sus cuerpos las comillas o las cursivas que el autor coloca en el diálogo. Lo que quiero decir, en palabras llanas, es que para descubrir las comillas, uno tiene que leer el texto.
El maestro De Ita nos hizo reflexionar sobre la importancia que tiene responsabilizarse por las credenciales que uno ostenta, y dándole toda la razón, me parece preocupante que se haga la crítica formal de un texto, sin haberlo leído. Un pequeño, pero significativo vacío.
Las comillas y cursivas, como las acotaciones, los colores, las mayúsculas y otros signos que aparecen en los textos, son cosa del autor; el director o directora de la lectura decide si lleva eso a la escena y de qué forma. En mi experiencia, hubiera sido muy provechoso platicar con el director para conocer cómo fue el proceso creativo que lo llevó a resolver la acotación que indica que “(l)os espacios y los tiempos no son fijos, sino moldeables, mutantes, como si se tratara de un sueño” con la decisión de colocar un viejo sillón amarillo, una mesita y una silla. Ciertamente, estaba en todo su derecho. ¿Por qué no? Uno sueña con toda clase de cosas. Luego tuve un déjà vu al ver en escena los mismos elementos escenográficos en la lectura de la obra Sicario Blues, de Chantal Torres, dirigida por el mismo Fabián, y mis ganas de platicar con el equipo de creadores, se multiplicaron. Pero fue otro pequeño vacío que no pudimos solventar.
Estos dos fueron los únicos detalles que, personalmente, detecté como susceptibles de mejora, en un evento que, por lo demás, me dejó con un muy buen sabor de boca. Aunque fue mi primera vez en el festival, me parece evidente que en trece años de experiencia, la Joven Dramaturgia ha ido puliéndose sobre la marcha. Uno puede distinguir la multitud de aciertos que los organizadores, a lo largo de los años, han ido gestando con grandes esfuerzos. Una logística impecable, un equipo eficiente y unas instalaciones funcionales y bellas, crean una infraestructura muy adecuada para un espacio de diálogo que apuesta por el enriquecimiento de la escena mexicana con las más diversas voces.
Yo, acostumbrada al coto cerrado que suele ser el teatro poblano independiente, en el que siempre he estado, quedé gratamente sorprendida con la actitud incluyente y respetuosa con la que se hizo la selección de textos, y la atinada libertad que se les brindó a los jóvenes actores y directores queretanos para abordarlos.
Los talleres, por los comentarios de mis compañeros y por mi propia experiencia en el de dramaturgia, fueron extraordinarios.
Ha sido una suerte participar en esta edición del festival, y agradezco, sobre todo, el aprendizaje. Debe ser una motivación, para los creadores escénicos de todo el país, contar con el ejemplo de generosidad y compromiso con el Teatro que han demostrado los organizadores de este evento. Somos muchos los que esperamos que las autoridades de la próxima administración, en Querétaro, puedan vislumbrar la importancia del festival en la vida artística de la región, y sus alcances en todo el país. Si el trece fue de tan buena suerte, imaginen, cabalísticamente, lo que augura un doble siete.