Lázaro: una reflexión sobre los límites del yo, de la persona y el personaje
Eglón Mendoza
Amar es buscar y ser buscado al mismo tiempo.
Confesiones de una Máscara, Yukio Mishima
Esta mañana la luz del sol hace su entrada, abriendo surcos en la penumbra como todos los días. De esta manera, el anuncio del (re)inicio de la vida se impone, y con él, un bucle de rutinas, nostalgias y recuerdos casi imperceptibles en el reflejo frente al espejo. ¿Quién es ése? ¿Podría no ser el que hasta ahora había pensado que era yo? ¿Es posible reiniciarme junto con el pasar los días y llegar a ser otro?
Los límites del yo, de la persona y el personaje, son algunas de las exploraciones contenidas en la pieza Lázaro de la cuadrilla Lagartijas tiradas al sol, presentada por primera vez en español el pasado 12 de diciembre en la recta final del Festival de Unipersonales de Xalapa 2020, justo un año después de que el actor Gabino Rodríguez decidió dejar de ser el mismo para convertirse en otro, en Lázaro.
La pieza forma parte del ciclo My documents online de la artista Lola Arias, en la que a través de una serie de correos electrónicos, fotografías, teasers cinematográficos y confesiones íntimas, Luisa Pardo y Lázaro Gabino, construyen una narrativa poética en torno a las posibilidades de dejar de ser unx mismx. Al mismo tiempo que develan los clarososcuros del oficio de la actuación y de la insuperada angustia de la existencia humana.
Como actor, me es imposible no pensar en el vértigo exquisito que produce la creación per se; en la exigencia del control que permite liberar, y entonces, arribar a la posibilidad de que el actor-actriz, siendo quien es, sea otrx que no es. Dicen que los límites entre la actuación y la locura son escandalosos. No me puedo imaginar la crisis a la que se puede llegar en el momento en que una vez terminada la función o finalizada la grabación, no se pueda dejar de vivir, pensar y actuar como el personaje.
En definitiva, la experiencia cinematográfica tanto de Rodríguez como de Pardo, permiten una eficacia visual y dramatúrgica que redondean la experiencia. No se trata propiamente de un montaje en dónde la construcción de personajes sea la parte central del quehacer del actor sino más bien, como solía decir Gabino, de la cacería de dragones.
Lázaro es un entrañable e inquietante ensayo sobre la búsqueda del yo, pero sobre todo, del recordatorio de que la ficción no es una mentira, sino la verdad construida desde eso que llamamos realidad, que ingenuamente aseguramos conocer y creer que es inamovible. De tal suerte que sí, es posible (re)crear, ficcionar con cada nuevo día un mito renovado sobre un otrx que no soy yo, y al mismo tiempo conserva algo de mí. Los limites serían pues, un cruce de fronteras entre la imaginación, la radicalización y la performatividad.