Ser alguien en la vida: Lázaro
Gerardo Gutiérrez Beraud
Lázaro nos da la espalda desde que aparece en pantalla y la mayor parte del tiempo. El asunto de escuchar su voz sin ponerle cara es una situación intrigante y planeada para ello, por supuesto. Y lo logra con creces. Y ahí está uno, en el intento de adivinar si Lázaro se parece aún a Gabino; si el cambio ha sido radical o si sólo fue una cirugía estética menor; si acaso conserva alguno de los rasgos que aparecen en las fotografías que se muestran en pantalla; vaya, si ha quedado algo del que quiso dejar de ser.
Las preguntas no dejan de asaltar la mente. ¿Quién quiere cambiar así, de esta manera, a esta edad? ¿A quién se le ocurre dejar de ser cuando, durante media vida, ha construido su individualidad? ¿Qué demonios le sucedió a este individuo para llegar a este punto de desprendimiento? ¿Acaso no hay nada en su vida que le permita mantenerse como hasta antes del cambio? Y, tal vez la más importante al final de cuentas, ¿cómo logra tomar una decisión que le distanció no sólo de las personas más cercanas a su vida sino de él mismo?
El bombardeo de ideas es constante. Por un lado las líneas textuales que van leyendo los dos personajes, Lázaro y Luisa; por otro, las imágenes y fotografías que sostienen la historia de la razón que sustenta el deseo del cambio. Y por otro, no menos importante, las propias reflexiones que como espectadores estamos llevando a cabo la mayor parte del tiempo sin autocontrol, sin consciencia, sin lograr detenerse un sólo momento para poder decir qué está sucediendo.
“Ser alguien en la vida” es una expresión que nos acompaña a nosotros, individuos sociales, desde que tenemos uso de razón y estamos expuestos a la valoración y evaluación de quienes se acercan a nosotros o nos rodean. “Tienes que estudiar para ser alguien en la vida”; “tienes que trabajar para ser alguien en la vida”; “no puedes pensar de esta o aquella manera porque tienes que ser alguien en la vida”. Claro, la vida misma se trata de ser alguien, pero no una persona que uno mismo decida, sino aquella que esté aprobada y –en estos tiempos– certificada por el ojo clínico de la sociedad que nos permite, o no, encajar en la convivencia cotidiana. Todo esto para llegar a un punto en el que no, ahora no quiero ser esa persona, quiero ser esta otra y quiero llamarme así.
Lázaro es una puesta en pantalla de Lagartijas tiradas al sol que nos obliga a ver lo que normalmente elegimos ignorar. Nos planta frente al espejo, nos toma la cara por la fuerza y nos presenta ante nuestro reflejo para vernos a nosotros mismos y decirnos “éste soy yo”; o, en el mejor de los casos “¿éste soy yo?”. Nos remite al ejercicio de repasar aquellas decisiones importantes de nuestra vida y cuestionarnos si las hemos elegido con plena consciencia de quererlas, con todo y sus consecuencias, o de plano caemos en cuenta de haber elegido nuestro camino según nos fueron indicando las presiones sociales, familiares.
Lázaro, en la obra virtual, tomó una decisión. Le llevó media vida y algunos tropiezos. Le tomó dolores y sufrimientos. Dejar atrás a Gabino es lo importante. Pero siempre tendrá más peso el asunto de fondo: Lázaro, como Gabino, sigue viviendo bajo las mismas reglas, cerca de las mismas personas y dentro del mismo sistema social. ¿Cuánto tiempo le tomará a Lázaro querer ser alguien en la vida?