La televisión pública
La caja invisible
Fernando de Ita/ EL FINANCIERO
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- Mientras ese plus del trabajo humano que es la cultura no se desarrolle y se difunda en los medios masivos de comunicación, el cultivo del saber, la inteligencia y el espíritu seguirá siendo elitista, marginal, minoritario. Acaso el error garrafal de las mentes pensantes del segundo tercio del siglo XX fue haber desdeñado el poder subyugante, y por lo tanto formativo, de la caja idiota, la invención tecnológica que llevó a la sala de la casa la tradición del teatro, la innovación del cine y la eficacia comunicativa de la radio.
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- Como industria, la televisión mexicana reprodujo con la nueva tecnología las viejas formas de información y entretenimiento, afianzó la moral dominante, fue instrumento servil del poder político, y al complacer “el gusto” de las mayorías por la risa idiota y el bajo melodrama, creó un círculo vicioso en el que la desinformación, el analfabetismo y el ínfimo nivel cultural de la población que hizo de ella su medio para percibir el mundo, fue el parámetro de su producción. Por lo mismo, habría que revalorar el intento del primer monopolio televisivo por dedicar su canal metropolitano a la programación cultural a finales de los años 70, aventura encabezada por Miguel Sabido que fue menospreciada por la culta minoría de la ciudad capital por buenas y malas razones, entre ellas la del prejuicio ideológico que criticaba tajantemente las novelas históricas, por ejemplo, que con todo su reduccionismo histórico y político, le mostraron a millones de mexicanos parte de su pasado con mucho mayor eficacia que todos los libros de texto. Recordando el rechazo visceral de la intelectualidad radical de los años 70 por “la caja idiota”, con algunos de sus más destacados historiadores y cronistas se cumplió la sentencia poética de José Emilio Pacheco: “Ya somos todo aquello en contra lo que luchamos a los 20 años”.
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- Aunque la televisión privada era, en boca de su fundador: “un soldado del PRI”, el presidente Luis Echeverría hizo del Canal 13 la primera televisión pública de alcance nacional en México, no para cumplir con los deberes nominativos de un medio de comunicación del Estado, como lo hacía la televisión europea, entre los que estaba difundir la cultura, sino para tener esa pantalla al servicio del poder político que en aquel momento ejercía la censura contra el menor disentimiento del dogma priista. Yo mismo sufrí la esquizofrenia de esa conducta, pues gracias a la aprobación de Echeverría el Canal 13 me dio todos los medios para producir un programa con y para los jóvenes, que nunca salió al aire por la sencilla razón de que su título era: “En otras manos”. Eso nunca, La televisión pública debía estar en manos de Gobernación, es decir, de la censura, del oficialismo.
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- De ahí pasó a la Secretaría de Educación, ocupada actualmente por un ex secretario de Gobernación, de manera que los nombramientos de Enrique Cabrera en Canal 11 y Raúl Cremoux en Canal 22, hechos por don Emilio Chuayffet, nos llevan a ponderar los avances que han logrado ambas televisoras en materia de libertad de expresión, logros que de ningún modo deben restringirse sino ampliarse para cumplir con el deber social de los medios públicos de comunicación. Tanto el señor Cabrera como el señor Cremoux, tienen méritos académicos y experiencia profesional en medios escritos y electrónicos, pero sus trayectorias han estado ligadas al priismo, y esta denominación política se ha distinguido por la manipulación, la acotación y la restricción de la trasparencia informativa.
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- Canal 11, con una audiencia promedio de 3.5 puntos (cada punto es de 400 mil televidentes), se ha puesto a la vanguardia de la televisión abierta en sus programas de análisis político, en la producción de series propias, en la programación de series y películas extranjeras, en su barra de entrevistas y testimonios. Su reducido presupuesto le impide tener una cobertura informativa tan completa, técnicamente hablando, como los monopolios, pero mantiene una información confiable y objetiva en casi todos los aspectos de la vida pública. Digo en casi todos porque tampoco le da patadas al pesebre.
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- Ya no tiene un Noticiero como
Hoy en la Cultura
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- , que fue un parteaguas en la información y valoración de la producción artística para el medio, pero tiene una barra cultural en su Noticiero, y en conjunto, la programación del Canal del Politécnico tiene un perfil cultural que no debe perder sino afinar y acrecentar, teniendo la libertad de expresión como su palanca de Arquímedes.
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- Canal 22, con una audiencia de 1.2 puntos, tiene tres problemas torales: Su bajo presupuesto; su indefinición jurídica en materia laboral y la ausencia de una política definida como televisión pública. Técnicamente tiene la capacidad de ir en busca de una mayor audiencia, de programas innovadores, de coberturas nacionales e internacionales, de una programación, en suma, más dinámica, mejor hecha y mejor pensada. Con todo, mantiene al aire el único Noticiero Cultural de la televisión mexicana, que al menos para la comunidad cultural del Distrito Federal y parte de las provincias, es un referente y un espacio de difusión masivo, dentro de su marginalidad. Me consta que a pesar de todas las grillas internas, el equipo que dirige y hace el Noticiero se ha ganado la oportunidad de ser visto y escuchado por su trabajo, sus propuestas, por su afán de hacer una televisión pública que haga de la cultura su centro de atención.
- Si en sus comienzos la televisión privada fue “La Caja Idiota”, ahora la televisión pública es la “Caja Invisible”. El compromiso del Secretario de Educación y de los titulares de la televisión pública es, incuestionablemente, hacer visible esa pantalla, y eso de ningún modo se logrará poniendo por delante el control priista del pasado, propiciando la censura, manipulando la información, acotando la libre circulación de las ideas y evitando la crítica. Todo lo contrario. Sólo recuerden lo que logró “La Hora nacional” en la radio: apagar todos los trasmisores de su mensaje. Aumentar el espectro de la televisión pública a partir de su veracidad y eficacia es el deber de los servidores públicos. Impedir que sea de otra manera es una obligación ciudadada.