Raquel Soane: La galpona
(1932-2012)
Fernando de Ita
Qué rápido gira el mundo, Raquel. Cuántas vueltas ha dado desde el año de 1977 en que nos vimos por primera vez con Yañes, con Braidot, con Campodónico, con Atahualpa del Cioppo. Entonces te pregunté si eras una de las adelitas de El Galpón, el colectivo uruguayo que era la punta de lanza del teatro independiente en la tierra de Artigas y de Oneti. Te quedaste muda porque así llevaran ya un año en México, su corazón y su mente seguía en Montevideo, sobrecogidos por la barbarie militar que los lanzó la exilio para evitar la cárcel y la muerte; no tenían tiempo aún para conocer la historia de México, sus usos y costumbres. Muchos años después, cundo ya eras Urumex, me respondiste por fin aquella interrogación: “No soy Adelita de El Galpón, soy Adelita del teatro”.
Con tus colegas de El Galpón fui testigo de lo difícil que es el exilio forzado, el desarraigo involuntario de la patria, la ciudad, el barrio, el boliche, los amigos de toda la vida. Con Blas y contigo compartí el desgarramiento personal que implica romper las raíces de la tierra original para trasplantarlas a otra latitud geográfica, histórica, cultural.
Ciertamente los galpones descubrieron en México que Uruguay era parte de Latinoamérica y Blas y tú lo hicieron tan a fondo que cuando se presentó la oportunidad de regresar a Montevideo, ambos se quedaron en la ya imposible ciudad de México, al frente de Contigo América, para honrar su compromiso fraternal con el país que les dio asilo.
De aquel primer encuentro con ustedes me queda la impresión que me causó la modestia de Atahualpa, la bonhomía de Blas y el brillo mental y retórico de Rubén Yañez, todo un intelectual de aquella izquierda ilustrada del cono sur, tan cerca teóricamente de los condenados de la tierra y tan lejos de ellos en la práctica, aunque el teatro le permitió a El Galpón acercarse a la clase obrera y convertir su sala, en la calle de Mercedes, en una referencia cultural y política de la sociedad uruguaya. Por eso fue consternante el desarraigo, la traslación de su trabajo artístico a un país en el que no existía prácticamente el teatro, la cultura independiente, de gremio, de comunidad, de sociedad civil, porque el gran mecenas y casi el único productor de bienes y servicios culturales eran, es el Estado. Tus ojos, Raquel, recuerdo la agridulce mirada de tus ojos cuando hablamos por primera vez del desequilibrio que te provocó el exilio: “Me siento como una mesa con tres patas”, me dijiste entonces. Fue duro ponerle su pata mexicana a la tabla de tu vida, pero lo hiciste con tal entereza, con tal valentía, que ni la cuchillada que te pegó el Blas cuando se enamoró de otra criatura en tus narices, rajó del todo tu voluntad de vida, tu deseo de teatro, de compromiso con el teatro y la vida.
Como me enteré de tu muerte en la ciudad de Puebla, cuando tenía en la mesa de trabajo el libro que los amigos de Guillermo Cabello hicieron para recordar los 10 años de su mortal accidente, apareció en mi cabeza la noche en que Guillermo y tú hablaron tan vehementemente de la necesidad de crear una red viva y actuante de teatro independiente, en el pequeño foro del grupo Atrasluz, que si los deseos fueran ordenes tendríamos un movimiento teatral más vigoroso que el de Argentina, pero la pasión, la responsabilidad, la honestidad, la resistencia, la disciplina, el compromiso artístico y social que ambos sostuvieron en vida con el teatro, no bastan para romper la inercia mental de una población ajena al teatro, acaso porque no hemos sabido conquistarla para la causa, aunque gente como tú, Raquel Soane, hayan hecho todo lo que estuvo de su parte para lograrlo.
Cada vez que me llamabas por teléfono para invitarme a un estreno de Contigo América se me encogía el corazón porque pensaba en el esfuerzo sostenido de tu vida por hacer del teatro un vinculo de comunicación, de entendimiento, de debate con el otro, con los otros, y recordaba enseguida los triunfos de sus mejores montajes pero también la sala semivacía y los esfuerzos titánicos por sostener la utopía, tan pesados que acabaron con tu salud en una país en el que ni los artistas que han entregado literalmente su vida al bien común tienen seguridad social ni apoyo alguno para ese otro exilio que es la enfermedad. Como diste todo por los demás algunos de ellos dieron algo por ti y Contigo América no será tu mausoleo, aunque ahí queden tus cenizas, sino tu nicho, tu altar secular, tu obra inconclusa, porque tu obra quedará completa cuando aquellos que se quedaron con la herencia de tu ejemplo, de tu persistencia, de tu amor por el teatro, no te olviden jamás.