Pajarita nudo de mariposa, un vuelo en picada
María Teresa Adalid
Amelia, de 13 años, está sola, en silencio, en el taller de su padre. Hay algunos bastidores, objetos que cuelgan, un escritorio viejo, dos títeres, un banco, una escalera y una tela blanca de fondo, entre otras cosas que se ocultan en la penumbra. Todo huele a nostalgia.
“De tanto que los otros cavan en mi mirada mientras esperan que me decida a hablar, de tanto que cavan en mis ojos mientras esperan entender lo que pienso, lo que vivo… hay una muralla de piedras que se formó en mi garganta” dice la chica mientras evoca a su padre muerto, trata de entender su existencia, el silencio que la consume por el shock de perder a su progenitor en un accidente aéreo; un gran constructor de aviones a escala, viajero incansable a la imaginación.
Lo que promete ser una historia entrañable, llena de recuerdos y una reconciliación de Amelia consigo misma, se pierde en una narrativa de Marie Eve-Hout con traducción de Humberto Pérez Mortera cargada de información y datos que, más que aportar algo, lo único que consiguen es alargar la trama. Se cuenta la historia de Ícaro, las hazañas de Amelia Earhart, los hermanos Wright o los cuatros principios para conseguir el vuelo: una serie de retrospectivas deshilvanadas que opacan los elementos necesarios para calar al espectador en el amor filial y la complicidad, fue lo que se representó en el Festival Otras Latitudes del Centro Cultural del Bosque y en los próximos días lo hará en la 37 Muestra Nacional de Teatro en San Luis Potosí.
Las actuaciones son poco convincentes, los diálogos se recitan, faltos de intención, matices, y una energía muy débil, lo que no permite a los actores Ihonatan Ruiz y Scarlet Garduño, apropiarse de los personajes, ni siquiera cuando se revela que el papá padece de vértigo. El exceso de texto en Pajarita nudo de mariposa, provoca que no exista empatía con el público, sobre todo con los niños, a quien está dirigido el montaje. Sólo hay dos momentos destacables: el primero, cuando Amelia tiene una pesadilla en la cual la persiguen y no puede volar, marcado por un cambio de música, luces y un recorrido por el escenario en un juego que sostiene con su padre; el segundo, cuando la chica habla con su maestra respecto a cómo enfrentar el hecho de la muerte.
La escenografía, tiene la intención de representar el estudio del difunto, pero más bien queda en una idea inconclusa que no aterriza en un concepto sólido, pues la mayoría de los objetos están distribuidos de manera arbitraria, dando la sensación de que se trata de un espacio más cercano a un cuarto de cachivaches que a un taller de alguien cuya pasión es replicar los primeros aviones de la historia.
Cabe decir que mucha de la narrativa se pudo traducir en imágenes visuales a través del teatro de sombras, que poco utiliza la directora Daniela Casilla, así como darle un verdadero sentido a los dos títeres —fabricados por Humberto Galicia e Iker Vicente—, que representan a la niña y su papá, en escenas que pudieron resultar más logradas de haberlos empleado para significar ciertos momentos de complicidad compartida.
Para el final, se anexa otra historia de un niño chino que también está en silencio pero encuentra su propia solución en la escritura, alentando a la muchacha a hacer lo mismo, es por esto, que Amelia no vuela como pajarita libre y feliz, pues el montaje sólo se queda en pinceladas de uno de los temas más interesantes de la humanidad como lo es el descubrimiento de uno mismo.