Híbrido. La dificultad de la imagen
Alejandro León
Me gustan las historias, me gusta seguir una anécdota. Siempre he sentido que tengo una imposibilidad para disfrutar de las imágenes por tiempo constante. Una dificultad para sentirme satisfecho por una cuestión meramente visual. Híbrido dirigida por Claudia Anguiano, es una de esas obras que no sé cómo leer.
Cuando entro a la sala veo el espacio cargado de humo, de olor a incienso, de colores tenues, de una atmósfera oscura, casi fantasmagórica. Una vista muy atractiva que al instante me recuerda a estéticas ya vistas con el grupo de títeres Luna Morena.
La obra transcurre con pocos diálogos (escasas dos o tres frases), cambios de luces muy interesantes mientras las dos actrices (Fátima Ramírez y Abril Iñiguez) le dan vida a muchos objetos que hay sobre la escena. Los primeros minutos soy capaz de seguir al pie todo lo que ocurre, pero poco a poco comienzo a perderme. No puedo seguir el hilo, mi atención se dirige hacia la parrilla, hacia otros espectadores, hacia cualquier cosa. Hasta que, poco antes de la mitad del espectáculo, aparece un letrero que me dice que los que están sobre la escena son objetos olvidados que alguien desechó. Los personajes están jugando con ellos, dándoles vida, dándoles uso. Esto le da cierta cohesión a lo que he visto y, supongo, a lo que veré. Pero es una ilación débil que no alcanza a atraparme del todo. Las imágenes no son lo suficientemente poderosas como para abandonarme a ellas, y las metáforas construidas con los objetos son de lectura fácil. En un minuto entiendo el mensaje que seguirán repitiéndome en ocho quizá diez minutos.
De pronto, a un cuarto del final de la obra, hay un cambio abrupto en todo el montaje. La estética construida desaparece, el tono y el trabajo corporal de las actrices se modifica. Nos hablan a nosotros, nos cuentan de su vida. Deja de ser un trabajo corporal para volverse un teatro de la palabra. Parecen dos obras distintas, dos búsquedas diferentes. Me encuentro más perdido que nunca, pero descubro (al menos esa justificación construyo en mi cabeza) el porqué del nombre de la obra: Híbrido.
Al finalizar la función escucho comentarios de todo tipo: a unos les pareció interesante, a otros no les gustó nada, muchos se aburrieron. A otros les encantó. Es una búsqueda muy particular que seguramente aquellos que priorizan lo visual encontrarán interesante. A mí me hace preguntarme: ¿Puede bastar la imagen para un espectador acostumbrado a las historias? Y si la respuesta es sí, ¿cómo construir imágenes potentes que puedan atrapar a cualquiera?