Un reloj de agua y de arena
Rafael Volta
Una gota de agua solitaria se ahoga en la arena. Billones de billones de billones de gotas sobre la misma arena forman un mar, un oleaje, un sonido. En La gota y el mar, una mujer sola, en una ciudad, anhela encontrar otra gota para no disolverse tan rápido, para sobrellevar de mejor manera un presente seco. La imagen que queda después de ver la obra de Estefanía Ahumada se resume en un preciso y poético reloj de agua y arena que forma parte de la escenografía. Una gota cae lentamente, desde el cenital, sobre un cuadro de arena, lleno de luz. No sólo se mide el pasar del tiempo, sino también el grado de soledad y dolor de una persona al ahogarse en otro elemento distinto de ella. Una gota también se ahoga, no en el mar, sino en la arena.
La situación inicial nos presenta a Marisol, la protagonista, constantemente preocupada por el pasar del tiempo y las actividades pendientes. No vive en el presente. Vive en un futuro imperfecto. Está enamorada secretamente de Marco, a quién todos los días espía desde su ventana. Cuando éste desaparece, lo primero que hace Marisol es entrar al departamento de su amor platónico para descubrir que ella también es espiada por aquél. Pista tras pista tratará de encontrar su paradero en una playa lejana. Marisol es interpretada por las actrices Estefanía Norato y Abigail Pulido, quienes se reparten el trabajo de contar y encarnar a los personajes secundarios.
En la obra, el uso de la escena y la obscenia es balanceado. Se dialoga, se cuentan eventos que sucedieron en otro tiempo y lugar, mientras la historia sigue avanzando. Sin embargo, el tono, la anécdota y la secuencia de escenas de la protagonista al dialogar con diversos personajes secundarios recuerdan mucho a El amor de las luciérnagas de Alejandro Ricaño: a través de un viaje en busca de un amor perdido, en el cual conoce a varias personas, la protagonista vencerá sus miedos y descubrirá su verdad. La técnica para los diálogos y la narración de la autora es muy limpia, casi académica, como si la obra fuera el examen de graduación de la carrera de literatura dramática.
La escuela de Xalapa, cuya base es el maestro LEGOM y su legado en el Festival de la Joven Dramaturgia, es un imán muy poderoso. Es difícil salir de su campo de influencia tanto narrativa como estructuralmente. Sus discípulos —Alejandro Ricaño, José Manuel Hidalgo, entre otros— han ampliado su campo magnético al ganar, al igual que su maestro, los premios más importantes. Quizá sea el tipo de dramaturgia más leída por los estudiantes, jóvenes escritores y directores. Además, los montajes de sus obras han encontrado soluciones en escena muy parecidas. Algunas de las cuales son:
- Narración a varias voces o en forma coral.
- Personaje repartido en dos o más actores y/o actrices.
- Construcción del personaje como una metáfora.
- Gags de humor mexicano para aliviar tensión y llevar el ritmo.
- Dramedy.
- Final cerrado o cíclico.
- Balance entre diálogo y teatro narrado, entre otras.
Esta forma de escribir teatro funciona. Es efectiva. Le va muy bien al espectador mexicano, una “receta” que lleva a ganar premios al presentar deliciosos pasteles que se ven muy bien y saben delicioso. Tienen sustancia, no son puro betún. ¿Pero hasta cuándo se agotará este modelo? ¿No son ya demasiadas obras en la joven dramaturgia mexicana que se hornean así?
El ritmo de la narración en La gota y el mar se mantiene fresco gracias a los gags. No hay prisa por contar. La información que nos lleva a entender el drama de Marisol se va develando inteligentemente a través del diálogo con los personajes que conocen a Marco: su jefe en la oficina, su maestro yogui y un niño solitario en una playa. Esto permite construir a un personaje que nunca aparece en escena. La transformación de la protagonista es interna y sucede en una noche de tormenta cuando ella pierde un dije en el que están la foto de su papá, el cual fue abandonado por su mamá. Nos damos cuenta que la soledad y el pasado de Marisol son una losa demasiado pesada la cual necesita dejar atrás. Este cambio en el ser es verosímil. Sin embargo, el discurso final no convence, ni funciona. De la nada, Marisol se torna explicativa y filosófica acerca de las metáforas que subyacen en la escenografía y en el texto y tratan de ser didáctica, como si el espectador fuera incapaz de sacar sus propias conclusiones. Estas palabras le estorban a la obra y le restan contundencia final.
La escenografía se resuelve en ángulos rectos. En el centro del escenario, dos cuboides de madera y con piso de malla delimitan el espacio de cada actriz. Debajo de cada uno se colocó una caja de luz y un ventilador que levantaron la falda de las actrices como si fueran anémonas de mar. Es lindo, pero efectista, dado que solamente se usa una vez. Pareciera que el vestuario y el ventilador se colocaron a propósito para lograr esa imagen sensual que quedó aislada. La historia y el tema de la obra no van por ahí.
El trabajo actoral de Estefanía Ahumada y Abigail Pulido fue sincronizado. Destaca la acrobacia de la primera al saltar entre cuboides. Se acompañan bien, pero no alcanzan a emocionar al espectador por su desempeño. A pesar de que el texto, sin duda, está bien escrito y estructurado, no lleva al límite de su capacidad a las actrices ni a la dirección, y por lo tanto el espectador no logra ser plenamente conmovido en los momentos trágicos y apenas se ríe en las situaciones cómicas. Sin embargo, Estefanía ha logrado sacar adelante su ópera prima. Ganó el Vicente Leñero 2017, y seguramente vendrán textos y montajes en que su voz y estilo brillen dentro del competido mundo de la joven dramaturgia.
Ojalá que la gota se convierta en mar.
La obra fue dirigida por Ingrid Cebada y se presentó como el tercer montaje dentro de la muestra Teatro de una Noche de Otoño 2019, organizada por Catamita y curada por Juan Carlos Franco, el domingo 24 de noviembre, a las 18 hrs. en el Museo de la Ciudad de Querétaro.