La crítica: una mujer alta y ojerosa
Fernando de Ita
La crítica debe ser una mujer alta y ojerosa que prefiere la masturbación al sexo de grupo. O una señora bajita y gorda que amasa tamales para vivir. ¿Qué es la crítica en México, por dios, sino una entelequia del periodismo? La crítica de teatro, claro está, que es la mujerzuela de la literatura, la bataclana del intelecto. En algunos países civilizados la crítica de teatro tiene un lugar honorable en el proceso artístico, en la invención de la realidad. Entre nosotros es una pordiosera. La crítica tuvo su palco de honor en los teatros privados de la primera mitad del siglo XX, y en la butaquería de los teatros públicos de la segunda parte, más por conveniencia que por respeto, aunque hubo gente respetable en el duro oficio de cernir el trigo de la paja. Historiadores puntuales del teatro y compañeros de ruta que supieron analizar los componentes del arte dramático en México.
Lo que hemos perdido es tal acompañamiento porque el teatro ya no es un fenómeno social sino un asunto gremial, de grupos dispersos, aislados y confrontados entre sí. Alguna vez la crítica de teatro en México fue una guía para los lectores porque el teatro dependía del público. Había gente en los teatros, gente de la calle, quiero decir, que buscaba en la prensa una orientación para su salida al teatro. Entonces se salía de la casa para ir al teatro; ahora parece una manda para los artistas, para el crítico y para el público.
La oferta es tan amplia y tan indiferenciada que resulta un albur escoger el programa. Se puede uno llevar sorpresas estupendas, yendo a un foro tan marginal como el de la biblioteca de México, donde se dio el mejor montaje que haya visto de una obra de Elena Garro, pero estos son garbanzos de a libra. La regla es que de cien obras, una nos regocija. Con este porcentaje, ¿cómo se puede ser, no ya un crítico de teatro sino un simple espectador?
El tormento se alivia al ver en México uno de los prodigios del teatro actual: la versión del Otelo, de Shekaspeare, de Eimuntas Nekrosius, el director lituano que ya es motivo de culto en el teatro europeo. Con esas propuestas es un deleite afilar el intelecto y los sentidos para disfrutar el teatro que nos regresa la fe en el teatro como el arte de la imaginación, de la conciencia colectiva. Después de 30 años de ver teatro yo me canso generalmente en cuanto se abre el telón. Pensé que el tiempo me está reblandeciendo el cerebro, pero al verme prendido como tea las 4 horas que duró el Otelo, deduzco que lo que me fatiga realmente es el mal teatro. Y no hablo de que una obra esté mal escrita o un montaje no cumpla con las leyes del tiempo y el espacio. Hablo de la falta de compromiso con el teatro que se ve en las malas obras de teatro. Cuando alguien se entrega honesta, apasionadamente a su tarea, aunque la obra sea mala y el resultado dudoso, algo pasa en la percepción del espectador. Cuando uno sale del teatro más aburrido de lo que entró, es que no hubo compromiso con el simulacro de la vida que es el teatro.
En el 2007 fui jurado del premio de teatro Manuel Herrera, que es el único que además de darle 70 mil pesos al autor pone el dinero para el montaje de la obra premiada. Llegaron 70 obras, y una tras otra yo y mis colegas nos preguntamos por qué hay tanta gente que se atreve a escribir teatro estando negada para hacerlo. Solo hay una respuesta: porque piensan que el teatro es tan poca cosa que cualquiera puede intentarlo. Si supieran la exigencia intelectual, emocional, cultural, literaria, ética que implica hacer teatro, no se atreverían.
Es difícil ser crítico del caos, la dispersión, la sobrepoblación, la sobreoferta que hay en el teatro público. Más complicado aún si tomamos en cuenta que los mal llamados diarios nacionales están reduciendo sus espacios para la cultura, en los que el teatro ocupa un último lugar. No hay espacio, no hay estímulos, no hay retroalimentación para la crítica. En estas condiciones es prácticamente imposible ser el compañero de ruta de los creadores y el puente, el traductor, el faro de los lectores.
En la ciudad de México al menos hay un puñado de críticos potencialmente capaces de establecer un diálogo con los artistas del teatro y su público. En “las provincias” no hay nada; la gente de teatro trabaja a ciegas porque no cuenta ni siquiera con la crítica impresionista para situar su trabajo, para compararlo, para darle un marco de referencia. Por esta y otras razones hay más teatro que crítica de teatro. Por esta y otras razones nadie sabe a ciencia cierta qué pasa con el teatro en México, porque las universidades siguen abriendo licenciaturas de teatro, con sabrá dios qué maestros y para sabrá el diablo qué futuro, porque a dónde van a trabajar estos licenciados si el 90 por ciento de nuestro teatro es seudo profesional, por la simple razón de que muy poca gente vive del teatro en México.
De ahí que uno de los misterios de nuestro teatro es el por qué hay tanta gente de teatro si el teatro no da para vivir. Vivimos, pues, no un simulacro sino una simulación. Decimos que hacemos teatro porque una vez al año subimos al escenario, con suerte, ayudados por algún apoyo institucional. ¿Pero qué puede quedar de una experiencia tan limitada? El prodigio de Meno Fortas, la compañía de Nekrosius, no es producto de la casualidad, o del genio solitario. Es el resultado de una tradición, de una formación rigurosa, de una planeación a mediano y largo plazo, de una subvención razonada, de la formación de un público atento y crítico, y de una crítica a la altura del arte.
Lituania es un país tan pequeño como el estado de Tlaxcala, con solo 3 millones y medio de habitantes, pero tiene siete compañías estables y por lo menos tres directores de dimensión universal. La diferencia está en que el teatro sigue siendo ahí un fenómeno artístico, inscrito en su sociedad, con un público que llena los teatros porque encuentra en ellos una alegoría de la realidad, una metáfora de la vida, una indagación de la condición humana.
En ese ámbito la crítica tiene fundamento y razón de ser. En nuestra confusa realidad es parte de la confusión. No faltan los artículos agudos y las críticas paradigmáticas, pero esas rarezas no hacen un cuerpo crítico digno de tal nombre, como un puñado de obras de teatro bien resueltas no compone un camino firme para el teatro en México.
Lo curioso de esta zona de desastre que nos sigamos juntando para hablar de algo que no existe. Como los personajes de Pedro Páramo, somos sombras hablando con los muertos, porque la vida del teatro, camaradas, está en otra parte. En teatromexicano.com.mx. Un lugar para la chorcha común, sin intermediarios. Aquí nos vemos.