Schulada de teatro
Con una vida entregada al teatro como actor, dramaturgo y director, Sergio Galindo es un referente del arte dramático y escénico en el estado de Sonora, particularmente porque lleva la mitad de esa vida dedicada a estudiar y reinventar el habla y los usos y costumbres de la sierra sonorense. Hace cuatro años escribió y montó una trilogía inspirada en la obra mayor de Cervantes, donde comenzó a versear la expresión verbal de los viejos de la comarca, rica en sonoridad, plasticidad, armonía, jocosidad y franco vituperio, logrando trasmitir el imaginario colectivo de una comunidad que en la Sierra Baja sufre la criminal contaminación del Grupo México.
Enriquecido por la experiencia, Galindo emprendió la escritura de otra trilogía que trata sobre el presente mexicano en el que la corrupción alcanza dimensiones dantescas. De nuevo, la historia de un cómico de la legua que por azar termina por suplantar a un alcalde digno de la pluma de Rius, está dicha en verso y en consonancia con el lenguaje serrano, para deleite no sólo de los sonorenses sino de todo aquel que no tenga un tapón en los oídos.
No ser sino parecer, ganó la Muestra Estatal de Teatro 2017 y a pesar de su evidente merito como la mejor producción de las siete obras en competencia, no faltaron los descontentos que hablaron de favoritismo del jurado y se quejaron de que Galindo siempre termina representando a Sonora en las muestras regionales y nacionales de teatro. Ciertamente conozco y admiro el trabajo de Sergio desde hace muchos años, pero sería un insulto para ambos premiarlo por la amistad y no por el merecimiento de su trabajo.
Quien tuvo ojos para ver e inteligencia para juzgar reconoció que el espectáculo de Juílas Teatro fue el mejor como texto dramático, como montaje, como representación actoral, como iluminación, como escenografía, porque no se cumplen 20 años como Compañía de Teatro si no hay una propuesta de calidad con la que se identifica el público para el que se hace teatro. Precisamente hoy, 17 de agosto, Jesús el Choby Ochoa, sonorense de origen y amigo de Galindo desde antes del Diluvio, actuará en el Auditorio Cívico, con teatro lleno en las dos funciones, para festejar los 22 años continuos de Güevos Rancheros, el vodevil con el que Galindo comenzó su acercamiento con el folclor local.
La sátira social sigue siendo la savia que alimenta la dramática de Galindo, pero ya depurada por la experiencia y la maestría que no sólo dan los años sino la disposición natural para contar historias. En este sentido, el corpus dramático del autor sonorense está en deuda con la narración oral de sus paisanos, con la fabulación y la picaresca a ras de campo, a ras de calle, y con la lírica y la métrica del lenguaje serrano.
Por siglos, la tradición teatral se trasmitió de padres a hijos, de maestros a aprendices. Como están las cosas, los padres deberíamos impedir que nuestros hijos sigan nuestros pasos en el escenario, pero si han estado ahí desde plebes, como el mío y como el de Sergio, es natural que Paulo Sergio Galindo sea el director del texto de su padre y el nuevo gerente de Juílas Teatro, vocablo sonorense que indica acción, determinación, prisa por llegar a la meta, que hablando de teatro, sólo puede ser el público. Lo notable de la puesta en escena es que el joven Galindo entró de lleno a la convención del teatro ilusionista, pueblerino, que recorrió las rancherías desde Comala a Macondo, pero sin ocultar el truco, mostrando, por el contrario, el valor artesanal de la fantasía, jugando a ojos vista con el entramado de la tramoya y la actitud fársica de los actores. Él mismo hizo una suplencia como el Patiño del actor (Sergio Galindo), que para salvar la vida debe suplantar al político corrupto, utilizando discretamente la mecánica corporal de la Comedia del Arte, artificio que maneja mucho mejor Saúl Barrios a quien se le ve bien entrenado en el teatro físico.
Francisco Verú merece una nota aparte porque es un actor nato que puede llevar la comicidad hasta el delirio que le permite el personaje de La Valentina, la puta del pueblo, otra caricatura que me recordó a la Tetona Mendoza de Jis y Trino. Ya en la pasada trilogía Verú estaba a la altura de Sancho Panza, con la gracia y la resignación del criado que no puede salvar a su amo de la locura. Aquí se roba la escena no sólo por lo grotesco del personaje sino porque su travestismo no es falso, a la manera del actor (de televisión), que finge ostensiblemente que está disfrazado de mujer porque es incapaz de actuarlo. Verú lo asume como comediante y el resultado es hilarante.
Sergio Villegas diseño un carromato que funciona como teatrino, esto es, como un teatro sobre el teatro, como el espacio de la ficción asentado en el espacio real del escenario. No ganará la Cuadrienal de Praga con esta escenografía pero es el artefacto que requiere esta sátira que tiene sus momentos de fatiga dramática y escénica, sólo para levantarse como la mejor obra de la Muestra Estatal por derecho propio (*).
(*) Como abdujeron al músico que toca el acordeón, en vivo, del programa de mano, yo tampoco lo menciono por su nombre.