Recuperar el movimiento en 78 domingos
Grecia Márquez García
El miércoles 9 de noviembre del 2020, Pere Mas Sureda expuso frente a un público en apariencia ausente la historia de sus heridas. La complicación de una infección bacteriana lo colocó frente a la posibilidad de no recuperar su pierna izquierda. Con la inmovilidad se suman pérdidas —como en su caso y como en el de todos—, sin embargo la recuperación, aunque dolorosa, es posible. La travesía del actor español, del hombre detrás de la pantalla, detrás del personaje, interpela directamente a toda persona que padezca condiciones semejantes, ya sean congénitas, crónicas, accidentales… En el contexto actual, todas y todos conocemos en alguna medida la sensación de estar a merced de la enfermedad, de perder control sobre nuestros cuerpos y enterarnos día con día que alguien más cayó en el contagio, que alguien más no resistió los estragos del virus. De virus y bacterias, diminutas y esenciales como son, tenemos que recobrarnos.
78 domingos hace alusión al tiempo de espera en la cama de hospital y al salir de ella, 78 días que parecen un año y medio. Durante más de dos meses, un diario naranja registró los días de encierro físico y espiritual para Pere. Mientras que en un principio me pareciera un elemento inventado convenientemente para ayudar a cerrar la estructura dramática, justo la cuarentena me ha revelado lo común de esta práctica en tiempos de crisis. Registros de cifras, apuntes, recortes de esquelas con nombres de conocidos, textos críticos, cuentos, obras de teatro, sirven de archivo y manifiesto de nuestra necesidad por recordar. Pero otras huellas quedarán en nosotros más allá de lo escrito: la libreta naranja del protagonista se ve metaforizada dentro de su vestuario en las zapatillas deportivas que calza, focos anaranjados, ligados a sus piernas, que contrastan con el escenario semivacío y un vestuario blanco que remite a la bata clínica.
Si bien, este montaje presentado durante el 6º. Festival de Unipersonales de Xalapa consiste en un ejercicio autobiográfico, o biodrama, la compañía No Crecerán Las Lechugas trabajó de manera colectiva junto con Mas Sureda, según comentó el creador en la charla al término de la función. La anécdota de fondo se nutre escénicamente del espacio, su uso desde la danza y algunas proyecciones dentro del escenario que en ocasiones usurpan la pantalla del espectador. En cuanto al baile, no solo tiene sentido porque la compañía lo privilegia dentro de sus espectáculos, al pensar que éste sirve de expresión de la autonomía del artista sobre su cuerpo, resulta casi una necesidad: qué mejor forma de demostrar la liberación. Mientras que es interesante la combinación de fondo y forma, y entiendo que la realidad del actor limita su ejecución debido a su lesión actual, no la encontré tan disfrutable pues considero que las técnicas que escogieron se han vuelto lugar común dentro del estilo contemporáneo y que, dentro de la ficción, la rigidez del actor es perceptible para la audiencia cuando no tendría por qué ser así, deben existir otras formas creativas de incorporar un movimiento más fluido y resaltar las habilidades motoras; por ejemplo, una escena de danza la lleva a cabo con sus piernas en un juego sentado, no obstante, pronto se retomaron los giros sobre el tronco en el suelo.
La musicalización, por su parte, me pareció rítmica y variada (pasando de composiciones lentas a cumbias). En el mismo diálogo posterior, la compañía comentó cómo el proceso de creación empezó por el trazo escénico y solo después pasó al texto. Bon Iver y Cadillac Solitario no solo forman parte de la banda sonora, sino que son mencionadas por el actor, apoyando las autorreferencias; Pere se nos muestra como intérprete y referente, capaz de salir de la ficción y hablarnos directamente sobre lo que estamos presenciando. Otro aspecto sobre el audio que atañe a esta función específica, tiene que ver con la modalidad virtual, la ecualización tuvo algunos fallos; al no estar presentes, los susurros y silencios se desprenden de su poder envolvente y, mediados por una bocina, unos audífonos, pierden sentido. Por otra parte, relacionado a la adaptación digital, las imágenes superpuestas que mencionaba con anterioridad —las cuales creo están siendo abusadas por los diversos creadores a la hora de trasladar sus contenidos al streaming—, me parecían reiterativas: si hablan de bacterias, estas aparecían aumentadas en un video en bucle y no dejaban ver lo que estaba pasando con el cuerpo que las sufría; las escenas de close-ups sobre el rostro o el hombre en posición fetal tenían mucha más fuerza.
Por último, retomo que 78 domingos tiene un tema pertinente y un mensaje esperanzador, necesario para el ánimo de todos quienes acudimos al arte como escapatoria o confrontación de nuestra situación pandémica. En este momento es imprescindible desasirnos de las propuestas discursivas enunciadas desde el pesimismo, con nulo sentido de comunidad, pertenencia o futuro.