Responso por Rogerio Baruch
Cuando llegué a la compañía (ORTEUV o Compañía Titular de Teatro, como usted prefiera), lo primero que recuerdo es la gran sonrisa de Rogerio Baruch. “Este hijo de la chingada tiene cara de turco y me quiere vender una alfombra”, pensé. Después pasaron los años y siempre me recibía sonriendo bien grande, pero nunca intentó venderme nada, así que poco a poco fui perdiéndole suspicacias.
Lo último que recuerdo de Rogerio es que estaba apenadísimo frente a la maqueta de Psicoembutidos. Dos días antes, al llegar a mi clase, Kay, que es arquitecta y es criticona había hecho algún comentario sobre lo pinche que estaba la maqueta ganadora de la bienal. La explicación la tenía Roger: se había tropezado sobre ella y le había partido toda su madre. Así que cada que pasaba junto a ese cúmulo de palitos mal acomodados casi lloraba. Ese era Roger. El buen Baruch.
De mis obras tengo presentes dos escenas que las hizo memorables: una muy buena y otra impactante. En Odio a los putos mexicanos Rogerio era el centro de una escena final en la que en el éxtasis de un sanador guait trach va tocando frentes, y frente que toca, frente que cae en éxtasis, y ya que acaba con todos se toca la frente él mismo para autoextasiarse. Todo con el fondo de Carlos Ortega trepado en un burro de tramoya vestido de Elvis Presley-Dios pintándole huevos al respetable. Solo esa escena habría pagado toda una vida dedicada al teatro.
La otra obra en la que lo tengo muy presente es en La Familia, esa sí nos quedó medio pinche, pero cuando el fantasma de Rogerio recorre la pasarela en pelotas… esa escena me sigue despertando algunas noches, y eso que estar desnudo en él era una metáfora, pues tenía más vello corporal que un oso con hipertricosis. Salvo la calva, claro está.
Yo no sé lo que queda de un hombre cuando muere. Pero tengo muy claro lo que deja un actor cuando se va. Como si no quisiera irse. Como si quisiera seguir. El cinismo de Hamlet sosteniendo el cráneo de Yorick no me es suficiente. Cuando alguien tomó el riesgo de hablar con tus palabras, cuando alguien fue tu voz, queda un aliento de vida difícil de borrar.
Descanse en paz Rogerio Baruch, un buen hombre que prefirió la vida en la escena sobre el lucrativo negocio de vender alfombras. Larga vida al teatro. Larga vida a la Heroico y Honorable Compañía Titular de teatro de la UV. Benditos sean todos los actores. Así sea.
6 septiembre, 2020 @ 7:04 pm
Grande Baruch, ante todo un ser humano chingón, de valía, buen viaje amigo…
7 septiembre, 2020 @ 4:39 am
Lo traté poco, coincidimos en la película «Escrito con Sangre» de Fabrizio Prada y guión de carlos Manuel Cruz Meza, y efectivamente su trato era muy afable, conversamos muy a gusto esos días y como actor era excelente. Hacía crecer cualquier escena al máximo. QEPD el Maestro Baruch y pronta paz en los corazones de su familia y amigos.