Son crueles las caricias del tiempo
Sergi Belbel (Cataluña 1963), es junto a José Sanchíz Sinesterra, su maestro, el dramaturgo más reconocido del teatro español de entre siglos. Su “nuevo realismo” impactó al público y a la crítica, que aplaudió de pie esa mezcla de humor y terror, ternura y violencia de sus piezas originales. Con su primer texto, Calidoscopios y faros de hoy (1985), ganó su primer premio –el Marqués de Bradomin-, y en 1987 se llevó dos galardones distintos con, Dins la seva memória y Elsa Schneider. Pero fue Caricias (1991), la pieza que lo impulsó a la cima del teatro español. La prueba: hicieron la película.
Sin duda, en los 90 la estructura dramática de este “teatro de estaciones”, como lo define el autor, causó gran impacto por los golpes de efecto emocional que lograba al retratar a un grupo de personajes relacionados entre sí pero presentados en parejas, de dos en dos, como una carrera de relevos en la que uno de ellos se queda en el escenario para hacer la próxima dupla. Eran los años del desencanto español en los que ya había pasado la euforia de la liberación que trajo la muerte de Franco y la realidad volvía por sus fueros. Por ello Belbel sitúa la acción en esa década, en interiores y exteriores de una ciudad como Barcelona donde la desolación se cuela por las rendijas.
Diez historias y un epílogo componen este rosario de relaciones frustradas entre esposos, amantes, padres, madres, hijos, hermanos. Por la brevedad de los episodios apenas se puede plantear el conflicto y dar algunas claves de la ansiedad de los personajes. Ciertamente hay golpes de efecto emocional en cada uno de ellos pero conforme corre la cinta, por así decirlo, resulta evidente la falta de desarrollo dramático, la superficialidad del planteamiento, que por su propia estructura no profundiza el conflicto. Luego de ver el montaje de, Caricias, que se presentó en el Festival Veracruz de escena contemporánea, me di a la tarea de leer el texto y al final del libreto concluí que las caricias del tiempo son crueles, porque envejece la obra artística que está hecha para el presente. El tema sigue vigente, por supuesto, seguimos anhelando la verdadera caricia del amor en todas sus formas, pero lo hacemos con otra actitud, otro lenguaje, otro imaginario, otra razón, otra tipo de teatro.
El director de la escena, Gabriel Figueroa Pacheco, por el contrario, leyó el texto como un clásico de nuestro tiempo y lo abordó con admiración y respeto, aunque a la manera del teatro de los 90 en su concepción escénica, buscando la teatralidad tremendista, ilusionista del siglo pasado, lo mismo en la actuación que en el vestuario, la iluminación, la escenografía y la transgresión de las buenas costumbres. No había visto un desnudo tan intrascendente como el del padre que se sale de la tina de baño en el que su hijo le enseña su pirinola tiesa, para irse a insultar a su amante. No por culpa del actor (Francisco Mena), que cumple con creces la indicación de su director, sino por el planteamiento general del montaje, lleno de forma y vacío de contenido; cargado de efectos pero no de verdad artística, la que nace no del exterior sino del interior de los seres y las cosas.
Si montas un texto de hace 30 años con la teatralidad de entonces el resultado es, hoy, tan desolador como la vida de los personajes. Por eso el buen elenco de actrices y actores que tiene la obra no llegan al fondo de su objetivo, y como los textos, se quedan en la superficie del conflicto. Presencias tan fuertes y dramáticas como la de Teresa Rábago llenan el escenario por su cuenta, actuaciones enjundiosas como la de Gabriela Orsen se destacan, o entregas tan completas al personaje como la de Jaime Estrada se aprecian, pero no hay vida real en la ficción dramática, que corre a un ritmo lento, pesado, como toda la parafernalia que pretende hacerla espectacular y sólo logra ser innecesaria. Ya que días antes se presentó en el mismo escenario el bailarín alemán, Lutz Förster, sin otro apoyo escenográfico que una silla, con luz fija y su historia de vida, logrando hipnotizar y conmover al público, imposible no ver la diferencia entre la hondura que se puede lograr con la sinceridad, la sencillez, la honestidad de un gran artista, y la vacuidad que produce una producción a caballo entre el teatro público y el teatro comercial, a pesar de que la intención era aprovechar el millonario apoyo de Efiteatro para hacer comercial una obra que en su tiempo fue contestataria.
Termino diciendo que llegué al Teatro del Estado, en la ciudad de Xalapa, ilusionado por las críticas tan favorables que había leído sobre el texto de Belbel y el montaje de Figueroa. Plumas e internautas con los que generalmente estoy de acuerdo en lo esencial, cantaron loas a todos los aspectos de la puesta en escena. Como decano de la crítica de teatro en el país –o si se prefiere, como el crítico más viejo en activo-, me preocupa que mis colegas no hayan contextualizado la vigencia del texto y no hayan visto que la solución escénica no actualiza sino envejece una estructura dramática ya de por sí ajena al teatro de hoy. Acaso esta estética retro sea el nivel “experimental” del teatro comercial, por lo que su público y su crítica se sacaron el sombrero. Lo que no se puede escatimar es el volumen de la producción y el buen ensamble de esa carrera de relevos. Lástima, desde mi perspectiva, que no se aprovechó el esfuerzo para hacer, en verdad, un teatro de éste siglo.
16 noviembre, 2019 @ 12:45 am
Me aclara el director del montaje, a quien agradezco su ecuanimidad hacia mi crítica, que no recibieron Efiteatro y la producción se hizo con el apoyo de diversas instituciones y un 35 por ciento de inversión propia.
16 noviembre, 2019 @ 12:57 am
Agrego que en realidad el proyecto fue apoyado por diversas instituciones, particularmente por el FONCA: