Un clásico xalapeño
Aunque nació en el estado de Guerrero y vivió la mitad de su vida en Cuernavaca, Martín Zapata se ha hecho nativo de Xalapa, ciudad en la que ha escrito y escenificado la mayor parte de su obra, entre tantas, El dolor debajo del sombrero, que se presentó en el Festival Veracruz de escena contemporánea. Ya no fue la versión original de hace 15 años sino el texto que compuso para el Festival Internacional Cervantino de éste año. No se puede decir que fue una obra de encargo porque tuvo como base su propia invención, pero transformada en un juego de niños para adultos, aunque parezca una paradoja.
El juego comienza cuando Jeremías (Adrian Vásquez) y Daniel (Martín Tadeo), cobran vida de la nada en un espacio situado en ninguna parte, para decir frases sueltas, a la Ionesco, sin aparente sentido. Con esa parsimonia tan del autor, los personajes, perfectamente vestido con traje, corbata, tirantes y zapatos nuevos, van dándole al absurdo de la situación su primer objetivo que consiste en jugar a las adivinanzas de una manera muy gráfica. La maleta de viaje es uno de los objetos fetichistas del autor y director de escena y aquí hay dos maletas de utilería –generalmente las maletas de Zapata son reales y muy bellas-, repletas de muñecos infantiles que utilizan para marcar al ganador de los acertijos. No hay frases célebres ni enigmáticas porque se trata de acentuar el infantilismo de aquel señor y aquel joven que no tienen otra cosa que hacer que matar el tiempo. Cuando la ingenuidad de la situación comienza a impacientar al espectador aparece una mujer en corsé negro alisándose el cabello y la cosa cambia.
Ana (Ana Corti), comienza por deslumbrar a Daniel y enfadar a Jeremías con el interrogatorio que nos ofrece pistas del mecanismo que el dramaturgo dispuso para contar la fábula del presente al pasado, o si se prefiere, de adelante para atrás. Resulta que los varones ignoran dónde están y porque están ahí porque simplemente aparecieron en ese lugar que está en ningún lado y del que no pueden salir porque el único escape es la cuarta pared del teatro, protegida por un muro invisible. Como ocurre en otras de sus obras, el autor aprovecha la ocasión para dar veladas lecciones de teatro que aseguran la carcajada de sus alumnos e ilustran a los neófitos. Cundo la sorpresa de la mujer en paños menores comienza a perder su encanto, suena el teléfono. Es Antonio (Martín Zapata), amante de Ana, molesta porque el cuentista, dramaturgo y guionista le prometió una película y en cambio se va a dirigir una telenovela.
Sólo Martín Zapata sigue utilizando el teléfono de disco para resolver el nudo dramático, como en las películas de antaño. Por teléfono nos enteramos que Antonio está casado y que le dio un derrame cerebral que lo tiene en coma. La noticia no impide que Ana acepte el amor de Daniel y de Jeremías para hacer la escena picante de esta comedia blanca, muy bien lograda porque la actriz tiene que cruzar el escenario para besar con brío a uno y a otro de los actores, no digo personajes porque la acción física es real y en eso reside el ¡aaahhhh! del público, sobre todo el de las chavas que abarrotan las obras del Maestro Zapata. Cuando comienza el ménage á trois el teléfono vuelve a actuar como Deux ex machina, para informar que Antonio salió del coma y va al encuentro de Ana para develar el misterio de la trama, que no revelo para que el misterio siga siendo eso para futuros espectadores: una incógnita.
Sabina Berman tiene razón cuando escribe en el programa de mano que el teatro de Zapata pertenece por entero al mundo de la ficción, no al mundo real. Dirán que todo arte es ficticio pero el de Martín lo es de cuerpo entero porque sus ficciones sólo pueden ocurrir dentro de la convención dramática. Todo es teatro en el teatro Zapatiano. Todo es irreal pero no falso. Nadie se mueve, nadie actúa en la vida diaria como los tres personajes de ésta obra precisamente porque no están en el mundo cotidiano sino en el de la comedia fantástica. Esto lo entienden muy bien los tres comediantes que están impecables en sus personajes. Para los amigos del autor y director de, El dolor debajo del sombrero, resulta tierno y emotivo presenciar la escena en la que el padre (Martín), le da a su hijo (Tadeo), la alternativa sobre el escenario. En ese acto la ficción y la realidad se dan la mano y se van a celebrar que en Xalapa viva el autor más aristotélico del teatro mexicano.