Carpa Griega
En el jolgorio por los 40 años de La Caja, el teatro de bolsillo que la Universidad Veracruzana tiene en Xalapa, se presentó el pasado fin de semana, El idiota de Corinto, un divertimento escrito por Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio para que el actor y animador culturar, Javier Barria, hiciera lo que mejor sabe hacer: vaudeville a la mexicana, esto es, teatro carpero.
Considerando que uno de los autores paradigmáticos de Legom es Sófocles y dentro de su obra el héroe favorito es Edipo, debió ser difícil para el dramaturgo tapatío asentado en Coatepec descubrir que en realidad Edipo no fue hijo de Layo y de Yocasta, así que el vencedor de la Esfinge no mató a su padre ni profanó a su madre haciéndole cuatro hijos; todo fue una conjura de Segismundo Freud para inventarse el Complejo de Edipo.
Como el padre del psicoanálisis no había nacido en el siglo V de la era antigua, en ésta farsa el conjurante es Creonte, interpretado por David Ike, quien también es el productor del espectáculo, apoyado por la UV con la fabulosa cantidad de 20 mil pesos, de manera que habrá que nombrar a éste conjuntador de voluntades el productor del año porque con esos dos millones de centavos trepó al escenario a 7 actores, cuatro bailarines y un septeto de músicos rumberos, además de pagar el vestuario de época y una intrincada escenografía que consiste en dos banquitos y una soga.
Aunque no tengo pruebas irrefutables de lo siguiente, es muy probable que Legom entendiera por fin en qué lugar y en qué tiempo vive y en consecuencia transformara la Alta Cultura en cultura baja, o popular, haciendo del héroe griego un cómico de barrio, cojo y pésimo cuenta chistes que sólo a él le hacen gracia. Doña Frausta debería darse una vuelta por La Caja para animar a los legisladores de su partido a votar una ley que transforme a los clásicos en autores accesibles al buen pueblo, poniendo esta obra como ejemplo de la felicidad que puede provocar el teatro cuando es pura broma, como las puntadas de ya saben quién.
La verdad es muy grato ir a un recinto universitario con 40 años de historia en el que se han visto todos los géneros que tiene el teatro y salir sonriendo por la nostalgia del único teatro netamente popular de México: La Carpa. Como consciente o inconscientemente (diría el verdadero autor de la conjura), pesó el prestigio del recinto, el director y los actores no tuvieron en el estreno la espontaneidad y la soltura que requiere la chunga escénica, y desaprovecharon la oportunidad que les dio el dramaturgo de meter por su cuenta la mordacidad sobre los acontecimientos del día, porque hacer chistes sobre al aeropuerto es hablar, carperamente halando, de un pasado lejano. La befa está en lo que pasó ayer y vaya que Veracruz en particular y el país en general tiene tela de donde cortar.
Sin embargo, se pudo disfrutar del “cabareteo” de Centil Martínez como Yocasta, a pesar de que exageró en demasía (con perdón del calambur), la falsedad del personaje. Su porte y su voz en el habla y el canto me recordaron figuras estelares de la comedia autóctona. En comediante con tablas estuvo David Ike y muy cómica y bien actuada Cariño Selene en las dos facetas de Terpsícore. Un encanto los dos hijos de Edipo, Eteocles y Polinices, interpretados por dos niñas; Lorena Báez y Georgina Escobar. Disfruté a las bailarinas porque salvo una de ellas, la más delgada y la que mejor danza, tienen el cuerpo y la actitud entre hijas de familia y mujeres de noche de las pécoras de mi adolescencia. Javier Barria cuenta entre sus méritos el haber trabajado con el Cholo Herrera. De esa escuela sólo pueden salir cómicos capaces de mostrar porque es más complicado hacer reír que hacer llorar. Como director de escena debió estar atribulado por el trabajo de los demás. Seguro cuando eso ya no se una preocupación todo su potencial cómico brillará el doble.
En suma: Carpa griega.