AEDEM
El feminismo enseña que una mujer puede ser todas las mujeres, pero hay una mujer que solo es ella porque está bañada con la sangre de sus hijos; es Medea, uno de los mitos más arcaicos de la Hélade cuyo grito, como dice Mauricio García Lozano en el programa de mano del montaje que presenta en La Gruta del Helénico, sigue resonando en nuestro lugar y nuestro tiempo.
A finales del siglo pasado Harold Bloom se quejaba de que el resentimiento cultural y la política correcta estaban convirtiendo a Shakespeare en un bufón de feria que lo mismo hacía discursos feministas, como La fierecilla domada, tragedias contra la discriminación racial, como Otelo, y dramas en contra del capitalismo, como El mercader de Venecia. Acaso tuvo razón en los países en donde los estudiantes deben leer a los clásicos en la preparatoria y en los que se pueden ver adaptaciones rigurosas y bien producidas del canon occidental. Pero en México donde el grueso de la población no ha entrado a un teatro y los jóvenes aprendieron a leer con el libro vaquero, presentar tal cual la tragedia de Medea en la versión de Eurípides (el Mito es más antiguo), sería un despropósito, incluso para la élite que tiene en su biblioteca la edición de Gredos.
Ahora que estoy estudiando estructura dramática con el maestro Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, me queda claro que no es el teatro sino Neflix y compañía quienes han aprendido a trasladar el modelo trágico de la antigüedad al espectáculo contemporáneo, basándose fundamentalmente en el personaje y su movilidad en el tiempo. De algún modo es lo que hace Antonio Zúñiga en su paráfrasis de Medea; convertir a la heroína trágica del siglo V de la era antigua en una bárbara del Norte agobiada por la traición de su marido por cuyo amor ha cometido fratricidio y ha abandonado su patria y su querencia.
El dramaturgo de Ciudad Juárez sigue la secuencia temporal de la tragedia euripidiana pero no se limita a contemporizar el texto clásico sino a rescribirlo, sí, tiene el atrevimiento de intentar su propia lírica y de salir airoso en la aventura porque está empapado en la memoria de su tierra, en la atmósfera de su niñez, en el paisaje de su juventud, en la poética de aquellos páramos inmensos de Chihuahua en donde el agua es un regalo de los dioses, de ahí que el líquido vital para la vida sea el elemento primordial de sus metáforas.
En la versión de Zúñiga Medea es una madrota de burdel y el coro de troyanas son sus putas, pero que putas, quiero decir, qué coro tan bien formado física y actoralmente. Su presencia es tan atractiva que solo la fuerza dramática de Ilse Salas puede centrar la atención del espectáculo en la tragedia de la mujer que comete el más deleznable de los crímenes, por despecho. En Eurípides el hermano de Medea es solo una referencia, en Zúñiga un hombre frágil que se resiste al incesto de su hermana y da un atisbo de la vida familiar dela heroína que en el original es constante pero sólo evocativa. La Nana del rapsoda griego es una figura clásica; la Nana de Zúñiga una mujer rulfiana, cubierta por ropas fantasmales que afortunadamente se quita en el monólogo que le da el dramaturgo mexicano para apreciar la capacidad dramática de Aida López. En Erípides hay motivos para juzgar que el patriarcado es la causa del infanticidio. En su presentación, García Lozano considera que es la inamovilidad de esa conducta la que sigue desgarrando el corazón de Medea. Afortunadamente ni el dramaturgo ni el director llevan la trama de su relato al resentimiento cultural que denunciaba Bloom en su filípica.
No. Lo que hace el director de escena es un espectáculo a cuerpo limpio en el que pervive el espíritu del salón de ensayo, sobre todo en las acciones que deben metaforizar dos actos que los griegos jamás pusieron a la visa del público: el sexo y la muerte. El revolcón sexual de Jasón y Medea me recordó las coreografías de los años 90 cuando Mauricio se entrenaba corporalmente de esa forma. Esa elipsis de lo real resuelve de manera anticlimática el aterrador momento del crimen y a mi juicio resume el sentido del texto y su montaje. No estamos ante el pathos de la tragedia helénica que congregaba al pueblo entero a la purificación catártica sino en un teatro de bolsillo al sur dela ciudad de México en el que Dulce Zamarripa diseñó una escenografía adecuada para un espectáculo bien producido en todos sus apartados, que centra su efectividad en las actrices porque en Medea los actores son secundarios como personajes, lo que no impide que Mauricio Pimentel imponga el peso de Creonte en el escenario, que Raúl Villegas haga un Jasón naturalista y Christian Cortés un hermano débil actoralmente hablando.
Esta Medea es de las mujeres que son un agasajo para la vista y de nuevo la constancia de que somos un país de actrices. Ilse Salas, Aída López, Margarita Lozano, Gabriela Montiel, Natalia Solían, Samantha Coronel, conforman un elenco envidiable, potente, atractivo para el público que está llenando La Gruta y gritando bravos. Como sucedió con Mendoza, la versión de Antonio Zúñiga de Macbeth, la conversión de esta tragedia canónica al formato actual del espectáculo puede ser un éxito local, nacional e internacional. Mientras eso sucede yo celebro la capacidad lírica de Antonio Zúñiga, un bárbaro del norte que sigue fiel al único paraíso posible para el hombre: su infancia.