Lo que queda de nosotros: un entramado poético de la orfandad
Edwin Sarabia
Lo que queda de nosotros pieza melodramática de Sara Pinet y Alejandro Ricaño es una de los textos dramáticos que se han montado de manera recurrente a lo largo de la geografía nacional. En Mérida Yucatán, esta obra fue presentada el pasado sábado 11 de mayo a las ocho de la noche en el foro alternativo Rubén Chacón bajo la dirección de Mabel Vázquez por la compañía Yolotl Teatro.
La puesta en escena nos adentra en el trayecto introspectivo de Nata, interpretada por Alexia Márquez, una joven que se resiste a los afectos, pues la vida le ha enseñado que los seres tienen la manía de fugarse, pues su finitud sucumbe ante la muerte. Entonces emergen la zozobra y el desamparo. En este entramado de orfandades aparece de manera incidental Toto, actuado por Tenoch Molina, un perro que adopta por consejo de su psicólogo y cuya presencia confronta el miedo de Nata a establecer vínculos.
Se nos cuentan las peripecias de Toto por calles perdidas de una ciudad, donde enfrentará la incomprensión humana, luego de ser abandonado por su dueña. Por otro lado, la experiencia reflexiva de Nata y su miedo patológico al abandono. Al final ambos convergen en una solución, tan predecible como entrañable, donde vuelven a encontrarse y se hermanan como cómplices de vida.
El montaje contiene elementos escenográficos mínimos: cuatro cubos rectangulares portables, vacíos en las bases, que los actores manipulan a lo largo de la puesta con lo cual delimitan el espacio de representación. Esto permitió disponer tres niveles y planos de acción y así marcar diferencias corporales en las trayectorias emotivas de los personajes.
Sin embargo, estos elementos no llegan a construir un dispositivo escenográfico pues se quedan en la cortedad de cajones que se acomodan y desacomodan, como un rompecabezas, pero cuya utilización no se justifica, más allá del trazo escénico y la disposición espacial. No logra aproximarnos a un universo o constelación de sentido dentro del pacto ficcional. Tampoco conecta con la poética que propone el texto.
La obra transcurre en un ritmo aletargado y monótono. La dirección desfallece ante un texto profundamente sujetado a lo narrativo. La partitura escénica habitaba de imágenes entrañables no es traducida en una propuesta visual y sonora sólida. Ejemplo de ello son los recursos visuales abrumadoramente limitados.
En la dimensión actoral es de agradecer que no se recurra al lloriqueo y el sollozo fácil para lograr conectar emotivamente con el público. Durante el trabajo se maneja un tono contenido y sobrio, sin aspavientos o explosiones melodramáticas. Alexia Márquez maneja una gestualidad nítida, cristalina. El espectador logra convención empática con ella en los picos climáticos del montaje, en gran parte por lo que logra comunicar con la mirada. Tenoch Molina maneja potencia y sus tránsitos permiten aminorar el tedio de la narraturgia; sin embargo, a momentos, como si se desesperara, su energía se desborda inexplicablemente. En la escena agregarle tres rayitas más de potencia para que “amarre” genera el efecto contrario. Dicho coloquialmente: en el teatro ponerle mucha crema a los tacos, los desborda, satura y ahoga.
El montaje naufraga a merced del texto que es narrado con reiteraciones en la tonalidad vocal. Los ejecutantes no trascienden ni sostienen la carga emotiva. El sugerente plexo poético del texto se diluye en la carencia de matices. Por ejemplo, hay momentos en los que la dramaturgia plantea rompimientos abruptos para el cambio de ritmo, como válvula de escape que distienda la tensión autoreflexiva y el reiterado uso de aforismos, mediante ocurrencias o chistes. Aquí no se logra de forma pertinente; más bien ocurre casi al finalizar. Seamos claros: de una obra que cuenta con cuarenta y dos páginas, la primera ruptura que encuentra cobijo se halla en el folio treinta y tres: cuando Nata confunde sus gotas de los ojos y utiliza las de Toto, lo cual le irrita la vista por tres días.
Llama poderosamente la atención que la obra tenga una evidente, por no decir descarada u obscena, similitud con el dirigido por Alejandro Ricaño: en la disposición espacial, la escenografía, vestuario, iluminación e incluso en muchas de las imágenes parecieran una calca al carbón: aquella emblemática de ambos personajes simulando un viaje en auto, una donde Nata abraza a Toto en su regazo… Digamos que las similitudes hicieron que estuviera traslapando en escena a Sara Pinet y Raul Villegas.
Finalmente, piezas destinadas a público infantil y juvenil que reflexionen de manera inteligente y sin cortapisas sobre la incertidumbre de la muerte resultan torales en nuestra ínsula teatral. Discusiones que se alejen de la moralina burda y rustica que durante años se convirtió en el común denominador de los espectáculos infantiles en la muy noble, leal y conservadora ciudad de Mérida.