Sin importar el Presidente, es tiempo de rescatar la Cultura
Fernando de Ita/EL FINANCIERO
Como dijo Roger Bartra en un programa de “la caja astuta” (la TV):
“No hay un sólo motivo para alegrarse por el regreso del PRI a la presidencia de la República”.
Ninguno de los candidatos tomó en serio el desarrollo cultural del país como parte de su campaña, así que Peña Nieto tampoco lo considerará para su programa de gobierno, más allá de las tres frases huecas que los presidentes de México le dedican al tema. Por ello, un grupo de investigadores, académicos, gestores, promotores culturales y artistas de todas las disciplinas, sin filiación partidista, pusieron a rodar, antes del primero de Julio, 10 propuestas para una política pública en materia de cultura con el fin de formar un frente desde la sociedad civil que le exija al futuro Jefe de Estado una clara definición al respecto.
La idea central de esta exigencia es que se deje de considerar la producción y distribución de bienes y servicios culturales como una dádiva a la bohemia de un grupo de románticos y desadaptados sociales, para ver ambas funciones como parte de la vida productiva de la Nación. Como el sector agropecuario, la parcela de la cultura tiene características propias que deben considerarse para instrumentar la política más adecuada para su aprovechamiento. En las propuestas mencionadas se consideran algunas de los puntos esenciales para que esto suceda, sin agotar, por supuesto, el amplísimo espectro que abarca la formación de los productores de arte y la inserción de su trabajo en el Producto Interno Bruto.
Sin duda, la particularidad de la cultura está en que el cultivo de la sensibilidad, el conocimiento y la inteligencia entrega productos para el mercado y obras para el deleite de lo intangible. La industria cinematográfica es un ejemplo de ambas acciones. Hacer una película es entrar en la feroz competencia de un mercado dominado hasta la ignominia, no por los productores del séptimo arte sino por sus distribuidores, pero también es la oportunidad de conmover y hasta transformar el mundo interior de los espectadores. Junto a la industria disquera y sus derivados, la producción de artefactos visuales alcanza en varios países del seis al nueve por ciento del PIB.
Otra cosa sucede con la pintura y las artes escénicas. Los príncipes y los papas que patrocinaron el esplendor del primer arte visual de la historia, fueron sustituidos por las galerías y las subastas, es decir, por el mercado y su laberinto de intereses económicos, entre los que destaca la deificación de los pintores incluidos en el catalogo de los grandes marchantes del arte. El teatro, la danza y la música que aspiran a sublimar lo real, en el sentido griego de la palabra, requieren históricamente para su sobrevivencia del mecenazgo público y privado, tanto en los países desarrollados como en los emergentes. En México el gobierno, más que el Estado, ha sido el soporte de la producción artística desde los tiempos de Porfirio Díaz. Octavio Paz llamó al Priato el “Ogro filantrópico”, para subrayar la contradicción de un gobierno autoritario, patrimonialista, represor en la cosa política y dadivoso con sus artistas, siempre y cuando no se salieran del huacal.
Es tiempo de rescatar la zona de desastre en la que se haya la educación artística en las escuelas públicas y privadas; tiempo de conectar la producción artística nacional con las instancias internacionales; tiempo de terminar con la discrecionalidad de los apoyos públicos a la creación artística; tiempo de bajar drásticamente el gasto burocrático del aparato cultural para aumentar el apoyo a la producción artística y su consecuencia: la socialización del arte. Que todo ser humano tenga acceso a las manifestaciones subterráneas de su ser en el mundo. Así como los minerales se buscan en el fondo de la tierra, la misión más profunda del arte es escudriñar, en las entrañas del subconsciente, y de la vida real, el oro de la verdad y la belleza, en la que no puede faltar el horror de no hallarlas: el arte de nuestros días.
Es idiota pedirle a un hombre ágrafo que nos lea un libro. Lo que podemos exigirle al señor que va a ocupar la silla de Madero —pero también de Carranza, Obregón, Calles, Ávila Camacho, Alemán, Echeverría y Salinas, pero no la de Cárdenas—, es que tome en cuenta la opinión de la gente que lee, pinta, esculpe, hace cine, teatro y demás gracias de la mente y el espíritu, para conformar un programa de gobierno para la cultura. El señor Peña no sabe nada de apicultura, pero se ha comprometido con los productores de miel para mejorar su entorno productivo y su medio de vida. Que haga lo mismo con la cultura. Que se comprometa a nombrar como su representante en la materia a una persona capaz de instrumentar una política pública, que además de ser reconocida por su labor en la materia, tenga el valor y la certeza de afirmar que la riqueza de México no es petróleo, ni la inversión del capital extranjero, sino la cultura.
Para conocer las 10 propuestas y para adherirse o desecharlas:
http://10compromisospoliticacultural.blogspot.mx