Hartos de la incultura de sus gobernantes
Fernando de Ita/ Canal 22
Lo primero que quiero subrayar es que el decálogo que se les hizo llegar a los candidatos a la Presidencia de la República sobre política cultural ( http://bit.ly/QeLM8D es una iniciativa de investigadores, artistas, académicos, gestores, promotores, comunicadores y gente interesada en la producción de bienes y servicios culturales sin filiación partidista que, al ver el olvido que le han hecho los aspirantes a la silla de Madero –porque ahora todos se presentan como apóstoles de la democracia— al tema de la cultura, deseamos demostrarles que no somos invisibles. Se trata de una iniciativa de los ciudadanos que tenemos algo que ver con eso que los griegos llamaron el cultivo de la sensibilidad, el saber y la inteligencia: la cultura. Como hay tantos individuos arando este campo simbólico, ya no son cientos sino miles los firmantes de estas consideraciones.
Son diez los puntos que resumen algunas de las prioridades que debe tener una política de Estado en el terreno de la Cultura, pero no se alarmen, yo sólo tocaré tres de ellos, con la brevedad que impone el medio televisivo. Comienzo con el número tres, que aboga por asumir que la cultura es también un sector productivo, con características tan propias como la pesca, o el cultivo de la chinchilla, es decir; que requiere de créditos, estímulos económicos y fiscales que respondan a la naturaleza de su función. Se apuntan en este apartado los colectivos juveniles, las micro, pequeñas y medianas empresas y las organizaciones culturales de la sociedad civil como los primeros destinatarios de estos apoyos. Para que el arca de los dineros públicos deje de ser la fuente primaria y casi única de la producción de bienes y servicios culturales, se debe propiciar el acceso a nuevas formas de gestión, a las redes internacionales de intercambio, coproducción y cooperación, esto es; se debe alentar la participación de todos los sectores de la sociedad en un mismo objetivo: comprender que la cultura es un bien común que no sólo hace mejores individuos sino que también participa en la creación de empleos.
El punto número cinco es tan corto que lo cito al pie de la letra: “Proponer los medios legislativos y tomar las medidas necesarias para incluir la educación artística, digital y audiovisual en el sistema educativo y el uso de los medios de comunicación”. Es tan mala, pero tan mala, pero tan pésima la formación artística en el sistema educativo mexicano, público y privado, que tiene consecuencias vergonzosas a nivel nacional e internacional. Cada vez que juegan las selecciones nacionales de fútbol en los estadios de México o los Estados Unidos, cientos de miles de mexicanos desentonan de pena ajena al cantar el himno nacional, porque de niños jamás les enseñaron correctamente la escala musical. Estoy de acuerdo con los artistas, intelectuales, pedagogos y académicos que en diversos medios impresos han expresado, a propósito de la ausencia de la cultura en las campañas políticas, que la educación artística en las escuelas es la base de un sano sistema de apoyo a la creación de mundos paralelos a lo real, que es lo que hace el cultivo del saber, la sensibilidad y la inteligencia: la cultura. Como padre y como maestro ocasional de infantes he padecido hasta la médula la infame educación artística que les brindan a los niños de México las escuelas públicas y privadas. Si eso no cambia, no cambia México.
Termino con el número diez del decálogo que no cito a la letra porque se trata de la elección que quien debe administrar los dineros públicos para la cultura a nivel federal, estatal y municipal. Naturalmente debe tener la capacidad, como dice el pronunciamiento, de articular una política pública de Estado fincada en el diálogo con todos con los activos y hasta los pasivos del quehacer cultural. ¿Pero quién tiene ese tamaño, quien puede ser hoy el Vasconcelos de ayer? ¿Un artista consagrado precisamente por ocuparse de su obra personal, no de la ajena? ¿Un gestor entrenado en la academia para diseñar programas que chocan con la realidad? ¿Un político asiduo de los libros y las bellas artes? ¿Un hombre simple, un hombre de la calle? No lo sé, pero suscribo el pronunciamiento que le pide al futuro presidente de México que ponga atención en quién va a nombrar como su jefe de cultura, porque si tal nombramiento es equivocado, no se la van a acabar, porque ya no son cientos sino miles las mujeres, los hombres de cultura hartos de la incultura de sus gobernantes.