Cuentos de viaje
La pesadilla
EL FINANCIERO/ Fernando de Ita
Todo era perfecto en mi viaje a los Balcanes pero la vida no es así, más bien nos pone ratoneras en el camino. En efecto, el 12 de octubre llegué al aeropuerto de Sarajevo a las cinco de la madrugada para tomar el avión Croata que me llevaría a Zagreb para subirme ahí el avión a París y de París a México. Nos treparon al avión con apenas unos minutos de retraso pero en lugar de arrancar, el capitán nos informó que había un inconveniente menor en una de las hélices que sería reparado en 10 minutos. Falso. Nos bajaron del avión para componerlo. A la hora nos volvieron a subir sólo para bajarnos de nuevo definitivamente. Era otra de las cosas que los bosnios comparten con los mexicanos: el despiste.
Como había un buen número de aficionados al fútbol que iban a París a gritar por su selección que jugaba la Eurocopa con Francia, todo mundo corrió a la oficina de la línea Croata para arreglar el traslado. Nos mandaron a París vía Ámsterdam, pero el avión de la línea nacional Bosnia llegó tarde y cuando llegué al puesto de las conexiones aéreas una bella, aunque entrada en años holandesa de ojos grises me dijo que el vuelo a París ya había salido y se puso a conseguirme una conecte para México, halló uno vía Nueva York que me permitiría llegar a tiempo a la ciudad capital para tomar el auto del Festival Internacional Cervantino que me esperaba para llegar a la presentación de las obras completas de Héctor Mendoza que tuvo lugar el día 13 en el Teatro Juárez. Yo feliz hasta que la hermosa, pero ya cascada señora de los ojos grises, puso cara de what?, para informarme que no podía cambiarme el boleto porque el avión que llegó tarde fue el Bosnio, no el Croata, y Bosnia-Herzegobina no tiene intercambio con las grandes líneas aéreas. Para empeorarla, no hallaba la oficina de la línea Bosnia en la inmensa terminal holandesa. A los 15 minutos de consultas me mandaron a la más alejada esquina del aeropuerto.
Ahí hallé a un gorila vestido de mujer que en cuanto supo que tenía que mover el culo para atenderme puso cara de cocodrilo. Afortunadamente la línea aérea Croata estaba al lado del despacho del gorila así que las mil veces que tuve que ir de un escritorio a otro no recorrí las grandes distancias que sí tuve que fatigar para ir a uno de los despachos de Air France, donde me regresaban con el gorila porque necesitaban esto y el otro. El gorila bufaba como rinoceronte y me mandaba con los croatas. A las cinco horas de tal calvario perdí la razón y comencé a mentarle la madre en tres idiomas al gorila y al esmirriado holandés que atendía el escritorio de los croatas. El gorila estuvo a punto de romperme el cuello pero el holandés halló una solución: me pondrían en un hotel del aeropuerto ése día y saldría a París al día siguiente para tomar el vuelo a México.
Pero faltaba la venganza del gorila. Como la línea bosnia debía pagar el hotel porque fue su avión el que llegó tarde, la bestia con falda halló la mejor manera de fregarme. Resulta que los bosnios que venían conmigo en el vuelo sí tomaron el avión a París que según la linda pero ya corrida holandesa de los ojos grises no era posible abordar. Por no portarme como bosnio, es decir, como mexicano, por creerle a la aparentemente infalible mujer blanca, tuve que pagar 2 mil 800 pesos por el cuarto más barato en un hotel muy casual que tenía cuartos minimalistas que se cerraban como cajas para evitar la luz y el ruido de la calle, que ofrecía canales porno sin costo extra y tenía una iluminación muy cabaretera. Como ya traía descompuesta la brújula del tiempo no pude dormir para poder salir de ahí a las 4:30 de la mañana y estar la terminal a las 5. A esa hora no hay personal humano que atienda a los viajeros porque para eso todo está automatizado en los aeropuertos del primer mundo europeo. Sólo que las máquinas no dan explicaciones. Únicamente escriben en la pantalla que lo sienten pero no pueden hallar tu reservación, y a quién le reclamas.
A las 5:30 llegaron los humanos y pensé que mi tormento había terminado. Nada de eso. El gentil caballero de cabello plateado que me atendió simplemente no halló la reservación en el sistema, así que de nuevo tuve que ir a la oficina de Air France donde otra hermosa pero ya cargada en años mujer rubia pudo por fin descifrar los jeroglíficos balcánicos y me dio mi pase de abordar para Paris, donde me esperaba el último y feroz sobresalto, porque los dos vuelos que tenía ese día la línea francesa estaban completos, aunque ese no era realmente el problema porque en los aviones trasatlánticos siempre hay un asiento disponible. La bronca fueron de nuevo los croatas. Cuando los pasajeros ya estaban abordando, la encargada de darle entrada a los pasajeros en lista de espera descubrió que el pase que me dieron los croatas para reponer mi boleto perdido, no tenía el sello oficial en la parte superior derecha y sin él el documento valía cero. Como la oficina de la línea croata estaba en una terminal distinta a donde estábamos, si iba a recoger el sello perdería el avión que ya se estaba abordando. Desesperado, pregunté cuánto costaría pagar el boleto de regreso por mi cuenta. Cuando me dieron la cifra supe que mi modesta tarjeta de débito quedaría vacía y andaría penando el resto del mes de octubre. Cuál sería mi gesto que la francesita me dijo que intentaría hablar por teléfono con la oficina croata para ver si más tarde podían pasar a sellar el documento.
Alá, a quien me había encomendado al salir de Sarajevo recibió finalmente mi mensaje y pude subirme al avión, sobornar con falsas promesas de fama y prestigio a la azafata que me tocó en turno, para beber como bosnio, esto es, como mexicano, lo necesario para perder la razón. Llegué a México hecho un asco y me perdí el inicio del Cervantino. Nada es perfecto en la vida, como le dice al final de Una Eva y dos Adanes el viejito millonario a Jack Lemon, al descubrir que quien se hacía pasar por una corista, al lado de Tony Curtis, era en realidad un hombre. Nada es perfecto.