Ciudad Luz. Los recuerdos del porvenir
EL FINANCIERO/ Fernando de Ita
Vaya, de nuevo París, la ciudad que me abrió los ojos al mundo el mes de mayo de 1968. Fue la casualidad la que me llevó a mi primer viaje a Europa en esa fecha memorable. Llegue de saco y corbata, acaso para dejar para siempre el nudo del qué dirán en el vestir, el pensar y el trato carnal.
De nuevo la Rue Bonaparte y la Escuela de Bellas Artes donde ayude a fabricar bombas Molotov y conocí por primera vez el amor colectivo. Por estas y otras razones volví a París muchas veces. Ahí conocí a la inolvidable gitana Mercedes Iturbe, ahí cené en casa de Juan Soriano, ahí contemplé anonadado la cara implacable de Samuel Beckett y ahí jugué al gato y al ratón con el poeta maldito del teatro galo; Jean Genet.
En París viví una temporada loca con Margie Bermejo en el departamento de Pablo Rulfo, me embriagué de lo lindo con el cantautor uruguayo Roberto Darwin, asistí al ascenso al poder de François Mitterrand z, sobreviví a la queja que presentó Octavio Paz por una de mis notas sobre ese tema, publicada en el unomasuno.
En aquellos años Le Rive Gauche estaba plagada de hoteles baratos, de restaurantes económicos, mercados sobre ruedas, librerías de viejo, cines de bolsillo y los primeros establecimientos de fast food, todo un escándalo para la capital gastronómica del planeta Tierra.
Con esos recuerdos aterricé en París el 27 de septiembre sin reservación de hotel, seguro de que hallaría uno de aquellos cuartos baratos en Saint-German-des Près. Craso error. La rivera izquierda del Sena se ha convertido en la boutique de moda y todo cuesta literalmente 20 veces más que la última vez que estuve en París, en 1999. Así que caminé como peregrino queretano por todo el barrio latino, cada calle más dispuesto a pagar los exorbitantes precios de los hoteles de la zona, que estaban llenos hasta la azotea. Había olvidado que en otoño París no es una sino muchas fiestas porque comienzan las temporadas de los teatros, los museos, las galerías, las salas de moda, de automóviles, de diseño y cuanta vaina puede venderse. Verbigracia: terminé en un hotel marroquí pagando un cuarto en el sexto piso para tres personas que era el único disponible.
Pero París vale una misa cantada y de tres obispos porque simplemente caminar por la orilla del Sena en el ocaso es una experiencia milagrosa, sobre todo para quien, como el de la voz, tiene más pasado que futuro y cuando parte de ese pretérito esta ahí, como el vaho que se desprende del río, como la niebla que aparece de la nada, nos envuelve, nos traspasa y nos deja vestidos como fantasmas de nuestra propia vida.
¡Cuanto dolor y cuanta dicha dejan en el corazón del hombre los recuerdos del porvenir!, como adivinó Elena Garro pensando que solo se puede imaginar el futuro desde su raíz.
Por lo demás, mi destino en este viaje no es París sino Sarajevo, la ciudad crisol del Imperio Otomano, la ciudad detonadora de la Primera Guerra Mundial, la ciudad mártir de la última Guerra de los Balcanes. Como ahí no he sembrado ningún recuerdo, todo será nuevo para mí. Bendita vida!