Pinche chamaco
EL FINANCIERO/ Fernando de Ita
Ganó el Rascón Banda. Lo ganó entre 38 obras de lo más picudos dramaturgos del momento. 160 mil pesos y la fama y la envidia y el cabrito la noche de la premiación. En Monterrey. En Motegay. En Montecrimen. Aquella ciudad segura en la que se podía beber y pasear por la calles en la madrugada se ha convertido en otro hoyo negro de la seguridad pública. Tal vez por eso ya no ganó el premio una obra sobre el narcotráfico, las muertas de Juárez, los descabezados, las violadas, los emigrantes, el secuestro, la trata de blancas.
Ganó el pinche chamaco con una historia limpia, tierna, cordial, trasparente y dolorosamente cálida. Contada por una niña. Bueno, por una chamaca, por una mujer marcada, como todos, por la infancia.
Ana. Una voz pequeñita, modesta, secundaria, que va narrando el drama, la tragedia de su vida con tanta ecuanimidad que nos deja perplejos, sintiendo en los nervios cómo el pinche chamaco va trazando una obra inmaculada, de una sencillez apabullante, como la confesión de un niño sobre los horrores de la muerte, el desamor, la soledad, los fractales.
Porque para acabarla de joder el pinche chamaco le puso a la obra ganadora del Rascón Banda: Fractales, esa figura geométrica que se repite a sí misma hasta el infinito. Fractales. Una obra con ese título no puedo ganar ningún premio. Menos cuando Nacho Padilla ya se llevó otro Premio Nacional de Dramaturgia con La Teología de los Fractales. ¿Qué les pasa a los jurados que premian obras de fractales?
Supongo que lo mismo que al de la voz: se quedaron azorados, asombrados, conmovidos por la historia de una niña cuyos padres murieron abrasados de amor en un accidente automovilístico, con las peripecias de una criatura enculadita de un Jesús que no merece tal nombre y cuya hazaña –la de Ana-, consiste en viajar a España en busca de una papel de extra en Biutiful, la película de Iñárritu con Javier Barden.
De hecho, tal es el “contenido” de la pieza: el que Ana, una actriz como tantas descubra que los papeles insignificantes de las películas, los de los extras, son como fractales, pedacitos de nada que sin embargo son la esencia de todo. Que lo diga el autor con sus propias palabras:
-Y más tarde, cuando me volví actriz se me ocurrió que los papeles pequeños en las películas son como fractales.
-Contienen la esencia de la historia, aunque una aparezca sólo unos segundos.
-Por eso creo que mi oficio es fundamental.
-Algunos nos llaman extras.
-Pero somos fractales.
Pinche chamaco, tiene la rara habilidad de darle a los actos nimios, insignificantes, una poderosa carga existencial, dramática, pero sin drama llorón, flagelante, autocomplaciente. Por eso el canalla cruza por el pantano del melodrama sin mancharse, por eso gana premios con obras tan frágiles, tan penosamente cómicas como la vida misma. Obras que uno lee con envidia porque
fluyen con naturalidad, sin la menor retórica, como auténticas tajadas de la realidad, como la suma del enorme fracaso que padecemos el 99 por ciento de los mortales.
Si lo vieran ustedes, dilectos lectores, con esa facha de adolecente perezoso, con la camiseta raída que usa como piyama y prenda de vestir, con esa carita dulce, lagañosa, casi ingenua, dirían conmigo que Alejandro Ricaño se gasta el dinero de los premios en algo muy ajeno al qué dirán. Pinche chamaco, se está convirtiendo en un autor dramático fuera de serie.