El desastre humano
Fernando de Ita
El teatro Principal de Guanajuato se convirtió ayer n una Asamblea Revolucionaria, y no me refiero sólo al escenario y los actores sino a todo e el público que asistió a: Todo saldrá bien, el espectáculo de Joël Pommerat que en el 2015 fue la sensación del teatro en Francia y que desde entonces ha dejado atónitos a los espectadores de varias capitales del mundo. Ahora sabemos porqué. La producción de la Compañía Louis Brouillard, fundada en 1990, parte de los hechos que originaron la Revolución Francesa para poner al día las contradicciones de la lucha política que se está dando hoy en los países emergentes y en los desarrollados.
Luego de una rigurosa investigación en los archivos sobre la Revolución de 1789 que fue un parte aguas en la Historia de Occidente, Pommerat construyó una “ficción política contemporánea” que no pretende representar los hecho, como lo hizo Ariane Mnouchkine en los años 70, sino que encarnar las ideas que se descargaron entonces como una tormenta eléctrica que terminó con la monarquía absolutista de Luis XVI pero también con los ideales revolucionarios. Como prueba: la guillotina.
Pommerat, un autor y director sui generis que trabaja sus textos y sus montajes con la colaboración de los actores, los diseñadores y los técnicos y que sin duda es el único en el mundo en repartir por igual con ellos las ganancias de sus espectáculos, evitó tratar el tema con los héroes y los villanos de esa historia –Saint Just, Dantón, Robespierre, Necker–, para destacar los intereses de clase, de clan, de cofradía, de partido que se pusieron en juego en la creación de la Asamblea Nacional. Y lo hace convirtiendo al espectador en un participante directo de aquel pandemónium, no sólo por el recurso de convertir la platea en una auténtica prolongación del escenario sino por la vibrante exposición de la opuesta visión del mundo de la clase dominante y la clase oprimida.
Todo saldrá bien es un discurso político en el sentido original del término, porque pone a discutir a la polis sin tomar partido, mostrando que en ambo bandos hay pensamientos contradictorio, enseñando que no se llega a la Revolución por aclamación sino por casualidad, y claro, por el crimen. Lo impactante de esta discusión pública es ver que la Revolución es una explosión social provocada por la intransigencia de los dueños del poder, que reivindica en principio los ideales de los desposeídos y que termina por crear una nueva opresión de las mayorías en nombre de la utopía que le dio origen. Como prueba: la Revolución Rusa, la Revolución Mexicana, la Revolución China, la Revolución Cubana.
Ojo, el espectáculo de Pommerat no es teatro-documento sino una “ficción verdadera”, como ha dicho el director en entrevista con Marion Boudier; una puesta en escena realista en el sentido de que los actores están ahí, vestidos con ropa actual y no disfrazados de personajes. El único referente histórico es Luis XVI que aparece como un Rey de la era moderna, con la misma aparente ecuanimidad que lucen los monarcas parlamentarios. Éste es el único carácter que es trabajado como tal, con rasgos sicológicos de bondad, vulnerabilidad y desconcierto. La dramaturga –Marion Boudier–, muestra una María Antonieta de caricatura aunque nunca se le llame por su nombre, igual que al Primer Ministro Jacques Necker que aquí aparece como Muller y que como actor hace diversos papeles, como todo el elenco que se multiplica para darle cuerpo y voz a la nobleza, la clerecía, los comerciantes, la milicia, los intelectuales, los artesanos, las mujeres del pueblo, la chusma.
La composición del espacio dramático de esta ficción verdadera acusa la sobriedad conceptual de la Compañía. Erik Soyer ha diseñado una escenografía de altos muros oscuros que niegan visualmente el barroco esplendor de Versalles pero que hacen del foro un inmenso negativo de película en blanco y negro en el que se realza la figura humana. Su iluminación es contrastante, con tintes expresionistas en los momentos íntimos y a todo lo que dan las lámparas en el desfile de rey y otros acontecimientos. Como la platea es una extensión del escenario buena parte de las casi cinco horas que dura el espectáculo hay luz de sala. La pista sonora de Gilles Rico, Leymarie y Poletti, es el rumor popular, la avalancha de la revuelta, el estallido de la guerra.
Como dramaturga, Marion Boudier hizo un trabajo estupendo, dándole sentido dramático al discurso político, personalizando las diversas y opuestas ideologías, destacando las contradicciones de todos los bandos, evitando en lo posible el maniqueísmo aunque dejando ver que el arribismo y el terrorismo son dos formas de alcanzar el poder, y dejando caer gotas de humor que alivianan la tensión que van fabricando los actores, todos en diferentes registros pero con la misma veracidad, lo mismo quienes llevan años trabajando con Pommerat que los recién llegados. He aquí el fruto de un auténtico trabajo colectivo que involucra a todos los participantes de la invención escénica del principio al fin de la tarea. Por el tema y su tratamiento era tan fácil caer en la exageración, la ampulosidad gestual y el fingimiento, que es mi deber aplaudir la autenticidad de su testimonio.
Lo inquietante de Todo saldrá bien, que son las últimas, irónicas palabras que dice Luis XVI luego de la toma de la Bastilla, es que esta reflexión sobre la Revolución Francesas nos lleva directamente a la realidad mexicana. El pleito de los asambleístas de 1789 es el mismo que están protagonizando, hoy, los senadores de la República. La misma mezquindad personal, el mismo interés partidista por encima del interés general, las mismas mentiras, el cinismo, el asco que provoca su simulación. Estos mentecatos deberían ver el espectáculo de Pommerat para enterarse que cuando el pueblo se cansa de sus reyes, los decapita. Ojetes, son un desastre humano.