Lo que la teoría no da, la praxis no provee
Mujeres al vapor, obra presentada por el grupo Uno más otros teatro, bajo la dirección de Alan Delgado, en el Teatro Ocampo de Morelia, es un trabajo donde tres mujeres dialogan a modo de destape de sus secretos más íntimos. Un discurso que terminó siendo un poco flojo desde la dramaturgia. La propuesta del montaje la entendí más o menos así: mostrar al mundo que las mujeres podemos hablar cosas que normalmente hablan los hombres y ellos creen que nosotras no tenemos esas mismas conversaciones con la ligereza de una pluma cayendo de la Latinoamericana. Y pues sí, claro que las tenemos y hablamos de los miembros masculinos, de nuestras inconformidades físicas, nuestros affaires… Es aquí donde me parece que faltó este ese click de complicidad entre los personajes, complicidad que se da cuando estamos contando nuestra intimidad; los secretos femeninos. Yo no me imagino contándoles a mis amigas, con toda la energía de estar en pleno mercado, de cuando el señor fulanito me enseñó su pene. Tal vez está saliendo mi lado femenino muy a flote.
Sí hay una cosa que se logra con lo que quieren decir pero hay otra que nos deja a medias desde la motivación. La progresión de los personajes de pronto pareciera muy sutil, hasta que en un santiamén sueltan la bomba, una bomba que debió ser más mortífera que la explosión en Chernobyl: la infidelidad, que parecía era el sol donde la obra tierra giraba. No era un asunto que pudiera ser tratado en menos de cinco minutos para terminar con una carcajada, disque catártica y el asunto queda resuelto. No señores, eso no pasa. Aquí es donde sentí un huequito.
Siendo muy general, me pareció una obra que cojeaba desde la dramaturgia con cuadros donde no aportaban más información, un personaje tirándole a lo tiresiano del cual se habría podido prescindir y una iluminación que no alcanzaba a meterme por completo a la atmosfera.
¿Qué se le puede pedir a un texto como este desde lo actoral? Pues mucho, algo más lúdico desde aprovechar un poco más el espacio escénico. El trazo estaba limpio, había esta búsqueda de un tono, una propuesta estética y progresión tanto en los personajes como en la obra, sutil pero la hay.
Y ya desviándome un poco pero no del todo, hay algo latente dentro del teatro moreliano, por lo que he visto en esta muestra y en mi trabajo, no solo desde la dirección, donde las cosas no alcanzan amarrar. Creo que deberíamos ser más obsesivos con nuestro trabajo y, más que obsesivos, más cuidadosos. Esto va para todos nosotros, los hacedores de teatro. Tenemos que empezar a subsanar nuestras deficiencias, tanto actorales como de iluminación, dirección, etc. Porque pido ver un trabajo bien hecho y que ir al teatro se vuelva una experiencia mágica, que me haga sentir viva, y así como es lo que yo pido ver también debo buscar las estrategias para dar lo mismo. Es un asunto de reciprocidad.
Hablando de reciprocidad con los que más deberíamos serlo es con el espectador y más cuando hay una preocupación por crear nuevos públicos, nuevos públicos harto pensantes y críticos, que al final siempre serán muy generosos con el aplauso. Un aplauso que no siempre merecemos.
Para concluir, no puedo evitar pensar que de teatro sé nada, que mis referentes son tan cortos y más cuando de hacer una crítica se trata porque me encuentro con muchas limitaciones. Lo que la teoría no da, la praxis no provee. Regálenme libros.
1 junio, 2018 @ 6:21 am
De verdad esto?
Lo que la teoría no da, la praxis no provee?
O es verborrea pura de los Santos agraciados de mafias corruptas.
No nos manden sabiondos soberbios, queremos maestros con humanidad y amor.
Que nos enseñen y no que vengan a presumir sus egolatrías fanfarrónas.