A qué estamos dispuestos para no ser ridiculizados

Foto: Pedro Augusto Meza #XIXFUT
El 28 de mayo durante el XIX Festival de Teatro Universitario, Asfixia erótica bajo la luna de abril de Mario Cantú Toscano, dirigida por Ricardo Delgadillo, cobró vida en el escenario.
La anécdota trata de dos actrices encerradas en una habitación desconocida, suponen que se trata de una audición, pero se torna en juegos de poder. Con enfermizas intenciones, una somete a la otra a una serie de circunstancias que evidencian la rivalidad entre ellas y se van envolviendo en un erotismo inevitable que no terminamos de descifrar, pero que sí progresa en la intimidad que comparten.
Había una ligera desconexión al inicio, pero la verdad escénica apareció minutos después. El público se acomodó en dos secciones, a la italiana sobre el escenario, mientras que la otra mitad en las butacas. Siento mucho por la audiencia que vivió la experiencia desde una proxemia distante, ya que estoy casi segura que la cercanía era crucial para empatar con ese mundo generado.
El montaje se tornó un poco redundante, ya que veíamos las mismas disputas y bromas. Muchos chistes parecían ser para un público teatrista, no obstante los espectadores generales se mantuvieron entretenidos la mayor parte del tiempo.
La obra logró doblarmos a carcajadas al identificarnos con sus posturas competitivas, pero también hacía alusión a una humanidad que tiende a adherir capital simbólico por cuestiones absurdas y cómo tendemos a dejarnos llevar por convenciones sociales y adoptamos esa serie de creencias que nos hunden en la necesidad de tener reconocimiento. Un vacío que solo puede llenarse con sexo, y qué tanto estamos dispuestos a sacrificar para ridiculizar al otro por miedo a ser ridiculizados.