25 años del Museo de la Ciudad de Querétaro
Por Mariana Hartasánchez
No puedo dejar pasar esta fecha sin hablar sobre el lugar más importante para nuestra agrupación teatral. Hoy cumple 25 años y es necesario rendirle homenaje y ensalzar sus virtudes.
El Museo de la Ciudad es un refugio sin precedentes ni sucedáneos. Difícilmente podrá aparecer en otra latitud un lugar en el que confluyan sin restricción toda clase de seres estrambóticos: marginales declarados, artistas en ciernes, faranduleros consagrados, caza cocteles irredentos, intelectuales de alcurnia, performanceros provocadores, darketos de corazón blando y moralistas de discurso duro.
Quienes hemos forjado nuestra carrera entre los muros conventuales de ese espacio custodiado por Gabriel Hörner, atravesamos consuetudinariamente la puerta de madera repujada para dar rienda suelta a nuestras fantasías creativas más disparatadas, a los proyectos artísticos que ninguna institución (pública o privada) financiaría. Nos hemos acostumbrado tanto a la libertad desbocada que nos parece cotidiana la utopía. Pero el Museo es un imposible consumado, una de esas ciudades invisibles que Calvino sabe que existen en la periferia de la realidad, un punto de fuga que se abre en el centro de uno de los cuadros de una ciudad conservadora.
Cada vez que viajo, hablo sobre el Museo de la Ciudad. Nadie me cree, todos piensan que soy una revolucionaria trasnochada que ingenuamente asevera haber encontrado una Comuna de París en el semidesierto mexicano. Pero no tengo por qué mentir, simplemente hablo una verdad inconcebible para la mentalidad posmoderna, tan dada a los excesos neoliberales.
Cuando llegué a Querétaro hace veinte años, jamás pensé que me encontraría con un güero de apellido alemán que no envejece y abre las puertas a cualquiera que pida asilo en el exconvento de las Capuchinas. Celebremos la existencia improbable e indispensable de este espacio que inventó un mundo para los que nos sentimos ajenos a todos los demás mundos existentes.
Gracias, queridísimo Gabriel Hörner, y perdón por mi arrebato sentimental. Sé que no eres afecto a los afectos encendidos, pero es tu culpa que te queramos tanto.