El Mercader de Venecia o el precio de lo humano en la realidad bursátil
Elvira Popova
La puesta en escena de Emanuel Anguiano de la obra shakesperiana (versión y traducción del gran David Olguín), podría mirarse desde varias perspectivas: artística, ideológica, administrativa. La nueva temporada, aunque corta (tres funciones presenciales y una digital), argumenta una bien sabida verdad teatral: la puesta en escena es organismo vivo, necesita tiempo para crecer y establecerse; también evidencia la importancia del apoyo institucional para la creación y desarrollo de proyectos teatrales de gran formato como fundamento de la profesionalización del arte teatral en Nuevo León. La otra, es consecuencia de las primeras dos (y del talento del director y su equipo, desde luego): nos encontramos ante una puesta en escena sólida en su concepto, coherente en su desarrollo escénico y muy rica visualmente.
Entre la primera temporada de estreno (noviembre 2020) y la nueva de abril 2021 Emanuel Anguiano ha llevado su trabajo hacia la consolidación de la idea que hoy todo tiene precio, pero casi nada tiene valor. En el escenario de la gran sala del Teatro de la Ciudad de Monterrey habita la realidad bursátil del siglo XXI en la que la vida y la dignidad humana son categorías que no se pueden capitalizar con éxito y, por lo tanto, están fuera de los índices de utilidad empresarial. Varias estructuras metálicas de dos niveles son a veces el mercado de Rialto de Venecia, a veces Belmonte —la residencia de la poderosa heredera millonaria Porcia—, o cuando es necesario —la casa de Shylock— el viejo usurero quien a la anticuada cree que entre prestar dinero y cobrar lo prestado está solamente el valor del compromiso. El mercado veneciano se ha transformado en la versión de Anguiano y del escenógrafo Raúl Castillo en mercado bursátil en cuya pantalla fluyen sin cesar indicadores, cotizaciones y datos. Sobre cual pende un gran artilugio que puede ser leído como una forma del becerro de oro que lo domina todo. Esta es la contraseña para entrar en el mundo de la clásica obra por la puerta de Anguiano: hoy todo se vende y se compra —amor, amistad, vida—; no siempre con monedas y billetes, pueden ser besos que simulan amistad y manipulan almas sensibles y honestas. Como la relación entre Basanio (Gerardo Villarreal) y Antonio (Antonio Cravioto) que en esta lectura sellan la incondicional amistad y apoyo con besos dados y recibidos en momentos claves. Basanio despilfarra recursos para mantener un nivel de vida con el que le es difícil seguir. Gerardo Villarreal, con el apoyo también del vestuario de R. Castillo nos regala un elegante, irresponsable e irresistible Basanio quien, para lograr la mano de la rica heredera y moverse con soltura en su mundo, necesita financiamiento que su fiel amigo le proporciona no sin tomar prestado del viejo judío. Esta clásica anécdota enmarca la vida de los personajes y los involucra en relaciones y situaciones que el director contextualiza en tiempo y espacio actual; “Venecia o cualquier otra parte del mundo, 2021”, leemos en la gran pantalla al fondo, donde se cruzan palabras que definen las actitudes y el ambiente de esta versión regiomontana de la inmortal pieza.
Clasismo, intolerancia, xenofobia, sexismo, desigualdad, doble moral. Planteados desde la introducción, estos términos sostienen ya como acciones el tejido escénico y permean el desarrollo de la obra. En la realidad bursátil cuanto más espectáculo, mejor. Así se pueden cubrir inconsistencias financieras y morales. El festejo, la celebración, las vacías promesas se han convertido en parte sustancial de la vida de los personajes. Por ello Basanio sacrifica el nombre y casi la vida de su amigo, entrega a un desconocido el anillo, símbolo del amor que su amada Porcia (Yesica Silva) le entregó; por ello Lorenzo (Oliver Cantú) está tan “encantado” de Yesica (Eva Sofía Tamez) y constantemente le recuerda que se lleve lo que pueda de oro y joyas de su padre; por ello las buenas intenciones no bastan. Solo Shylock (Gerardo Dávila) se resiste a entender esta nueva realidad y sigue guardando la caja fuerte en su casa, cree en el papel firmado cuando el mundo opera con transferencias realizadas desde el celular (Jorge Paz como Salarino); cree en la palabra dada, en la fe y en la dignidad, soporta humillaciones, pero defiende sus principios. No, no, no, Shylock no es víctima en la lectura de Emanuel Anguiano. No hay culpables y víctimas. Hay intereses. Es la esencia del texto del Bardo.
Lo que desarrolla el director más allá y lo expone de manera clara es la voz de la mujer, la perspectiva de género que, a través de Porcia y Yesica adquiere diferentes dimensiones. Yesica Silva hace de su Porcia una atractiva y fuerte fémina que es altiva y clasista con su sirvienta Nerissa (Tere Medellín), xenófoba con la judía Yesica, enamorada y directa con Basanio, pero cuidando el legado de su padre. En cambio, Yesica de Eva Sofía Tamez está entregada al amor sin límites, está sumisa a las decisiones de su enamorado, traiciona la fe de su padre y rompe los vínculos con él, aunque le pesa y la hace sufrir al final. Dos posturas diferentes ante una misma realidad: la del mundo patriarcal de compra-venta. En este sentido, lo contemporáneo de la lectura de Emanuel Anguiano no son solo los elementos digitales, la pantalla, el celular, los dos micrófonos de pedestal al proscenio en los que se pronuncian replicas emblemáticas, sino la evidencia de las voces de los vulnerables (las mujeres, las minorías) en una sociedad donde todo tiene precio, pero casi nada tiene valor.