El Teatro del Placer. Quinta y última parte
Cuando el doctor Álvaro Valerdi murió descuartizado a machetazos por los padres, maridos y hermanos de las mujeres de los Llanos de Apan que convirtió al Tao, su cuerpo y su mente estaban recuperando a plenitud el uso de sus facultades. El suicido de la cantante de tangos, Lupe Suárez, le hizo sentir de golpe la muerte de sus dos esposas anteriores, y el mismo día de1934 en el que el general Lázaro Cárdenas tomó la banda como presidente de México, Álvaro Valerdi se rindió al culto de Baco con tal furia que tres años más tarde su hígado se hallaba tan rajado como la cara de Agustín Lara, el héroe undergraund del momento.
El doctor Álvaro Valerdi ya había sido desahuciado por sus colegas la mañana del 17 de septiembre de 1937 en que llegó al Hotel Regis de la Ciudad de México para darse un baño de vapor en los flamantes baños turcos de aquel lugar de moda para la nueva clase política del país. Los Valerdi de Zotoluca, como los Núñez de Chimalpa y los Allende de San Lorenzo tuvieron durante cien años completos una particular debilidad por los baños de piedras calientes que los mexicanos del altiplano usaron siempre para limpiar el cuerpo y vaporizar los malos espíritus del ánima, que como enseña la medicina tradicional, no son otra cosa que los humores del alma.
Cada vez que un Allende, un Núñez, un Valerdi cometía un crimen, por pequeño que fuera, iba a los temazcales de la hacienda para sudar sus culpas y derretir la piedra de sus temores con el calor del agua. De aquellos incendios interiores se salía invariablemente por una pileta de agua helada sin la cual la curación real y simbólica de cuerpo y alma no ofrecía la menor garantía. Sólo el hielo de dios cura las calenturas del diablo.
Álvaro Valerdi llegó a los vapores del Hotel Regis pisando su propia tumba y salió cantando La Internacional, en virtud de que no conocía en ese momento ningún otro himno de la alegría que festejara con tal emoción la liberación de su hígado, proletarizado por el mezcal y el tequila que consumía en cantidades pavorosas. El milagro lo hizo Yu-Hsiang y sus prodigiosas manos de taoísta.
Si por algo se convirtió Álvaro Valerdi en seguidor de la disciplina que predicó Lao Tsé hace dos mil quinientos años en el lejano oriente, fue por la sutil y poética caracterización que el Tao hace de la naturaleza humana. En el Tao el instrumento viril del hombre se llama el pilar del sol naciente, y la vulva femenina el escondite de la luna. Gracias a esta delicadeza (y a las manipulaciones manuales, bucales, vaginales, anales y sentimentales de Yu-Hsiang), el doctor Valerdi recobró la salud física y moral y regresó a sus muy amados llanos como Pablo de Tarso, a predicar la buena noticia de su conversión y a buscar prosélitos para su nueva iglesia.
Los hombres que machetearon al doctor Valerdi afirmaron en el proceso que se siguió en su contra que su víctima se valió de su profesión médica para burlar a un sinnúmero de madres, hijas y esposas que tomaban su consulta. Por el contrario, Álvaro Valerdi dejó escrito en sus papeles que nunca mezcló su oficio de partero con su devoción por el sexo opuesto. Sin embargo, varias de las mujeres que se recostaron en su diván de galeno lo hicieron también en las camas que tenía a renta fija en las mancebías de la comarca. Algunas de ellas, por cierto, quedaron tan encantadas con las promesas que cumple el Tao a quien sigue al pie de la letra sus preceptos amorosos, que se quedaron en los burdeles compartiendo con otros hombres la enseñanza de su maestro.
A pesar de que se hizo fama en los llanos que Álvaro Valerdi no amaba a las mujeres a quien tan solo utilizaba como objetos de su lujuria, él dejó el testimonio de lo contrario. Dice una de las ultimas notas de sus papeles: “El Tao me ha hecho comprender que no hay joya más pura, bella, fina, rica y deslumbrante que la mujer amada. Siempre supe que las mujeres son, en términos generales, más enteras, valientes y dedicadas que los hombres. El Tao me enseño que también son más generosas y dignas de admiración que los varones. Cuando me uno con ellas en el abrazo amoroso, es su fuerza y voluntad sin límite la que ayuda a saltar al fondo del placer en donde no hay principio ni fin, ni gloria ni infierno; tan solo la indescriptible, magnífica plenitud del vacío. Sin duda, el cuerpo y el ser de la mujer es la única epifanía que el hombre tiene sobre la tierra”.
Algo han de haber querido las mujeres de todo tipo al doctor Álvaro Valerdi, pues hasta muchos años después de su muerte aparecieron flores de achicote en el camposanto donde fueron enterrados sus mutilados restos, y al menos en Los Llanos de Apan, donde los Valerdi conocieron la apoteosis y la caída de su sangre, los hombres no les llevan flores a otros hombres.