45 años de Teatro antropocósmico
Antonio Prieto
Universidad Veracruzana
Este año cumple su 45o aniversario uno de los laboratorios escénicos más innovadores y longevos del planeta. En 1975, Nicolás Núñez, su hermano Juan Allende y la actriz Helena Guardia, fundaron el Taller de Investigación Teatral, que desde entonces ha estado bajo los auspicios de la UNAM, con su base de operaciones en la Casa del Lago de Chapultepec. El TIT es un fenómeno único en nuestro país: se trata de un grupo de personas que entienden el teatro no como espectáculo, sino como un vehículo para explorar las dimensiones psicofísicas del ser humano en relación con su entorno. De allí la propuesta de un teatro “antropocósmico” en el que el actor es un Performer, como lo entendía Grotowski: “el danzante, el sacerdote, el guerrero que está fuera de los géneros estéticos; (un) pontifex, hacedor de puentes”. Las puestas en escena del Taller son fenómenos auténticamente inmersivos (décadas antes de que se pusiera de moda el término), que invitan a que el espectador abandone su voyerismo y participe en partituras de acción para emprender viajes alegóricos al inframundo y enfrentarse, no a un personaje dramático, sino a sí mismo.
Experimenté por primera vez una “dinámica participativa” del Taller a fines de agosto de 1985. Se titulaba Huracán, corazón del cielo, un trabajo en el que que los asistentes citados a las 7:00 de la mañana en el Bosque de Chapultepec debíamos entregarnos confiados a un grupo de guías que nos conducirían con los ojos vendados a lo largo de una serie de ambientes sonoros y táctiles que evocaban un viaje iniciático. Recuerdo en particular la vibrante voz de una mujer que cantaba poemas en náhuatl, quien después supe era Margie Bermejo. Esa noche redacté ocho páginas en mi diario sobre la singular e inquietante experiencia, anotando la imagen de un Quetzalcóatl que se salía de sus estribos para “crear un gran terremoto”. Tres semanas después la ciudad se vería sacudida por el más devastador movimiento telúrico de su historia. Para el joven estudiante universitario que yo era en aquel entonces, el trabajo de Nicolás Núñez y su Taller se convirtió en un ritual de sanación colectiva que resonaba con el imaginario contracultural de Carlos Castaneda y Ayocuan. Su libro Teatro antropocósmico –publicado originalmente en 1983 junto con un premonitor ensayo de Richard Schechner sobre la performatividad posmoderna– fue para mi generación un manifiesto sobre cómo el teatro podía ser un vehículo de autoconocimiento. Hay que recordar que en aquellos años 70 y 80 el teatro mexicano se caracterizaba por un lenguaje escénico bastante convencional, salvo las honrosas excepciones de directores como Juan José Gurrola, Jesusa Rodríguez, Susana Frank y Abraham Oceransky. De allí que el trabajo del Taller de Investigación Teatral de la UNAM resultara excéntrico y poco comprendido para sus contemporáneos, a pesar de haber sido apadrinado por figuras como Héctor Azar y Hugo Gutiérrez Vega.
A 45 años de su fundación, el Taller sigue sacudiendo a quienes se acercan a sus trabajos en el Bosque de Chapultepec. En estos tiempos de escenarios liminales y teatralidades expandidas, su labor resulta pionera y, sin embargo, en gran parte ignorada por el gremio artístico. No obstante, su vigencia y alcance internacional se confirma con la aparición el año pasado de la segunda edición inglesa de Anthropocosmic Theatre, que con el subtítulo Theatre, Ritual, Consciousness publicó la Universidad de Huddersfield, en Inglaterra. De hecho, Núñez es el único director mexicano que tiene un libro teórico publicado en lengua extranjera. Este nuevo e-book, de casi 400 páginas, fue editado por Deborah Middleton y Franc Chamberlain, y se puede descargar gratuitamente en el sitio https://unipress.hud.ac.uk/plugins/books/20/. El contenido se divide en dos partes, la primera es el texto íntegro de Teatro antropocósmico por Nicolás Núñez (traducido al inglés por Ronan J. Fritzimons y Helena Guardia), que nos lleva de la mano por los senderos teatrales explorados por su autor y otros miembros del TIT, cuyos maestros van de Lee Strasberg a Jerzy Grotowski, así como monjes tibetanos versados en danza ritual. Núñez expone sus diversas influencias escénicas de forma amena, como si se tratase de la crónica de un viajero, antes de llevarnos a la sección en que aborda las dinámicas psicofísicas del Taller. Aquellas son páginas útiles para intérpretes de toda escuela o estilo, que exponen formas de actualizar la conciencia en el “aquí y ahora”, base indispensable para desarrollar cualquier aventura escénica con honestidad.
La segunda parte del libro contiene materiales a cargo de diversos autores –en su mayoría inéditos– que abordan el trabajo del TIT desarrollado entre 1990 y 2018. Los textos teóricos de Middleton y Chamberlain ayudan a entender la relevancia del trabajo de Núñez como un vehículo de conocimiento corporizado. Se presentan las bases que llevaron a la creación de Citlalmina, una “meditación en movimiento” que realiza un puente transcultural entre las tradiciones dancísticas nahuas y tibetanas. Esta potente danza, que conocí en su primera versión hacia 1986, cuando Núñez, Helena Guardia y Ana Luisa Solís regresaban de su estancia en Dharamsala (India), aún se enseña hoy en los salones de la Casa del Lago, así como en talleres internacionales. Los múltiples testimonios de participantes en los workshops ofrecidos por Núñez en Inglaterra indican que sus propuestas quizás encuentran hoy mayor acogida fuera que dentro de México. Una agradable sorpresa en esta nueva edición es la pieza escénica Mandala: la actuación es un arte sagrado, en la que Núñez despliega lúdicamente los principios subyacentes al trabajo de la actuación, entendido no como un ejercicio mimético, sino como un vehículo de transformación.
Ojalá que alguna editorial mexicana tenga el tino de llevar esta versión reloaded del libro a lectores de habla hispana. Entre tanto, hagamos un brindis virtual –como se estila ahora– para celebrar 45 años de Teatro antropocósmico.