Polvo eres pero polvo enamorado
Luego de ver la tercera temporada de Dark, en Neflix, leí una nota fúnebre de Héctor Bonilla, en la que se despedía humorísticamente de sus tres hijos porque estaba en peligro de muerte. Se publicó como un hecho de actualidad. Me conmocionó y escribí un comentario de inmediato. Mi editora descubrió que el texto es una carta escrita por Bonilla hace 20 años, pero debido a la Pandemia que nos tiene trastornados, le puso música y la subió a la nube. Siguiendo la premisa de la serie alemana, a estas alturas ya no importa si en verdad Héctor tiene una enfermedad irreversible o si fue una puntada. Lo importante es que gracias a su ocurrencia ahora tiene, en vida, un comentario sobre su muerte futura, Que ojalá se dilaté hasta la cuarta temporada de Dark, que será en el 2040. Cuando Héctor cumpla cien años.
La cita de Quevedo viene al caso por un video que navega en la red hacia la muerte que es memoria del olvido. Hablo de la Melopea con la que el Señor Héctor Bonilla se despide de sus hijos haciendo un recuento de su vida, lleno de humor y alegría por haber estado aquí, en este pinche mundo tan hermoso. Una enfermedad que avanza sin remedio lo motivó a decirle adiós a sus seres queridos antes de que lo metan en un cajón de pino verde para llenarlo de tierra. Su entereza es una forma de tomar al toro por los cuernos a sabiendas del destino que le espera cuando uno de esos dos puñales lo atraviese. Quien ha enfrentado la vida con valentía solo puede morir valientemente.
Héctor Bonilla (Ciudad de México, o Tetela de Ocampo, según la fuente, 1939), no solo ha sido uno de los actores más sobresalientes entre una brillante generación de actores, también es uno de los más comprometidos con el sentido artístico y social de su carrera. Gracias a su íntima cercanía con Lola Bravo aprendió desde muy joven que el teatro es un compromiso muy serio con la vida. Si repasamos el repertorio que ha interpretado Bonilla desde, Historia de un abanico, de Goldoni, en 1961, a la fecha, veremos que ha tocado la tragedia, la comedia, la tragicomedia, la farsa, el esperpento, el vaudeville, el musical, el documento, el biodrama, el drama, el melodrama, la pieza, el soliloquio, en fin, las formas más diversas que tiene el teatro para simular la vida. El arte, decía Maese Gurrola, está en hacer de esa simulación un acto verdadero. Alquimia que Bonilla ha logrado muchas veces.
Yo me perdí su etapa de aprendizaje: Odest, Pinter, T. Williams, Ustinov, Arguelles, Weiss, Jodorowsky, Pommeret, Novo; de la mano de la Bravo, Broido, M. Villalta, José Luis Ibáñez,
Jodorowsky, López Mirnau. Lo vi por primer vez en, Malcom contra los eunucos, de Halliwel, con dirección de Alejandro Bichir, en 1973. Deslumbrante. Aquel año escribí mi primera reseña de teatro en, El gallo ilustrado, suplemento cultural del periódico, El día, pero estaba lejos de hacerlo con solvencia, así que me abstuve de juzgar aquel juego a cuerpo limpio entre algunos de los actores más prometedores salidos de la ENAT, como Octavio Galindo, comandados por Bonilla, quien era el paradigma de los jóvenes comediantes que en ese momento daban la vida por el teatro. Luego llegaron las telenovelas que fueron el pantano en el que muchos actores mancharon su plumaje para ganar fama y algo de plata. Wikipedia no enlista ni una de las 80 obras de teatro que hizo Bonilla pero da cuenta de las 35 telenovelas que grabó entre 1967 y 2018, y hace hincapié en los dos capítulos que hizo para, El chavo del 8, en 1979, porque según quien lo suscribe esa aparición llevó su fama al sur del continente americano.
Lo cierto es que Bonilla siempre regresó al teatro para Sanar el espíritu. Ser una estrella de telenovela no le impidió ser también uno de los primeros impulsores del Sindicato de Actores Independientes (SAI). Cuando fue posible hacerlo (1989), produjo Rojo amanecer, acaso la primera película de ficción que trata la rebelión estudiantil del 68 y la matanza de Tlatelolco, y en 1991 protagonizó, El bulto, de Gabriel Retes, donde se toca el “halconazo” de 1971. El cine, pues, fue otra de sus estrategias para llegar al público. 31 películas, varias de ellas bautizadas como Nuevo Cine Mexicano y Cine de Autor, en los 70 y 80, tan fallidas como los intentos de cambiar las cosas dentro del Sistema, pero igualmente necesarias para lograrlo algún día.
Como hombre guapo y talentoso Héctor Bonilla pudo quedarse en la espuma de la fama; como uno de los actores más solicitados del gremio pudo nadar de muertito y cobrar a la salida. Pero fue fiel al origen del Mito, cargó una y otra vez con la piedra de Sísifo para defender algo que hace de un hombre igual a todos, un hombre distinto: la dignidad. Como actor y como ciudadano. Hoy que Héctor Bonilla tiene el coraje de no llorar por su muerte, tal vez porque sabe que la mejor manera de burlarla es perdiéndole el miedo, yo lo envidio, y como aquellos jóvenes actores a los que inspiró con su ejemplo la primera vez que lo vi en un escenario, mi deseo es irme de este puta, maravillosa vida, con su misma entereza, con ese gesto a la Humphrey Bogart en, Casablanca, cuando deja ir al amor de su vida con otro hombre y él se pierde entre la niebla del olvido.