Después de Agamenón, Orestes…
Isaac Sainz
No sé ni por dónde comenzar. Es un trabajo plagado de estímulos, que aborda la guerra de Troya para levantar un discurso actual y poderoso de sus ruinas devastadas.
Pero en esta actualización también vemos un collage de propuestas que sí llegan a esbozar un universo futurizado, lleno de conspiraciones y luchas sociopolíticas, en el que trasciende la influencia de los medios de comunicación, el mundo cibernético y el hacktivismo. Vemos también un esfuerzo estético importante para adentrarnos a esta ambientación interplanetaria; porque acá Troya y Grecia son planetas.
La edición, el manejo de diferentes pantallas donde se transmite en vivo y tomas pregrabadas, serán el recurso para llevarnos del tingo al tango en esta red compleja de tiempos, sucesos y espacios.
Y bueno, dije que este universo llega a esbozarse -y no a dibujarse- porque a pesar de la convención que se logra, de pronto parece que no tiene ni pies ni cabeza. Es decir, entre los referentes (del mundo griego y el actual), la trama (de enredos, narraciones, discursos), los recursos de ejecución (la edición, ambientación, la dinámica de las pantallas, etc.) y los tonos actorales (de lo más chusco y fársico a lo trágico), muchas cosas se van dispersando en el camino.
Lo creo porque realmente hubo de todo: soluciones fáciles y soluciones complejas, actuaciones entrañables y otras débiles, hubo teatro y hubo cine (y lo que está en medio), hubo escenas chingonas y escenas que pasaron de largo, hubo discursos sólidos y discursos apenas sugeridos, hubo dioses, esclavos, conspiradores, reyes, amantes, víctimas…
Pero de todo esto, lo que más relevante y conmovedor me pareció fue el efecto Fuenteovejuna, que se yergue como una bandera imperante, sobresaliendo de todo lo demás a través de la frase:
Yo maté a Agamenón
Hermanando a las irreconciliables mujeres del mundo trágico: Clitemnestra y Casandra, en un gesto de complicidad que trasciende sus propios intereses individuales, pero que también trasciende las posiciones, status e ideologías de las otras mujeres que las acompañan (sin saberlo) para lograr el cometido, la venganza. El rey de Micenas, asesino de su hija y causante de las desgracias de Clitemnestra y Casandra, así como de Troya, se vuelve de pronto un símbolo del patriarcado, que es exhibido y derrotado a manos de la mujer.
Este asesinato y esta revelación que atraviesan las protagonistas al pronunciar la frase “Yo maté a Agamenón”, fijan la pauta para una lucha feminista. Que además se sugiere una vez que Casandra, quien goza del don de la profecía, vaticina la llegada de Orestes…
O sea que, atreviéndome a lanzar una suposición, quizá cuando Orestes regrese para disque vengar a su padre, se tope con pared. Porque Electra ya no será una mujer victimizada, ya no será la enemiga principal de su propia madre, sino una mujer con una fuerza y una consciencia que se recarga sobre los hombros de las demás mujeres, una mujer de hoy, que no dudará en afirmar, si es necesario:
Yo maté a Orestes
Y las Erinias, en dado caso, en lugar de atormentar a Electra como hicieran con Orestes, la acompañarían para plantarse ante Atenea en el mítico tribunal y decirle a coro:
Yo maté a Orestes
Y Atenea, solo atreviéndome a seguir con esta suposición que me invita a hacer La Venganza de Troya, solo tomándome la licencia, pues, Atenea diría a viva voz:
¡NO! ¡YO MATÉ A ORESTES!
La venganza de Troya, presentada por Área 51, basada en el texto de Alejandra Serrano, es un trabajo lleno de exploraciones que llena de estímulos al espectador, que dispara chorro mil posibilidades fabulísticas, y que le apunta a la construcción de todo un universo ficticio y muy, pero muy complejo.
El equipo estuvo conformado por
Dirección: Karina Eguía
Dramaturgista: Ana Lucía Ramírez
Asistente de dirección: Karina Meneses
Producción: Rosa Eglantina
Actrices: Ana Lucía, Rosa Eglantina, Patricia Estrada, Karina Meneses y Karina Eguía.