El tercer viaje. Aurelio
Ana Lucía Ramírez zoombeó el pasado fin de semana la tercera de las cuatro historias que conforman, Ítaca, bitácora de viaje, de Saúl Enríquez. A estas alturas quedó claro que el teatro por Streaming debe verse como un teatro sin teatro en la medida en que sigue contando una historia con un formato dramático pero por un medio electrónico. El cogollo del asunto sigue siendo la pérdida de sustancia vital que sufre el café cuando es descafeinado. Sobre todo en casos como éste en el que un montaje diseñado y estrenado para las tablas se adapta para un medio audiovisual.
La evocación de su pasado familiar es narrada por la actriz veracruzana con las fotografías y los objetos que Shaday Larios nos ha enseñado a revalorar por su potente contenido existencial. Las cosas hablan en su inmutable corporalidad. Tal vez el reloj de pulsera de un muerto guarde el tiempo de su dueño en las entrañas de su mecanismo. Es evidente que las viejas fotografías de un ser querido rescatan por lo menos ese instante de su vida en el que la cámara recortó su figura para pegarla en el tiempo y el espacio de la contemplación. Por borrosa que esté, una fotografía puede ser la única oportunidad que tenemos los humanos de viajar en el tiempo.
Ana Lucía busca en el pasado a Mamá Chica, su bisabuela, y se pone el jorongo que le regaló Aurelio, su padre, para pasear por Acatlán y recoger los recuerdos del porvenir, como quería Elena Garro. Supongo que en el montaje original la actriz hacía el personaje evocado incluyendo el cambio de voz y el sonsonete que utilizó Pedro Infante para hacer al indio Tizoc. Acaso el estereotipo funcione frente a la audiencia pero en el medio digital me llevó a considerar que son estos recursos teatrales los que hay que suprimir en la pantalla porque es cuando el teatro se vuelve tedioso por Zoom. En cambio, cuando la narración es directa, testimonial, de cara a la cámara, sin maquillaje, la historia llega a su receptor porque ahora el fin es el medio.
De ningún modo digo que no se puede actuar sin la presencia del público sólo menciono que se debe actuar de otra manera. Ya Héctor Mendoza sentenció que el cine modificó la forma y el contenido de la actuación en el siglo XX. Instagram y demás plataformas perfomativas nos muestran que cualquiera puede hacer desfiguros y plasmar ocurrencias frente a una cámara, pero solo a la gente de teatro se le ocurre hacerlo por más de cinco minutos y de manera formal. Ítaca fue el honesto intento de tres actrices por adaptar una obra de teatro que recibió el fervor del público y de la crítica, a la emergencia sanitaria. Y lo hicieron con dignidad. Pero estoy cierto que las tres nos dejarán con la mandíbula colgando cuando su formación teatral sea el sustento de su actuación digital. Cuando Ana Lucía nos diga el poema de Cavafis de la manera en que Nuria Espert dice a Lorca y Judi Dench dice a Shakespeare, trocando el dramatismo del teatro presencial por la contundencia visual del poema, entonces, parafraseando a Falstaff, les diré: Si yo pudiera tener cuatro mujeres me encantaría que ustedes fueran las primeras tres.