El viaje virtual de Ulises
Para mi hermano, Sergio de Ita, que acaba de morir
Extraña que la virtualidad no haya hecho su versión de la Odisea. La saga del hombre más taimado del mundo griego es tan fantástica como la tecnología de punta. Las sirenas devorando marineros, Polifemo, Circe; Penélope tejiendo un manto eterno y la matanza de los pretendientes con el arco del Destino. Ítaca, Bitácora de viaje de Saúl Enríquez es la travesía de cuatro mujeres de regreso a casa, mejor dicho, de vuelta a sí mismas. El retorno al origen.
El dramaturgo y director, Luis Santillán, escribió, textualmente, “Ítaca es una obra imperdible en el que cada hacer de quienes están involucrados es la muestra de un trabajo de gran calidad; es una puesta en escena que involucra de manera directa al público, pero quizá lo más importante es que genera un universo colosal que está a la altura de su punto de partida”: la leyenda homérica. Pero llegó la Pandemia y Karina Eguía, Laura Vetchinova, Patricia Estrada y Ana Lucía Ramírez tuvieron que remontar su odisea para el formato digital. Como la fragmentación está en la naturaleza del lenguaje interinatico las cuatro historias que conforman el montaje presencial se están trasmitiendo por Zoom, la plataforma digital que el confinamiento mundial catapultó a la cima de la bolsa de valores, por separado.
Van dos episodios: el de Patricia Estrada y el de Karina Eguía. En ambos casos lo que conmueve es el recuerdo y la reinvención de su pasado familiar. La búsqueda de identidad que deseándola o no comienza el día de nuestro nacimiento. Si la educación formal incluyera esa consideración desde la infancia sin duda estaríamos más cerca del Mundo Feliz que anuncia el ciudadano presidente cada mañana. Por el contrario, parece que la tarea es olvidar la génesis del árbol familiar que es donde están las raíces de lo que fuimos, somos y seremos. Sin duda hay pasados horrendos cuya memoria solo podrá lastimarnos o pretéritos tan hermosos que desfiguran el presente, pero la vida es un riesgo que tarde o temprano nos enfrenta con los fantasmas del porvenir: nuestros antepasados.
Patricia rememora la semblanza, la apostura, la voz, la figura y las ocurrencias de su Padre. Con mayúscula porque no va en pos de su memoria para embalsamarlo sino para tenerlo presente, para reconstruirlo como el ser amado por antonomasia; el primer, imborrable sujeto de su cariño. Hay humor norteño sobre todo en la manera de nombrarlo, esto es, en ese lenguaje chihuahuense que a mí me regocija el oído. Hay invención escénica tratando de contar ese reencuentro visualmente, como pide el formato. Hay un contento interior limitado por la ausencia física de la emoción presencial, pero hoy, el tema es otro. Parafraseando la obra inmortal de Mauricio Jiménez, no es la nostalgia lo que pesa, lo que cala son los filos de la ausencia, la muerte que en este caso no desaparee al ser amado, por el contrario, lo revive. Paso a la siguiente historia sin concluir mi punto de vista sobre esta para no repetir el sentido de mi crítica.
Respetable público, ¿quién se acuerda de su bisabuela? Karina Eguía, porque si su antepasada no se viene a hacer la América, huyendo de la guerra en España, ella se queda sin historia. Pero vino la señora y gracias a sus fotografías su bisnieta interactúa con el público con preguntas tan ingenuas que no requieren respuesta. Al menos en el formato digital. Con el público presente la reacción sin duda es otra. Pero ya dije que hoy, el tema es otro. Se trata del intento que está haciendo la gente que ama al teatro para seguir abriendo el telón hipotético del teatro; la pantalla virtual. Patricia ensayó un acercamiento de cámara artesanal en la medida en que ella misma emplazaba el enfoque del aparato y la mayoría de las tomas fueron en close y medium shot. Cámara cerrada como la intimidad del corazón. Karina buscó una producción más elaborada, con diversos escenarios, tomas cerradas, abiertas, tareas escénicas, conciencia del medio en el que el teatro se convierte en otra conversación, para decirlo con palabras aunque lo que pretende es verter la acción dramática al lenguaje visual. Tal es el punto. La necesidad de cambiar de lenguaje, distinta a la voluntad de hacerlo. Acaso las nativas de Internet no tengan ningún desconcierto, pero ellas son mujeres de teatro tratando de seguir actuando en otras circunstancias.
Adaptar el teatro a la conexión virtual sigue siendo un ajuste un acomodo una adaptación. Lo natural es el teatro. No hay que hacer teatro tecnológico, es antinatural. Hay que hacer otra cosa. Tic Toc. Lo digo en serio. Por qué algo tan simple tiene un efecto tan notable. Porque está hecho para eso, para la inmediatez de la imagen. En el fondo es danza, o por lo menos baile, desfiguro. Para la intrascendencia. Su virtud es que no pretende otra cosa. 30 segundos de gracia. Tan lindas las cuatro actrices de Ítaca, me corto un huevo si no tienen al menos mil seguidores haciendo Tic Toc. En ambas trasmisiones éramos tres gatos. Es ingrato.