¿Sin presencia no hay teatro?

La Maribárbola de Mariana Hartasánchez con Karina Meneses
Como niño de rancho recuerdo algunos prodigios de la tecnología: la luz eléctrica. En la hacienda de Chimalpa un motor de gasolina alumbraba la casa de 7 a 10 de la noche. El resto eran velas y lámparas alemanas de petróleo. De joven le preguntaba a mi abuela, cuyo mejor recuerdo era haberse sentado en las rodillas del presidente Porfirio Díaz siendo una infanta: Abuela, ¿qué sentiste la primera vez que te subiste a un automóvil en lugar de los caballos y las volantas de la hacienda? Tuve la manía de preguntarle a mis mayores la sensación que tuvieron ante los inventos que cambiaron al Mundo: el telégrafo, el teléfono, la radio, los aviones, la televisión; el amor libre.
Me parece extraordinario que la gente de teatro quiera hacer teatro de otro modo porque en su afán de que el teatro no decline con la pandemia que tiene cerrados los teatros, hay que hacer algo: teatro sin teatro. Es decir: teatro a solas, frente a la computadora. En esa circunstancia, una de las mentes privilegiadas que tiene el teatro en México puso su hiperactividad cerebral al servicio de la emergencia, pero ni siquiera Mariana Hartasánchez puede hacer teatro virtual, esto es; sin la presencia del otro. Puede sí, escribir textos magníficos como el que acabo de ver y escuchar con Karina Meneses, desde Xalapa (La Maribárbola). Pero es un teatro verbal escrito para ser representado, no sólo escuchado como radioteatro, que tiene otro formato técnico, ni solo visto porque no es arte visual. Es un texto teatral que sólo cobra sentido si es compartido cuerpo a cuerpo, mente a mente, fluido con fluido.
Actuar a solas es una desolación porque actuar así todos actuamos. Incuso los espíritus más secos, más misántropos, tienen su momento frente a espejo. Pero el teatro es todo lo contrario; es ya no estar frente al espejo sino del otro lado del espejo. La virtualidad es maravillosa y seguro hay internautas que ya no requieren de conocer el mar para nadar en el Mediterráneo, ni al cuerpo de su preferencia para tener un orgasmo. Aunque en ambos casos jamás conozcan el placer real de nadar en el mar y de venirse como bestias.
Para relativizar mi tendencia vitalista, cito a Dubatti, el filósofo del teatro argentino, quien acepta mejor que yo el teatro tecnológico pero advierte que la cámara que capta el acto teatral está invadiendo la percepción íntima de esa acción en la medida en que sus movimientos –acercamiento, distanciamiento, toma media, de picada, entera y demás–, altera mi visión del detalle y del conjunto, es decir, sustituye mi punto de vista por el del director de cámaras. Y además, evita el convivio.
De un modo antiguo me alegra sobremanera que el teatro de mis abuelos, los griegos, requiera, por su propia naturaleza, de la presencia del ser actuante y del ser receptivo; del actor y del espectador; del amante y el amado. En suma: de la presencia real de mí semejante, mí opuesto, mí ideal, mi negativo, mi contraparte. El que la pandemia actual haya proscrito esta cercanía no anula la potencia presencial del teatro, por el contrario, la magnífica, porque nos enseña que hay cosas como el amor, la amistad, incluso el odio y la venganza que sólo se cumplen a plenitud en presencia del otro. Aplaudo sinceramente todos los intentos de la gente de teatro por hacer teatro sin teatro, porque seguro ellos saben, más que nadie, que un teatro así, no es teatro. Me refiero a la experiencia de humanizar el mundo, no de refractarlo.
11 mayo, 2020 @ 7:25 pm
(La comunicación digital) “altera y recoloca las genealogías culturales, reterritorializa las tradiciones artísticas, genera nuevas estructuras. En este sentido, la digitalización es la condición posibilitadora de las nuevas teatralidades, y perturba las estructuras narrativas de una cultura nacionalista que produce discursos de centralidad y alteridad. Y a pesar de que la cultura digital es vista a menudo como la antítesis de la actuación en vivo (live performance), también puede producir “liveness”, por usar el término de Philip Auslander…” (Alan Filewod).
Mi querido maestro: Cobijado por semejante epígrafe te preguntó como mi mayor, ¿qué sentiste la primera vez que tuviste un encuentro digital? Tal vez esa debería ser tu respuesta frente el fenómeno. Porque el problema, para mí, no es que el teatro sea así o asá, sino que ejemplos como el que pones -tal vez- no funcionan porque quieren hacer el mismo teatro en contextos y con posibilidades técnicas radicalmente distintos. El argumento de Dubatti es muy endeble, porque podría rebatirse preguntando: ¿y qué pasó cuando se metió el teatro a una sala frontal, fijó al espectador y enmarcó la imagen? ¿Y con la introducción de la luz eléctrica? ¿No se «invadió» la percepción?, ¿no se «alteró» su visión del detalle y el conjunto? En cuanto al sobado «convivio», yo tuve anoche uno bellísimo con mi madre en su departamento en el viejo DF, y mi sobrino en Berkeley, y mi sobrina nieta en Nueva York y mis hermanos en Leondres. Entrañable. Dice José Sánchez que la situación de copresencia no es necesariamente física, también puede ser -como en este caso- afectiva. Es el mundo en que vivimos. Nos guste o no.
Si algo he aprendido en mis clases de historia del teatro es que éste nunca fue el mismo, que no hay tal esencia del teatro. Y mi conclusión, que disfruto profundamente, es la siguiente: «si el teatro no siempre fue así, eso significa que no siempre tiene por qué ser así.» Abrazote virtual y lleno de afecto.
11 mayo, 2020 @ 8:09 pm
En efecto, lo que no funciona en el formato digital es el teatro dramático. Yo mismo participé en la producción de 2 temporadas de hacer televisión con el teatro y no teatro en la televisión, y el resultado fue bueno. En este sentido ni ell Mahabaratha de Brook es soportable filmado. Seguro por formación me aburro pronto con los encuentros digitales, y leí ayer que es por la falta de retro alimentación fisica Decía el científico español que el lenguaje corporal complementa el discurso del otro y ese lenguaje se congela en cierta medida en la virtualidad. Pero entiendo tu punto y estoy cierto que el teatro del futuro tendrá otro formato. Mi comentario fue como espectador de una experiencia más que como cronista de Teatro. Y en ese sentido estoy dispuesto a todo, incluso a disfrutar de la pornografia digital, sobre todo en tiempos de encierro.
11 mayo, 2020 @ 8:21 pm
La otra cosa que repito hasta el cansancio en clase es que no hay «un teatro» y no tenemos por qué ver a cada forma del teatro como enemiga de las demás. Efectivamente, cada una corresponde a sus circunstancias y cada quien es libre de elegir la que mejor satisface sus necesidades y deseos. Creo que la virtualidad no es la antítesis del teatro sino que expande (dicho con toda mala fe) sus posibilidades.
11 mayo, 2020 @ 11:31 pm
Ya con más calma, si, cada adelanto tecnológico y arquitectónico ha modificado la mirada del espectador. El cine le dio un giro brutal a la actuación decomononica. Mi punto es que nada sustituye la presencia del otro, ni en la vida ni en el teatro. Hasta hoy las modificaciones de la dramática y la escénica no había llegado al grado de separar en el espacio al actor del espectador. Pará mí siempre será mejor ver a Liv Ullman actuando frente a mi que en una pantalla, y aún prefiero coger directamente con un cuerpo que con un holograma. Ese es mi punto.