Teatros sin teatro
El Día Mundial del teatro del 2020 será el primero en la Historia del teatro en el que todos los escenarios dramáticos y líricos del mundo estén cerrados. Los griegos del siglo V de la era antigua, los ingleses, españoles e italianos del siglo XV y XVI del tiempo cristiano, los nórdicos del siglo XIX y nuestros tatarabuelos estarían consternados porque el teatro era la fuente principal de la diversión y la reflexión de la aristocracia, la burguesía y del populacho que vivía en las grandes ciudades del planeta. En un país como el nuestro, en el que la mayoría de sus 130 millones de habitantes no ha visto una sola obra de teatro, no creo que lo extrañen.
Además, hay 74.3 millones de mexicanos que tienen acceso al Internet, y es ahí donde ocurre actualmente la comedia humana, tan volcada a la farsa. Salvo Angela Merkel, y en cierto modo Emmanuel Macron, parece que el mundo está gobernado por Ubu Rey, el absurdo personaje de Alfred Jarry. De ser verdad que los ciudadanos que podemos votar tenemos a los gobernantes que nos merecemos, todos somos unos cretinos. Ciudadasnos, los llamó Sócrates, según Platón, citado por el doctor tapatío, Enrique Arce Ordeig, en su polémico tratado: La homosexualidad en los primates del zoológico de Guadalajara.
Revisando el mensaje de los últimos años para el Día Mundial del Teatro, escrito por notables mujeres y hombres dedicados a la dramática, aprecio que se diluyó la loca pasión por este oficio de hipócritas e histriones. Estos apelativos, griego el primero, romano el segundo, se toman hoy como repulsivos, pero su origen es noble y viene de los aedos, los narradores homéricos, quienes sufrieron una auténtica anagnórisis cuando pasaron de la narración a la interpretación. Quienes consideran que Legom, en complicidad con Alejandro Ricaño y Enrique Olmos, inventó el teatro narrativo, aprovechen este resguardo para leer, así sea en Wikipedia, la historia del teatro y descubrirán que luego del narrador vino el hipócrita porque primero Esquilo y luego Sófocles, aumentaron a dos y a tres a los protagonistas de sus tragedias, de modo que hipócrita era aquel que respondía a la pregunta formulada por sí mismo, o por el camarada que estaba a su costado, en aquellos espacios míticos del teatro helénico..
Con el paso del tiempo llegaron al teatro los rapsodas, los bufones, los juglares, los trovadores, los bubulús. Aunque para llegar a las tres relaciones que establece Peter Brook como sustento de la función del intérprete, hay que considerar que, en el origen, el narrador usaba una máscara para hablar como el personaje, de manera que tardó un tiempo en establecerse el principio que rige hoy al teatro: ver y ser visto. En, El espacio vacío, Brook habla de la relación del actor consigo mismo, de la interacción del actor con otros actores, y de la relación del actor con el público. En el tiempo de la inmediatez, cuesta trabajo imaginar los siglos que debieron pasar para que el hipócrita griego se convirtiera en stripper, es decir, en nuestro representante en la cámara de diputados.
Por cortesía, imagino, nadie habla, en el Día Mundial del Teatro, no de la crisis, que está en la naturaleza del teatro, sino de la revuelta del teatro. Ese afán de los malos autores, actores, directores, decía Darío Fo, de socavar los cimientos, la estructura histórica del teatro. Aunque agregaba, tienen toda la razón por las razones equivocadas. La cuestión, con cualquier tipo de teatro y sus derivados, es que para producir su efecto requiere de la presencia del otro, de su mirada, de su energía, de su afecto o su rechazo. De ahí que el teatro filmado, grabado, fijado en la pantalla no tenga el efecto del cine. El uno está escrito, escenificado para ver y ser visto. El otro para quedar plasmado. Una escena filmada puede repetirse docenas de veces. El teatro es como la corriente de un río; irrepetible y efímera. Así como no hay un orgasmo idéntico al otro, tampoco hay una obra de teatro semejante, en todo, a la anterior. Si todos los besos fueran idénticos no serían el disparador del deseo. Lo realmente original del teatro es su fugacidad. Podemos repetir mil veces una película (Casablanca, Cantando bajo la lluvia, y disfrutarla incluso más que la primera vez). Pero no podemos ver de nuevo la misma obra de teatro porque siendo la misma, es otra, como el beso, como el orgasmo, como la muerte, que en rigor sólo suceden una vez en la vida.
El que hoy todos los teatros del mundo estén cerrados no es un buen día para el teatro, ni para la vida individual y colectiva. El coronavirus no es la primera pandemia que diezma, apanica y mata a la humanidad. Pero sí es la primera vez que experimentamos, a nivel mundial, en el mismo tiempo aunque en diversos espacios, una igualdad singular: el azar. Un gobernador enfermo física y mentalmente balbuceó que la pandemia matará solo a los ricos porque los pobres millonarios como él, son inmunes. A tal grado llega la insensatez de nuestros gobernantes, incluyendo a los que en la emergencia nacional practican el federalismo personalizado. Tal vez, cuando pase la pandemia, el teatro tendrá la oportunidad de recapitular, recrear, dramatizar, documentar, expandir esta pausa en la destrucción del mundo que, hoy, más que nunca, nos muestra como los asesinos del planeta, como los viles depredadores de nuestra cuna: la Madre Naturaleza y su continente, la Madre Tierra.
Seguro algo va a cambiar radicalmente en el porvenir de la humanidad, salvo nuestra estupidez, nuestra ignorancia, nuestra importancia personal. Pero eso es la vida. No tenemos la gracia de las hormigas, de las abejas, que trabajan en una misma dirección y con un mismo fin. Somos humanos, los únicos animales sobre la tierra que, teniendo libre albedrio, lo utilizamos para nuestra destrucción. Fin de partida.
PD El resumen del paso del narrador al intérprete se lo debo a Francisco Javier Bravo. Gracias.
27 marzo, 2020 @ 2:07 am
Fernando,
Precioso articulo, bien pensado.
Gracias,
Cora
27 marzo, 2020 @ 4:17 am
Brillante artículo, Fernando, una reflexión que mueve a abrazar más profundamente el teatro, ese enfermo terminal que siempre goza de buena salud. No abandones nunca el teatro, te lo pedimos como coro griego.
~Norberto Bogard
27 marzo, 2020 @ 5:17 am
Me gusta en el texto. La reflexión es buenísima, acertada, pero también me inquieta ese «otro» afán de no permitirle al teatro evolucionar, quizá por eso le ha ido tan mal al teatro durante muchos otros, parece que siempre está en una constante lucha entre amarrarlo a su historia pasada o desbordarlo en alguna ocurrencia de «los tiempos modernos». Yo creo que estaría mejor reflexionar sobre ¿qué es un teatro hoy en día? si nuestra realidad cada vez muta más a contenerse en un dispositivo que es capaz de revolvernos las tripas y producir un convivio que muchas veces supera a nuestro espacio tangible… también puede ser capaz de generar la fugacidad que da luz al teatro. No sé. Todas las artes parecen no tener tanto conflicto en vivir en otra plataforma, excepto el teatro. Tal vez ahí haya una reflexión más honda. En fin. Siempre es grato leer al maestro De Ita.
27 marzo, 2020 @ 6:12 pm
Magnifica reflexión Fernando. Lo efímero es el secreto esencial de la inmortalidad del teatro y la resilencia de la vida misma, tan amenazada hoy por hoy . La realidad nos orilla a vivir un día a la vez y a contemplar el momento presente todo el tiempo, al igual que el teatro.
28 marzo, 2020 @ 6:04 pm
Si el teatro no cambia, muere. De la narrativa de Esquilo a la narraturgia de Legom hay varios mundos en medio. En este caso hice incapie en la condición presencial del teatro porque con la danza es el arte del cuerpo presente, actuante, pero estoy consciente de que su evolución es imparable.
28 marzo, 2020 @ 12:13 pm
Gracias.Certeras y sabias palabras, dichas con donosura.
28 marzo, 2020 @ 5:57 pm
Feliz encierro. Gracias.