El humor y el amor de Julia Varley
La gente que fue al Teatro Helénico para ver el homenaje que la actriz inglesa, Julia Varley, le dedica a la fallecida actriz ítalo-chilena, María Cánepa, sin saber quién es Julia y cuál es la marca de agua del Odín Teatret, quedó desconcertada con el espectáculo. Nadie lo dijo en voz alta, pero me consta que muchos lo pensaron: “es un teatro de la tercera edad”. En efecto, es el gesto amoroso de una actriz con 40 años de apasionada entrega por su oficio de comediante, con una preparación singular que la convirtió en maestra de varias generaciones. Es decir, ya no es la bellísima mujer que dejó boquiabiertos a los habitantes de Huampani, Perú, en 1988, bailando en la plaza pública; ya no es la zanquera que se desplazaba como en sus pies en, Festuge, ni la deslumbrante actriz de, El Castillo de Holstebro, ni la acompañante de Sanjukta Panigrahi en sus improvisaciones. Ahora es ella y su historia. Una mujer, una actriz que ha destilado su esencia y ahora la entrega como gotas de perfume.
Puesto que la sala del teatro se llenó, en las dos funciones que Julia dio de, Ave María, mayormente con gente que fue al teatro, no por el trabajo del Odín sino por su fama, pocos sabían que Julia utilizó a uno de los personajes emblemáticos de grupo nórdico como su alter ego. Mr. Peanut, esa gigantesca calavera que los mexicanos asociamos automáticamente con nuestra Catrina, es un ícono que ha acompañado al Odín, y en especial a Julia, a lo largo de muchos años. Como en tantos espectáculos de este colectivo, hay una parte visible y otra oculta, en el sentido que responde a la intimidad del actor barbeano, a eso que ha recogido y acumulado a lo largo de su experiencia humana y escénica. En Julia yo lo llamo ternura. Tomando en cuenta que su corazón inglés, bañado por tantos años en las heladas aguas del mar báltico, huye del melodrama como de la peste.
No hay llanto, ni siquiera lágrimas en su homenaje a la amiga fallecida. Hay tristeza, acaso nostalgia por una mujer, por una actriz que dejó su vida en el escenario. La Cánepa fue una comediante de amplio registro dramático que habiendo nacido en Italia hizo historia como cofundadora del Teatro Experimental de la Universidad de Chile. Desde esa plataforma trabajó por 60 años en muy diversos escenarios y con un amplio repertorio que ahora llamaríamos, convencional. Fue una señora muy querida y respetada en Chile, donde ganó todos los reconocimientos del ramo. Entiendo que Julia y Eugenio la conocieron ya con Pinochet en el Palacio de la Moneda y ahí nació una admiración mutua.
Si tuviera que dar una definición del espectáculo, diría que su tema es la transformación de la Muerte. El relativamente siniestro caballero que abre la función termina trasvertido en una mujer de blanco, hasta los pies vestida, para decirlo con Lorca. La música de jazz y de fiesta pueblerina que pauta la dramaturgia del espectáculo, nos indica que ése tránsito entre la muerte física de una persona y su resurrección en la memoria de la actriz que festeja no su muerte sino su vida, es de alegría, de regocijo por compartir dos cosas con la difunda: ser mujer y actriz de teatro.
Hay un detalle que a mi juicio le da sentido a todo lo demás. Jamás vemos la cara de Julia. No es ella la que quiere recibir los aplausos, así que actúa prácticamente a ciegas, siempre cubierta por el disfraz de Mr. Peanut o por el velo negro que también es recurrente en sus espectáculos. Esto me lleva a la primera crítica del montaje. Por esa media ceguera los movimientos de Julia denotan la inseguridad que tenemos los viejos con nuestro cuerpo. Que sea yo quien trastabille en el escenario, pasa, pero que eso lo haga una actriz entrenada para no hacerlo nunca, pesa. Mi segunda observación es más una aclaración que una crítica. Cuando la voz de María Cánepa se escucha en los altavoces, Julia hace un extracto de lo que escuchamos en las bocinas, como María habla en español y Julia también, parece una reiteración del mismo texto, fuera de lugar. Lo que sucede es que esta mujer políglota ha presentado el espectáculo en otros idiomas en los que esa repetición es fundamental para la comprensión del texto. Mi último retobo es para Eugenio por haber caído en la tentación de poner en el testimonio vocal de María y en la voz de Julia el poema más manido de Pablo Neruda, su poema número 15: “Me gusta cuando callas porque estás como ausente” Claro que en Noruega suena como si en México escucháramos una elegía de escritor noruego, Jens Bjorneboe, es decir, por primera vez.
Hay humor y hay amor en el homenaje de Julia para María. Hay ternura, fineza, delicadeza para rememorar a una amiga que ya está a donde todos vamos: a la Nada. Precisamente por eso, porque la única manera que tenemos los humanos de pintarle caracolitos a la Definitiva, es recordando a nuestros muertos como si estuvieran vivos, Viva María, no es una oración fúnebre sino una celebración de lo vivido.
Sofía
26 enero, 2020 @ 12:49 am
Buena tarde,
A pesar de que considero que es una excelente crítica y sobre todo una explicación y justificación del espectáculo Ave María.
La realidad es que si un espectáculo necesita ser explicado para ser entendido entonces quizá algo en si origen no funciona.
A pesar de que como espectadora admiro y concuerdo con el trabajo del Odin Teatret. Este espectáculo es demasiado aburrido a pesar de la poesía que contiene y del sincero amor de la actriz Julia Varley tiene a Canepa. El teatro debe disfrutarse independientemente si eres conocedor o no del teatro del Odin -al menos en este caso en particular- y aquí eso no sucede.
Eso si, sigue siendo una clase maestra ver en el escenario a gente como ellos. Aún así Ave María tiene fallas de ritmo, que la hacen pesada, aunque dure poco, y es repetitiva.
Eso si Eugenio sigue siendo un maestro del teatro y ojalá fuera tratado como tal y no con la falta de respeto con la que Jaime Chabaud y Antonio Zúñiga lo trataron. Pero ese es otro tema.
Saludos.
Sofia