Señoras o la innecesaria exposición del sufrimiento
Rafael Volta
¿Qué es ser una señora?
Llorar en silencio
No saber decir no
Estar siempre ahí para todos
Convivir con un alcohólico y aguantar
No tener el valor de tomar tus propias desiciones
Miedo de estar sola…
—Mary, Irma y Josefina
Cada señora o mamá tiene su propia respuesta a esta pregunta basada en su experiencia de vida. La fábula, en la mayoría de ellas, es dolorosa y llena de sacrificio. Hay pocas historias felices y muchas con sueños frustrados. Sayuri Navarro, dramaturga y directora, busca rendir un homenaje a la labor silenciosa de su mamá y sus amigas en Señoras (una obra con mi mamá y sus amigas), y según el texto en la proyección inicial, “ésta no es una obra de teatro”.
La estructura se basa en un cuestionario en tono terapéutico por parte de la autora para indagar y mostrar al público quiénes son y cómo es que llegaron ahí: Mary (49), Irma (67) y Josefina (55), un trío de estupendas amigas y entrañables mamás que no son actrices, pero que siempre tuvieron el anhelo de pararse en un escenario para cumplir el sueño de ser artistas. La autora, su mamá y sus amigas se representan a sí mismas. El montaje sí es teatro porque en escena viajamos en el tiempo, en el espacio, y a lo que fueron y ahora no son estas tres mujeres que conviven y que valientemente desnudan sus temores, sueños, victorias y derrotas.
La obra inicia con un murmullo de mar para dar al público la sensación del paso del tiempo, el deseo de viajar, purificarse, llevarse lo viejo y dar paso a lo nuevo. Aparecen las tres señoras barriendo el escenario multiplicadas en un telón de fondo por otras mujeres desconocidas que también barren. Mary, Irma y Josefina son sinécdoque de ese corpus femenino y mexicano que todos los días está ahí, invisible y condenado a un trabajo rutinario.
El escenario está claramente dividido en tres espacios. Del lado derecho, una mesa en diagonal con utensilios de cocina listos para preparar alimentos: café, salsa, tortillas, y un pastel de chocolate. En este espacio habita el rol de las señoras. Al fondo, tres sillas, debajo de cada una hay una bolsa, ventilador y una cubeta. Detrás de cada silla, una pantalla proyecta fotografías y videos que servirán para enfrentar a las señoras con su yo del pasado y dar pie en este espacio a la señora transformada y liberada. A la izquierda, la autora sentada frente a mesa con los utensilios de trabajo propios de la dramaturgia: laptop, café y encendedor. Desde su posición, da la apariencia de manipularlo todo: audio, video e improvisación que saca adelante la obra ante las fallas técnicas. En un aparente diálogo horizontal, la autora comienza a indagar en la historia de cada una de las mujeres para ir desnudando ante el público sus huellas de dolor.
La escenografía polariza los roles entre la autora y las señoras y aquí es donde se diluye la horizontalidad. Sayuri guía la estructura del drama pero pregunta tanto como si estuviéramos en un reality show de la desgracia ajena. Al permanecer en la misma posición durante toda la obra, ¿la dramaturga ofrece, sin querer, la imagen de que ella es lo que las señoras no pudieron ser y les otorga la oportunidad de que por un momento lo sean? ¿Desde qué autoridad hace tantas preguntas? ¿Acaso no hubiera resultado más eficaz que la autora, poco a poco, perdiera protagonismo para dar paso a la improvisación y el juego entre las amigas de una manera más natural para no parecer títeres humanos?
Este mecanismo expositivo de pregunta-respuesta, anécdota triste y enseguida un gag para aliviar la tensión se vuelve cansado a lo largo de la hora y media de duración. Cada señora va narrando su batalla más difícil y el momento decisivo que la llevó a interrumpir sus sueños: embarazo, matrimonio, cirugías, muertes de familiares. Ellas lo cuentan en un tono honesto y conmovedor que en el público desató aplausos y lágrimas por momentos. La confesión se convierte en monólogo plenamente melodramático cuando Josefina le habla a su mamá ya muerta representada por una blusa. El dolor se disfraza con pétalos de flores durante la reconstrucción de columna por parte de Mary. No queda claro cuál es la verdadera batalla de la señora Irma, la mayor de las tres.
La música de fondo, basada en pianos y cuerdas suaves, refuerza el tono del melodrama y la terapia que sucede en escena.
Como diría Irma: “No es fácil plantarse aquí y decir ésta soy yo”. Eso es valiente y digno de un aplauso de pie, pero la sensación que queda es la de una manipulación de personas reales en aras de una dramaturgia contemporánea. El montaje, en vez de homenaje, se vuelve un sufrimiento emocional que en ocasiones cae en la revictimización.
A pesar de que las señoras suenan espontáneas, se notó el cansancio propio de la edad y quizá de tantas funciones, porque aquí hay personas de la vida real y no actrices profesionales sujetas a la exposición del dolor propio. No sé si la repetición en contar algo doloroso, ahondar en el pasado y apostarle a la catarsis teatral, función tras función, sea la receta para hacer de las señoras mujeres plenas. Quizá solamente fue necesaria una función para que Sayuri, su mamá y sus amigas lo hayan conseguido. Es de mujeres arriesgadas y valientes contar, y recontar hasta el cansancio y cuántas veces sea necesario, para salir de la invisibilidad desde la marginalidad del teatro.
SEÑORAS (UNA OBRA CON MI MAMÁ Y SUS AMIGAS), escrita y dirigida por Sayuri Navarro, es producida por la compañía Monos Teatro de San Luis Potosí. Actúan Josefina Rivera, Irma Tellez y María Leyva. Dramaturgista: Darío Álvarez. Diseño de iluminación: Laura Martínez. Fotografía y vídeo: Joaquín O. Loustaunau y Pablo Melgoza. Diseño visual y sonoro: Sayuri Navarro. Se presentó como la obra inaugural del ciclo Teatro de una Noche de Otoño 2019, organizada por Catamita y curada por Juan Carlos Franco, el domingo 17 de noviembre, a las 18 hrs. en el Museo de la Ciudad de Querétaro.