La metafísica del lenguaje
En breve, la retórica es el arte de exponer y argumentar de una manera hiperformal una tesis, sin importar que sea falsa. La retórica como parte de la filosofía nació con los griegos y en la Francia medieval alcanzó uno de sus pináculos y de ahí pal ‘real, hasta Bernard-Marie Koltés, el autor francés que alcanzó la fama en manos del director Patrice Chereau. Acaso por ello su colega mexicano, David Olguín, se echó ese trompo a la uña.
Hay que tener carácter para llevar a escena uno de los discursos más retóricos del teatro francés contemporáneo. En la soledad de los campos de algodón, acaso la obra más conocida del escritor, músico, periodista, escenógrafo, viajero, actor, autor y director de teatro, fallecido por el virus HIV en 1989, a los 41 años de su nacimiento, no es un drama en el sentido común del término sino la confrontación verbal de un dealer y un cliente que a partir de la negación de sus propósitos nos tienen 90 minutos escuchándolos hablar, sólo eso, exponiendo verbalmente los motivos de su disfraz, es decir, del ocultamiento de su verdadera identidad, de sus auténticas intenciones.
En la era virtual, cuando la imagen ha tomado por asalto la representación de los seres y las cosas, y la explicación del mundo se limita a 140 caracteres, me pareció notable que la buena cantidad de jóvenes que llenó el escenario de la gran sala del Teatro de la Ciudad de Monterey, el pasado 8 de agosto, haya aguantado a nalga firme la disertación filosófica, metafísica de Koltés sobre la doblez de la conducta humana, hecha, en consecuencia, con la doblez de las palabras. En éste rubro destaca la madurez de David Olguín como traductor y adaptador de un texto endemoniadamente francés. Yo leí la obra hace tiempo en la traducción de Manuel Osa, chileno de origen, considerada como una de las mejores en lengua española, y al oído la versión de Olguín es más teatral, menos literaria.
La razón principal por la que los Millennials, la generación Z y sucesores no salieron huyendo de un espectáculo en el que sólo hay verbo fue, sin duda, los actores: Enrique Arreola y Manuel Domínguez son dos histriones de nivel Alfa, de esos individuos con habilidades diferentes, como diría Legom, capaces de enunciar el directorio telefónico como si fuera una novela de aventuras. Si la elaborada argumentación de los opuestos que conforman el discurso dramático sólo fuera expresada por la voz, por potente, clara y profunda que fuera, los aludidos no se quedaban sentados en el piso como estaban, por el exceso de espectadores. Tenía que pasar por el cuerpo del actor el enigma que se desprende de aquel palabrerío para sentir como espectador que sin que nada sucediera algo estaba sucediendo, sucio y limpio a la vez, peligroso, sin duda, enigmático.
Los antiguos le llamamos a ese misterio la energía del actor. Hoy la química nos ha revelado que la división que se hacía de cuerpo, mente y espíritu es sólo figurativa porque el cerebro no es un órgano ajeno al cuerpo sino una de sus parte, así como la espiritualidad se produce con las conexiones químicas que hace día y noche nuestro organismo. Somos una constelación de células en perpetuo movimiento y es un don de ciertos seres que algo en ellos las conecte de tal modo que las ideas primero escritas y luego verbalizadas tomen forma, tomen cuerpo, cobren vida. Eso hace Arreola y Domínguez, el primero desde una mayor expresividad como el vendedor de droga y el segundo a partir de la vulnerabilidad de quien pisa terreno desconocido.
Siendo una pieza de lo pensado, leída llega al lector para ser pensada. Al representar lo pensado en cuerpo vivo se vuelve un espectáculo de la palabra, un discurso escénico dicho en ninguna parte aunque sea representado en un teatro. Koltés quiere que el encuentro de quien busca algo prohibido y de quien lo tiene, se de en un lugar indeterminado a una hora indefinida en una atmósfera neutra. Situación que Gabriel Pascal como escenógrafo e iluminador resuelve con maestría con un simple triangulo de madera y una luz que no denuncia su fuente, abierta y fija que apenas se modifica para matizar su intensidad.
El montaje del discurso de Koltés es una prueba de la capacidad del traductor, el director, los actores y el organizador del espacio y la luz, para hacer literalmente un teatro de ideas. También es un reto para el espectador del mundo virtual. En la función del Festival de Teatro de Nuevo León, todos pasaron la prueba.