Solo es real lo que no existe
A mil 200 kilómetros de la costa de Acapulco hay una isla que brilla con el sol del Pacífico por la cantidad de mierda que han depositado las aves en su desolado territorio; es Clipperton, el atolón que provocó la codicia de tres naciones y fue el último girón de la Patria que se perdió en el siglo XX. Esa roca maldita se llamó en principio, La Isla de las Pasiones, como presagio de las tragedias que ocurrieron en sus cinco kilómetros de longitud y dos kilómetros de diámetro, pero en el siglo XVIII el pirata John Clipperton pasó por ahí y su fama de corsario rebautizó el islote.
El guano de las aves marinas que se utilizaba como fertilizante fue el motivo por el que Francia le disputara a México aquel minúsculo arrecife y la razón por la que la Pacific Island Company se instalara ahí, aumentando la población a un poco más de 100 habitantes entre ingenieros, recolectores y sus familias, comandadas por un Gobernador, Ramón Arnaud, que fue uno de los causantes de la debacle El caso es que primero la Pacific se declaró en quiebra y enseguida estalló la Revolución Mexicana, dejando a la deriva aquella isla literalmente de mierda. Se cuenta que en 1914 el usurpador Victoriano Huerta mandó un barco que fue hundido antes de alcanzar su meta, y que en 1915 llegó una nave estadounidense al rescate de la población que sobrevivía a duras penas, pero el gobernador no quiso abordarlo porque tenía pendientes con la justicia. Más tarde Arnaud y otros hombres se ahogaron tratando de alcanzar un barco que los auxiliara y quedó en Clipperton un solo varón entre mujeres y niños, un tal Victoriano Álvarez que enloqueció de sol y guano, se declaró Rey de la isla y se dedicó a violar y matar mujeres hasta que la esposa de Arnau lo degolló cuando trataba de violentarla. Finalmente otro barco gringo recogió a las cuatro mujeres y siete niños que conservaron la vida comiendo pescado y tomando agua de coco.
El autor dramático David Olguín vio en la alucinante historia de Clipperton la hipérbole perfecta para alucinar a su vez en aquel microscópico universo la demencia de nuestro lugar y nuestro tiempo. Más que contar la historia que yo he resumido David metaforiza aquella epopeya para mostrar que en el teatro sólo es real lo que no existe, de manera que no es fácil llevar su texto al escenario porque el mar es tan inmenso como el abandono y sólo imaginándolo podemos verlo. Afortunadamente Mayra Vargas, una de las jóvenes directoras del teatro regiomontano conto con el análisis de la obra, la dramaturgia y la asesoría de la Doctora en Teatro Elvira Popova, formada en el rigor intelectual de la Europa Oriental. Con tal apoyo logró un montaje artesanal en la concepción del espacio porque con unos cuantos elementos resuelve la imagen de la isla blanca de guano y su entorno. El vestuario de Fernanda Villarreal desnacionaliza a los personajes y los viste de sí mismos, esto es, de lo que representan. Luego están los actores.
Once farsantes de por los menos tres generaciones, todos entregados a la misma tarea, dándole unidad a la diversidad, veracidad a la invención, sentido a la hipérbole, cara y cuerpo a los personajes a partir de sus acciones, como quería Stanislavsky. Naturalmente destacan los protagonistas y los antagonistas, pero los menciono a todos porque el principal actor es el conjunto: Oliver Daza, David Colorado, Antonio Cravioto, Elena Lazalde, JuanLuna Maldonado, Jorge Lobo, Leticia Parra, Eva Sofía Tamez, Abraham Salvador Toscano, Dante Vargas, Emmanuel Elizondo.
Lo que debería ser común en cualquier teatro como es la feliz conjunción de los diversos elementos de la puesta en escena, en nuestro teatro regional pocas veces se cumple y esta es una de ellas. El paisaje sonoro de Carlos Edelmiro cumple con su enunciado porque acompaña la acción y resalta sus estados de ánimo, así que Kagua Treviño y Malcom Vargas cumplieron con su responsabilidad de productores. Mención final merece el crecimiento de Mayra Vargas como directora del resultado escénico. El que cuente con la asesoría de una destacada investigadora del hecho dramático y con un elenco sobresaliente no desmerita su labor, porque sin intuición y talento para resolver física y orgánicamente la representación de la fábula, pudo fracasar en el intento.
Por el contrario, logra penetrar en la metáfora del autor y hacerla estética y dramáticamente posible, con el actor cumpliendo no solamente con la ejecución de su personaje sino con la visibilidad de lo imaginario; la isla, el naufragio, el delirio, el deseo, la violencia, la locura, la muerte. Como dramaturgista la Doctora Popova eliminó del texto original solamente la escena de la Utopía de Tomás Moro aunque sin duda hizo algún ajuste de lenguaje. Creo que su influencia alcanzó al trazo escénico y la definición armónica del montaje porque yo veía en la sala experimental del Teatro de la ciudad de Monterrey, donde trascurrió el XXI Festival de Teatro de Nuevo León, el teatro que se hace en países como Lituania, por ejemplo. Un teatro hecho a mano, es decir, a partir de una criatura humana para otra.
Jose Calderoni Arroyo
12 agosto, 2019 @ 2:48 pm
Excelente