La vieja rabiosa del norte
Isaac Sainz
Si existe una manera de entender lo que implica atravesar el camino infernal por el que pasan nuestros hermanos centroamericanos en su intento de cruzar a los Estados Unidos… Una manera de entenderlo de forma lúdica, entrañable, divertida y conmovedora, pero dimensionando la magnitud de este problema, la puesta en escena La vieja rabiosa del norte, presentada por la compañía Inmigrantes Teatro dentro de la programación escolar de CECUT, es un ejemplo de ello.
Y no es para menos, siendo que Inmigrantes es un grupo especializado al público joven y adolescente. A lo largo de su trayectoria, comenzada en el año 2010, ha desarrollado un lenguaje pertinente y estimulante para el público al que se dirige, lo que le permite tocar temas emblemáticos y generar consciencia sobre los mismos, sin adoctrinar, sin vender verdades absolutas.
La vieja rabiosa del norte dirigida por Raymundo Garduño, da muestras de una intención de diálogo muy oportuna en el contexto que vivimos. Es un montaje plagado de imágenes, acciones, canciones, sonidos, espacios, que se van desarrollando conforme Manu, el protagonista, emprende el camino hacia los Estados Unidos para encontrarse con sus padres, acompañado por sus primas Marta y Patricia, que se pierden en el trayecto.
Mientras el público toma su asiento en las butacas, vemos a los actores sentados sobre el proscenio. Podemos apreciar la escenografía detrás de ellos: un cajón de arena, una balsa hecha de tablones amarrados a lo que fueran cámaras de neumáticos. Al fondo un entarimado con cuatro vestuarios, del lado izquierdo un escritorio con un proyector de diapositivas, del lado de derecho, sentado, el musicalizador. Los actores, Yeray Albelda, Estrella Gomez, Karen Merchant e Isis Reyes, dan la bienvenida a un público impaciente que llena la sala.
Una vez dada la bienvenida corren a la balsa y comienza la obra. Cantan, charlan, juegan, mientras Manu rema con una vara, de esas de manglar. En el ciclorama vemos proyectados dibujos del río y de la balsa, ambientando y reforzando la acción. Es el arranque de la travesía, la presentación de los personajes en un cuadro lleno de detalles. Se les ve divertidos, construyendo todo el ambiente de la situación que representan. Es la clara imagen que muchos tenemos de los centroamericanos cruzando el Río Suchiate, con sus mosquitos, su lodazal y las ramas en las orillas.
Este tipo de imágenes, tan frescas y detalladas, serán una constante. Todo el juego escenográfico, el trazo, las diapositivas proyectadas en el ciclorama (por Ariadnalí de la Peña), la sonorización (a cargo de Christian Galicia), enriquecerán e imprimirán una estética muy interesante, que acentúa la desolación, el hambre, la sed, el cansancio, la esperanza.
Los veremos correr para subir a La bestia, preocupados por no quedarse dormidos para no caerse, gritando para poder escucharse entre el chirriar de las llantas y los vagones. La Bestia, ese tren que en América representa toda la tragedia de la migración, está resuelto con pequeñas sillas de madera y efectos de humo; un juego paradójico y divertido. Y es que toda la partitura de símbolos referentes al viaje está manejada con claridad y cuidado, distribuida según Manu narra su historia, situando a los personajes hasta en lo geográfico: en el sur, centro o norte de México.
Dando como resultado cuadros contundentes, como uno en el que Marta y Patricia se abrazan en un escenario casi oscuro, que para ese momento ya todos lo ven como una vastedad de peligros. Y al fondo, una imagen proyectada de dos personas en el desierto, que poco a poco son rodeadas por coyotes. Una metáfora del negocio del coyotaje, como acechadores de los migrantes, amplificada por un efecto de sonido en vivo, como de aullido, imprimiendo una sensación de peligro en toda la sala.
Y cuando parece que Manu por fin ha llegado a Estados Unidos, creyendo que se reencontrará con sus primas, se encuentra con las entrevistas inhumanas de la border patrol, que en este caso dejan de ser meras anécdotas y se convierten en pura acción dramática. Es decir, son entrevistas llenas de contenido, no importa lo que se dice, lo que importa es el estado de vulnerabilidad en que Manu se encuentra y la frialdad del entrevistador que no da crédito a las respuestas de Manu. Un joven menor de edad que salió con sus primas menores de edad, que al parecer no puede justificar por qué quiere cruzar a los Estados Unidos. La migra no le cree nada de lo que le dice porque Manu no presenta pruebas… no presenta pruebas de abusos, de pobreza, de injusticia, de atropellos, como si el puro hecho de haber llegado hasta allí, no fuera una fehaciente prueba de que dice la verdad.
Durante toda la obra hay momentos contrastantes y conmovedores, especialmente con las canciones y los raps que cantan los personajes dejando ver su optimismo, sus deseos y esperanzas. Contraste que nos obliga a empatizar con ellos, a verlos en su dimensión humana, sin etiquetas. Este es uno de los logros más favorables, la simpatía y la personalidad juguetona de los personajes, que fue lograda gracias a la química de los actores, eliminando toda una barrera de estereotipos y prejuicios que el común denominador tiene sobre los migrantes.
En estos tiempos apocalípticos, en los que la solución de todos nuestros males sociales parece ser el linchamiento, no hay mejor discurso que pueda ofrecer el teatro a los jóvenes que el de entender y valorar al ser humano.
Y mientras escribo esto, veo la noticia de que 350 migrantes provenientes de Centroamérica entraron a México de forma violenta, y que una caravana de 2,500 guatemaltecos acaba de llegar a la frontera sur. No se puede dejar de pensar que unos chamacos andan cantando en una balsita que flota sobre el Río Suchiate, soñando con el sueño americano: Manu, Patricia y Marta. El coyotaje, el narcotráfico, el crimen organizado, los están esperando. En las redes sociales se acumulan los insultos y las expresiones de rabia contra ellos. En Tijuana hay quienes se organizan para apedrearlos. Y en los Estados Unidos las políticas de migración se endurecen cada vez más. Es por eso que La vieja Rabiosa del Norte es una de esas voces que necesita escuchar nuestra sociedad.
El texto es de Antonio Zúñiga, la iluminación estuvo a cargo de Lupillo Arreola y la escenografía a cargo de Jonathan Ruiz de la Peña. Además, contó con la musicalización de Emiliano López Guadarrama.
Esta obra fue beneficiaria del Programa Nacional de Teatro Escolar 2018, y como parte del mismo dio 60 funciones en el estado de Baja California.