Pim, pam, clown. La guerra de los payasos
Edwin Sarabia
Al ingresar al recinto se observa un escenario circular que reproduce una pista de circo cubierto con un tapete donde al centro se dibuja una estrella venusiana de ocho puntas. Las sillas han sido dispuestas alrededor de dicho espacio en una sola fila. Tres hileras de focos cuelgan a lo alto en tonos ámbar. La puesta en escena ocurrirá al aire libre una refrescante noche tuxtleca. Detrás de un telón de fondo de rojo y negro aparecerá una turba de payasos ataviados en vestuarios de coloratura festiva y anarquía visual. El montaje inicia con una marcha de banda de guerra graciosa que culminará con el izamiento de una bandera que, ondeando como un panóptico, nos observará desde lo alto durante toda el tiempo.
Pim, pam, clown, pieza del español Tomas Afán, bajo la dirección de Jorge Zárate fue representada en el espacio independiente La Puerta Abierta basado en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas desde el año 2009, sede de la compañía independiente Confines Teatro.
Mediante la articulación de siete escenas/sketch, en técnica clown, la poética nos invita a reflexionar sobre el universo simbólico del belicismo, a través de diversas anécdotas de guerra, combate y muerte que son llevadas al absurdo en un tratamiento dramatúrgico hilarante. Ello devela lo irracional que resultan todas las guerras y nacionalismos. Los personajes son payasos quienes irán construyendo la línea argumental: una burla descarnada sobre la inexplicable sublimación de los símbolos de identidad nacional que encuentran en lo patrio su expresión concreta; himnos, banderas, marchas, ejércitos, distinciones, condecoraciones, etc: un caleidoscopio de la idiotez marcial que, pese a la intencionalidad humana de racionalidad, continúa siendo la forma recurrente de dirimir nuestras diferencias.
Con un planteamiento escenográfico que incluye diversos planos de profundidad y una decena de elementos de utilería que funcionan como referentes metafóricos de la guerra, la obra dialoga con los espectadores de manera lúdica e invita a compartir la ficcionalidad con registro de tonalidad fársica. Una bandera ondeando a lo alto, personajes que rompen de manera constante la cuarta pared, pistolas de juguete, granadas multicolores que «matan poquito», batallas divertidas con golpes clownescos y persecuciones festivas acompañadas de bombo, tambor y tarola, son ejemplo de ello. Existe concordancia entre propuesta estética y el universo de sentido planteado.
Las trayectorias escénicas, precisas y coreografiadas, expanden el espacio de representación. Así vemos actores entrar y salir por lugares distintos, la utilización de una escalera lateral usada como ruta de escape, hasta un metafórico caballo, momento entrañable por lo tragicómico de la situación, que es estacionado por su dueño para comer pasto en uno de los arriates fuera de la pista de circo donde sucede mayormente la acción.
En el plano actoral se perciben marcadas asimetrías en cuanto al desempeño y ejecución. Destaca la presencia de Andrés López quien logra construir una personalidad potente que va in crescendo a lo largo de la puesta en escena. Igualmente Mariana Zárate genera con su interpretación momentos de tensión dramática que nos invitan a la complicidad en el absurdo pacto ficcional. Muestra de ello resulta en una escena donde ambos actores simulan un salto en paracaídas desde un avión pero sin paracaídas “por falta de presupuesto”: momento coreográfico de precisión milimétrica y disposición corporal que evocan los denominados “vuelos de la muerte”, prácticas de exterminio popularizada en las dictaduras Argentina y Uruguaya que consistía precisamente en lanzar a los prisioneros desde un avión al vacío. Las demás interpretaciones a lo largo del montaje contienen lagunas en dimensiones disímiles: falta de volumen y matices, poca plasticidad corporal, parsimonia discursiva, posicionalidades técnicamente erróneas en escena, etc. Este cuadro interpretativo desigual en el tono actoral precipita, a momentos, el trabajo a la monotonía.
La representación del espectáculo en tonalidad de farsa acota las posibilidades actorales, los intérpretes se notan contenidos en todo el espectáculo lo cual deriva en un ritmo aletargado donde los actores no logran explorar su corporalidad y potencia discursiva. Momentos que debieran ser delirantes y frenéticos se quedan en la cortedad de una realización sujetada. El tono elegido, las coordenadas que le damos al espectador, para que este a su vez pueda tomar posición al respecto de lo que le presentamos; no logra la pertinencia para emocionar con rabia, subvertir hasta la náusea o arrancar la carcajada incómoda. El esperpento reducido a una estructura que lo encarcela y reduce.
Con sus aciertos y áreas de oportunidad la obra nos propone pensarnos frente a la agresividad preponderante de la guerra y sus métodos que invocan a narrativas destructivas contemporáneas. Propone un ejercicio crítico de esta cancerígena práctica que, desafortunadamente, pareciera inherente a nuestra humanidad. Detonante de barbarie, injusticia y muerte que nos aproxima a un distópico mundo, como en serie o película gringa, de dimensiones apocalípticas. Un dispositivo hermenéutico, maquinaria de interpretación que nos plantea un lugar en la tierra donde han muerto los nietos, abuelas, puertas, ventanas e incluso todos los dioses, pero donde habremos ganado por fin la guerra.