El día de ir y venir: «otros mundos posibles»
Edwin Sarabia
Dos sillas de madera se encuentran una en cada lado del escenario, un telón construido con la figura de un tablero de ajedrez cuelga al centro de la escena desde el techo. De atrás del tablero de ajedrez aparecen Marysol Ochoa y Helena Lorenzana enfundadas en vestuario negro. Las actrices/presentadoras nos van contando en posición frontal a público la temática de la obra. Ambas mantienen una energía que invita a la complicidad del juego: sus cabellos pintados de azul cobalto y naranja chillón con trenzas infantiles resaltan de inmediato.
Los casilleros del ajedrez son portables: de algunos aparecen las actrices en personajes diversos y situaciones distintas. Una metáfora de la diversidad y multiculturalidad que poseemos los seres humanos. El telón/tablero cae con cadencia al piso y descubre un segundo plano espacial y geográfico donde se miran dos músicos personajes, interpretados por Rosario Nieto y Esteban Uscanga, quienes van ataviados con atuendos que remiten a pueblos originarios. Abajo, las actrices contaran la historia. Desde lo alto, metáfora del cielo donde se encuentran el sol y la luna guiados por el mítico venado, los músicos construirán el universo sonoro que acompaña la puesta.
Mediante un entramado de historias que nos explican el origen de los pueblos del mundo, asistimos a un vaivén de movimientos migratorios propio de todas las culturas. Ell momento en que los humanos discurrieron de ser nómadas a profundamente sedentarios y con ello renunciaron al dinamismo. Por eso, era necesario un día donde las personas recordaran aquel proceso circular donde los territorios se hermanan: “El día del ir y venir”, cuando las tribus, poblaciones, castas, linajes y estirpes permiten que las relaciones sociales se conviertan en gesto celebratorio del otro. Un entretejido narrativo, con claro posicionamiento discursivo y reflexión ética, que logra momentos entrañables, transitando de las risas a la reflexión en sesenta minutos de montaje que nos explica: que el cambio está siempre presente, y que lo que parece quieto sólo lo está por un instante…
Gran parte del trabajo se sostiene por medio de un dispositivo escenográfico poligonal donde destaca la belleza de la plástica, coloreada en tonos azules, moradas, rojas, ambarinas y verdes la cual es concordante con el universo metafórico propuesto en el discurso narrativo. Los elementos se resignifican a través de la construcción de imágenes claras y contundentes permitiendo comprender la anécdota a cabalidad.
Sin embargo es inexplicable, para la plástica y no para lo operativo, la presencia de una bocina negra en el plano donde los personajes músicos interpretan. También, el dispositivo aceptaría mayor compresión. Esto es notorio en la veintena de elementos escenográficos con que las intérpretes tienen que sortear y que en determinados momentos generan que las transiciones entre una escena a otra se vuelvan lentas, a veces incluso atropelladas.
Hay instantes en que la acción dramática encuentra picos de belleza poética difíciles de describir, pues la conexión entre las acciones y la musicalidad es precisa y contundente: un vómito en los sonidos de un chelo, la lluvia por medio de percusiones de viento, por ejemplo.
Al ser un trabajo para niñas y niños se requiere que el ritmo circule vertiginoso sin descuidar la esencia de la poética. Esto se logra mediante estímulos visuales y auditivos que mantienen a les pequeñes atentos. Otro acierto es un momento donde les peques son invitados a compartir la escena con las actrices para ser parte de las tribus, la genealogía del mundo actual. La tribu del mar, donde les niñes juegan a ser olas fantásticas con sus cuerpos desde el piso resulta un instante climático pues los infantes comparten el pacto ficcional arriba de escena. Seguro que más de uno deseo ser de nuevo un nene o nena para jugar a ser el viento, el cielo o el mar, etc.
Es destacable el desempeño de las dos actrices principales quienes a través de un juego actoral pertinente, disposición física cadenciosa, volumen de voz con manejo de matices bien colocados, coloratura vocal cómplice, manejo del tono fársico e hilarante de la puesta, dan como resultado un fluir acompasado, aunque a momentos el ritmo suele columpiarse, hamaquearse en yucateco peninsular, peligrosamente hacia abajo.
Marysol Ochoa es digna de elogio. Con su afinidad y aproximación corporal bien delimitada, sin ser intrusiva, convence a los niñes que jueguen el gozo de aquellos que pertenecen a la tribu del teatro. Resuelve mediante improvisaciones los avatares que suceden arriba del escenario, construye una gestualidad empática. Una organicidad que se devela en escena. Es consciente del tempo interno del montaje y logra algo que es sumamente difícil de generar en el ejercicio actoral: el timming exacto para guiar con armonía la historia sin regodearse en los momentos culminantes. Incuestionable la manufactura de su interpretación.
El día de ir y venir por Alejo Santiago Elizalde, adaptación del libro homónimo de Alain Allard y Mariona Cabassa se presentó dentro del marco del festival Mérida Fest en el Centro Cultural Tapanco. El diseño de escenografía lo realizó Mariona Cabassa, quien también es la ilustradora de la obra original; y contó con la asesoría del movimiento de Alain Allard, autor del libro. La escenografía y asistencia fue hecha por Cristina Elizalde y la asistencia de producción estuvo a cargo de Jazmín Vázquez.
La pieza nos invita a reflexionar por medio de herramientas lúdicas sobre la existencia de otros mundos posibles, la necesidad de arropar y celebrar a la otredad, aunque sus hábitos de comida, sueño y de autorrealización sean distintos a los nuestros. En definitiva provenimos, siempre estamos proviniendo en un devenir cíclico que no tiene puntos iniciáticos claros, porque todos somos al final seres que necesitamos de los demás para subsistir.
Finalmente, siempre será nodal develar los dispositivos que operan y generan que el mundo funcione como funciona, pero ocultan la normalización de su actuar fragmentario con lógica binaria y nos disponen a una mirada esencialista de los demás. Escondiendo que la construcción e indagación identaría responde a procesos dialécticos insertos en un eterno retorno, donde nadie puede bañarse dos veces en el mismo río.