Teatro Best-Seller
Jorge Arturo Torres Vázquez/ Los criticables
Las cosas comienzan así, en el escenario hay humo, formas etéreas, viento, música de sintetizador, un ambiente que remite a un video musical de la década de los ochenta del siglo pasado y del lado de las butacas, la imaginación desbordándose. ¡Fantástico! Todo va bien, hasta que, (introduzca el sonido de un scratch aquí) aparece el factor humano en escena. A partir de ahí se establece una incómoda relación entre el público y el actor, algo así como cuando alguien comienza a contarte su vida y por tales o cuales circunstancias, no tienes más remedio que escuchar, pero te importa poco lo que oyes. Marco Vieyra tiene una dirección escénica acertada, pero cojea en la dirección actoral. Si se me permite la simpleza del símil futbolero, golea, pero lo golean. Es decir, la obra está llena de lenguaje simbólico y metáforas, y los recursos de los que echa mano son interesantes y muy bien utilizados, el diseño sonoro es, por momentos, brillante. Pero, Morris Foullon, al quedarse corto en sus acciones y con muy pocos matices en la voz, no deja claro qué trata de hacer, ¿un personaje?, ¿a sí mismo?, ¿una caricatura? No basta que domine a la perfección el aspecto técnico de cada una de las escenas, (que lo hace), o que se sepa tan bien las palabras como para decirlas sin titubear. Faltan la presencia y la contundencia que siempre requiere el escenario. Ante un dispositivo escénico tan puntual, el elemento humano se percibe como un intruso provocando así, que un texto que contiene un discurso importante de sanación y evolución personal, sea percibido como un ejercicio narcisista y hasta banal, más cerca de un best seller de superación personal que de algo trascendente. Más parece un demo o un ensayo con público.
A medio camino entre el hype del stand-up, la instalación de museo y un performance hippie, algo así como Marina Abramovic meets un monólogo de Adal Ramones.