La muerte de un visionario
Murió el poeta lituano Eimuntas Nekrosius y con él una manera de pensar, vivir, hacer la representación del hombre. En la agonía del teatro mortal y el teatro místico de Kantor y Grotowski el artista lituano levantó La fortaleza del arte (Meno Fortas), el colectivo de actores, diseñadores y técnicos que le permitió derivar el método de trabajo de dichos creadores hacia una recreación de los textos canónicos que dejó sin aliento a los afortunados presenciantes de su magia.
¿Cómo olvidar su trilogía shakesperiana (Hamlet, Macbeth, Otelo) donde la trágica historia de estos personajes no sólo era una obra de arte sino una experiencia humana? Al trabajar fundamentalmente con los sentimientos y emociones de los actores, los montajes de Nekrosius eran poderosas estructuras narrativas en las que el verbo, la música y la danza convocaban a los elementos primordiales de la Naturaleza: el agua, el fuego, el viento, la tierra. De ahí que sus metáforas fueran telúricas y misteriosas, construidas con la parte cognoscitiva y la parte intuitiva del visionario; aquel que ve lo que no se mira con los ojos.
A México llegó el Nekrosius que ya había conquistado, como el Próspero de La Tempestad, su poder sobre el mundo de la ficción dramática, pero el camino fue largo. Puesto que nació en Lituania en 1951 se formó en el Instituto Lunacharsky de Arte Teatral de Moscú y de regreso a su tierra natal, en 1978, fue director del Teatro Joven de Vilnia y el Teatro Dramático de Kaunas, donde le dio a Gogol, Aimatov y a su amado Chejov un nuevo vigor dramático (*).
Hay que considerar que con una población de dos y medio millones de habitantes a finales del siglo XX, Lituania tenía un Teatro Nacional y varios teatros regionales y que sus cuadros más destacados se formaban en el rigor del teatro soviético. Casualmente yo estuve en Vilnia, la capital lituana, en 1999, un año después de que Nekrosius fundara Menos Fortas. Ya escribí en otra parte que no pude conocerlo porque al contrario de sus colegas abominaba los saraos oficiales donde se bebía y se manyaba todo aquello que no podía consumir la población lituana. Sólo lo vi de lejos en una función de teatro y aunque en el 2004 tuve la oportunidad de entrevistarlo en Madrid por su estreno de, El cantar de los cantares, un raro pudor me abstuvo de pedir esa cita. Acaso ya había comprendido que la mejor manera de conocer a un creador de artificios, es por su obra, no por sus declaraciones.
Sin embargo, luego de ver su trilogía shakesperiana tenía varias cosas que preguntarle, por ejemplo; el origen y el sentido de su simbología, tanto física como metafísica. ¿Qué significado tenían los objetos escenográficos que abundan en sus obras? O: ¿su influencia gtotowskiana se limitaba a los largos procesos de trabajo con los actores y al concepto del teatro laboratorio, o era, como Grotowski, un oficiante del rito que religa al hombre con la divinidad?
Lo que es plausible es que después de Eugenio Barba y el Odin Theater, fue el último creador con presencia internacional en hacer del proceso creativo una forma de trabajo y una forma de vida. Lo que es cierto es que fue uno de los últimos directores en imponer su punto de vista sobre el conjunto de opiniones de un colectivo. Dicho de otra manera, de los últimos en firmar el cuadro con su nombre. Sin duda fue un poeta de la escena, un hombre entregado en cuerpo y alma a la antigua aspiración del teatro: usar el cuerpo y la mente de los actores para indagar la condición de sus semejantes, para dejar ver con el artificio del arte la grandeza y la miseria de la criatura humana. Y no lo hizo solo. Sin las increíbles actrices y los portentosos actores que se unieron a su Fortaleza, sin los diseñadores que objetivaron sus ideas, sin los dramaturgos que reescribieron los textos clásicos, sin todos aquellos que forman una cofradía entregada a la misión imposible de traducir la vida en palabras, imágenes, sonidos, viento, tierra, fuego y aire, no estaríamos de duelo por la muerte de un poeta visionario del teatro de entre siglos.
Yo le debo a Nekrosius uno de los momentos más emocionales y emocionantes de mi vida adulta; aquella noche en la que salí del Teatro Juárez de Guanajuato con mi hijo adolescente volando sobre los adoquines de la ciudad colonial, sin haber entendido nada de lo lo que había visto pero comprendiéndolo todo (**). Vimos el Hamlet del director lituano y mi crio habló de su experiencia de ahí hasta el Castillo de Santa Cecilia sin parar, emocionado, conmocionado por aquella misteriosa revelación. Yo admiraba a Eimuntas Nekrosius. Desde ese día amé a ese cabrón genial.
(*) Nekrosius nunca vino a México. Le tenía un temor oracular a los aviones, lo que llegó fue su teatro.
(**) Octavio Paz.