Otras utopías amorosas
José Manuel Velasco
Ay, el amor. Apenas escuchamos esta palabra y comienza el desfile mental de imágenes y lugares comunes. Amor eterno. Amor imposible. Amor prohibido. Amor roto. Amor efímero. Amor romántico, etcétera. La historia del arte ofrece un amplio repertorio de ejemplos sobre los cuales hemos levantado nuestras mitologías amorosas: Hero y Leandro, Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Lennon y Yoko y un largo etcétera. Dentro del relato dominante el amor es un asunto de dos individuos enlazados —habitualmente— por la fuerza del ideal. Con toda su carga trágica y espiritual, la utopía de pareja ocupa todavía un lugar central en nuestro imaginario sentimental; sin embargo, en otro proceso paralelo, existe una línea contracultural que no ha dejado de explorar y preguntarse por las posibilidades de romper el modelo dualista. En esa segunda tradición la poligamia, la comuna, el amor libre o el amor de tres —por mencionar unos cuantos— son espacios para el cuestionamiento, la ruptura y la imaginación. A esta feliz tradición discrepante pertenece la obra Soñé una ciudad amurallada escrita por Juan Carlos Franco, dirigida por Alan Uribe Villarruel y presentada recientemente en el ciclo Teatro de una Noche de Verano 2018, en la ciudad de Querétaro.
La anécdota —narrada en parte por sus mismos protagonistas— traza el intento de Laureana (Alicia González), Amador (Iván Mondragón) y Leonora (María Pérez Castellá) por compartir un hogar. Los fragmentos de historia se van sumando en un relato de varias voces que retrata cada una de las partes de este proceso: el primer encuentro, el enamoramiento, las búsquedas intelectuales, las aprehensiones y demás. Así vemos cómo el amor inicial de Laureana y Leonora se abre para recibir a Amador. El texto de Juan Carlos Franco dibuja personajes complejos y los conduce ágilmente a través de una serie de situaciones que orbitan alrededor del departamento común, esa ciudad amurallada en donde el trío se dedica a reinventar el amor y a defenderse del mundo.
La dirección de Alan Uribe Villarruel traduce el vértigo narrativo y lo convierte en simples y equilibradas coreografías de movimiento: hay una simbiosis creativa entre los actores, el director y el dramaturgo. El espacio, un triángulo ocupado por tres módulos que cambian de posición, es empleado con efectividad e inteligencia. Este minimalismo escenográfico (a cargo de Isabel Becerril), aunado a la enérgica y detallada ejecución actoral, le permite viajar al espectador a través de los distintos escenarios referidos en la historia. Quizá a partir de la segunda mitad de la obra, los diálogos empiezan a redundar sobre todo aquello que implica un “amor de tres”; más que vivirlo y encarnarlo, los personajes se dedican a hacer apología y a teorizar sobre sus propias disidencias. La acción se vuelve un tanto enunciativa y el drama se diluye en un cierto grado de literalidad. A modo de referencia pienso en dos películas que abordan temáticas similares y en donde domina el lenguaje tácito y la sugerencia: Bande à part, de Jean-Luc Godard, y The Dreamers, de Bernardo Bertolucci.
Sea como sea, la historia que narra Soñé una ciudad amurallada alcanza su punto climático y cierra como un melodrama fresco y conmovedor. El oficio de los actores, del director y del dramaturgo se conjuga en un trabajo que se pregunta sobre las formas que esta generación está explorando para relacionarse. Finalmente, la historia de Laureana, Leonora y Amador es un botón de muestra de una juventud que no se cansa de buscar caminos para descubrir nuevas formas de mirarnos y de estar en el mundo.