Pintando su raya
El 26 de julio de 1968 comenzó en la ciudad de México la represión policiaca en contra de los estudiantes que ése día marcharon al zócalo uniendo dos contingentes distintos: uno tomó la calle en apoyo a la Revolución Cubana, el otro en protesta por la violencia de los granadero en contra de diversas vocacionales. A todos les dieron candela. Hubo muertos, centenares de heridos y apañados por los gorilas. Esta fue la fecha que escogió Enrique Cisneros, El Llanero Solitito, para festejar sus 50 años de resistencia pacífica haciendo circo maroma y teatro.
Por primera vez en sus cien años de vida, el Teatro Esperanza Iris se llenó hasta el tope de activistas políticos, líderes comunitarios, obreros, campesinos, luchadores sociales, gente de las orillas y macheteros de Atenco. Si quedaba alguna duda sobre el número de seguidores y simpatizantes del Cleta-Unam, ayer quedó despejada. 50 años de hacer de la plaza pública el escenario de sus desfiguros, han dado fruto.
Para mí fue una experiencia bochornosa porque a la hora de estar junto a los niños, las mujeres y los hombres que se parten materialmente la madre en defensa de su tierra, sus derechos, su dignidad, sus sueños, me sentí tan pequeño y tan burgués que daba pena. La camaradería de las mujeres y los hombres con el machete desenvainado me permitió guardar la compostura y develar la placa conmemorativa, al lado de Trini, del Frente de los Pueblos en Defensa de la tierra, y Mario Ficachi, sin contratiempos.
A sus 70 años cumplidos Enrique Cisneros no sólo resiste estar al margen del Sistema Cultural dominante sino casi dos horas de agitación escénica, con leves tropiezos en la memoria pero con la soltura y las tablas que dan tantos años de pintar su raya en las calles de la gente que no sale en los noticieros, ni en las páginas de sociales, ni en las listas de Forbes, pero que un día no muy lejano serán, por fin, dueños de su destino.
Teatralmente hablando me sorprendió el cuidado que puso El Llanero en armar un espectáculo tan blanco, tan inocente, ciertamente didáctico pero sin la majadería que pudo utilizar para sublevar a su auditorio. Yo esperaba una revista a lo Palillo, plena de albures en contra de la autoridad, los fifís, los lame culos; imaginé un discurso político para justificar el título de la función: El 68 ayer y hoy. Por el contrario, acudió a la parábola para hablar de aquel año fatídico y fundacional. Nos contó la historia de un perro que teniéndolo todo decide salta de la azotea en la que lo contienen para hallar la libertad. Pero luego de estar libre el can regresa a la azotea y la moraleja está en la decisión que cada quien debe tomar para ser un perro burgués o un can cojo, hambriento y jodido, pero libre.
En términos de efecto dramático, Llanero, la cagaste. No era el momento de marear a tu auditorio con un cuentito romántico, soñador, sino de ofrecerle material para la burla, el regocijo, la sátira, la caricatura, en fin; los años pasan, pesan, nos hacen padres abuelos como a ti. Mucho amor para decirles a los jóvenes que ayer es hoy, demasiado cuidado en el lenguaje, en el imaginario, en el cuentito. ¿Dónde quedó la rabia, la ironía, el desmadre, la provocación? Tal es el puente para las nuevas generaciones. No una parábola de abuelito sino tu memoria de juventud, tu irreverencia, tu coraje, los cojones que te han permitido estar afuerita del Palacio de Bellas Artes, afuerita del Cervantino, afuerita de Casa del Lago, afuerita del teatro burgués.
Pero sabes una cosa, Llanero, el teatro es mejor que la vida porque se edita, La vida es irrepetible, no hay forma de volver atrás. En el teatro sí. Nos vemos en tu próxima función, Fue un honor ser testigo de tu cosecha como hombre de teatro, como hombre de bien, como artista y como ciudadano. Un honor Llanero, un honor.